La serenidad no es estar a salvo de la tormenta, si no encontrar la paz en medio de ella. ~Tomás de Kempis ■■■■■■■■ Sentía los labios de Alexander recorrer mi cuello con impaciencia, tenía un poco de miedo, pues sabía que si sus colmillos se enterraban en mi piel, dolería como el carajo, era un poco agridulce el sabor que dejaba en mi interior. Desear y al mismo tiempo temer, él me hacía sentir así. Me sujeté de sus hombros y respiré hondo. Escuché una risa y luego él se alejó de mi. —Tranquila, esta noche no voy a morderte— dijo de modo burlón. Aquello me causó cierta decepción. —¿Por qué no?—Pregunté y justo después me arrepentí, soné demasiado dolida. —Porque te vez demasiado hermosa como para arruinarte con una fea herida—Dijo mientras me miraba los pechos. —Otto dijo que hay do