Hay varias cosas que no voy a olvidar de esa noche.
Quizás podría comenzar con que el chico con el que perdí la virginidad fue solo eso, un chico de una noche, con el que no tenía ataduras, presiones, del que ni siquiera sabía su nombre. Y ni siquiera sé si él se había dado cuenta de que yo era virgen, pero creo que me trató de una manera excelente y se lo agradecí mentalmente durante los últimos años de mi vida, pero, a pesar de que estaba borracha, jamás voy a olvidarme de una cosa: su perfume.
Su perfume era una mezcla de madera, notas cítricas y un ligero olor a cuero. El aroma más masculino que olí en mi vida y que jamás volví a sentir. Inconscientemente me metía a las perfumerías para encontrarlo, intentaba encontrar a los hombres cuya fragancia fuera idéntica, pero nunca lo hallé.
Empecé a pensar que estaba loca o había confundido cosas en mi cabeza. Entre que tenía dieciocho años, estaba pasada de copas y no tenía mucha noción del momento ni lugar, quizás había imaginado ese aroma, quizás provenía de algún producto de limpieza de su auto o simplemente sentí varios olores a la vez y lo relacioné con el muchacho.
Debo admitir que tampoco voy a olvidar esos ojos verdes que tanto me llamaron la atención, ni ese último beso tan caliente que me dio en su coche…
Una frenada me hace volver a la tierra ya que, de distraída que soy, crucé con el semáforo en verde. Si bien no es una zona transitada, en ese mismísimo momento estaba cruzando un auto, así que me llevó por delante. Por suerte salgo ilesa del accidente, pero no ilesa de mis pensamientos casi degenerados al ver al hombre de traje que baja del coche a toda velocidad. Su expresión de preocupación me deja deslumbrada, no quita ni por un segundo sus lentes de sol, pero sus labios carnosos se fruncen en una mueca de desaprobación y se agacha a mi lado para revisar mi estado.
—¡Dios mío! ¿Estás loca? —cuestiona con tono histérico. Y así es como me doy cuenta de que el encanto de su belleza se rompió—. ¿Cómo vas a cruzar con el semáforo en verde? ¡Debería denunciarte! ¿En qué planeta vivís?
—Perdón, no presté atención y no sabía por dónde iba… —replico con tono tembloroso.
—¡Sí, eso se nota! —exclama chasqueando la lengua. Pone sus manos en jarra, llevándose hacia atrás el saco que trae puesto y dejando notar un vientre plano a través de su camisa blanca que le queda pegada al cuerpo. Suspira y rasca el puente de su nariz—. Yo no te vi, venía confiado en que tenía el semáforo a mi favor y lo que menos pensé fue que una loca iba a cruzarse por delante.
—Sí, bueno, igual la culpa sí fue mía, te pido disculpas —murmuro con hastío, ¿otra vez me dijo loca?
—Está bien, no te preocupes —termina diciendo con resignación. Me tiende una mano y me ayuda a parar. Hago una mueca de dolor, ya que mi cintura quedó golpeada—. ¿Necesitás que te lleve al hospital?
—No, estoy bien, solo fue un golpe. No pasa nada —replico con seguridad, soportando el dolor que se va expandiendo por todo mi lado izquierdo.
—Menos mal que iba despacio, sino te hubiera matado. —Trago saliva al escuchar esas palabras—. ¿Segura que estás bien?
—De verdad, estoy perfecta. Gracias por la preocupación. —Esbozo una leve sonrisa temblorosa.
Se queda escudriñándome con atención, hasta que finalmente asiente con expresión dudosa. Mirarlo es estar como viendo al sol, es demasiado caliente.
Nos despedimos y cada uno se va por su lado, ni siquiera me dedica una última mirada, lo que me decepciona un poco.
Comienzo a caminar a paso lento, con las piernas tiritando a causa del miedo que me dio que me atropellaran. Vi toda mi vida pasar frente a mí, aunque agradezco que solo haya sido un pequeño accidente. Me prometo a mí misma mirar a los costados antes de cruzar y, más que nada, mirar el semáforo.
Esta mañana conseguí un trabajo bastante sencillo y bien pagado. Como no consigo empleo a causa de que apenas me recibí de perfumista y necesito el dinero para poder irme a vivir sola, voy a limpiar y cuidar la casa de unos nuevos vecinos, a pocas cuadras de mi vivienda, que trabajan todo el día y no pueden mantener su hogar. Quedé en trabajar para ellos ya que solo son tres veces por semana y cinco horas al día y la paga es realmente muy buena. Mis padres estarán de acuerdo, claro. Creo que son los primeros que quieren que me independice, con casi veintiséis años, seguir viviendo con mis parientes me da un poco de vergüenza.
La nueva familia del barrio se apellida Márquez. Se dice que la familia es de mucho poder y dinero, pero que aún así son muy generosos y amables, y por mi sueldo se nota que es cierto.
Llego a casa, todo está en silencio, lo que me avisa que mis padres no están. Subo a mi habitación y me miro en el espejo mientras levanto mi camiseta y veo mi cintura. Si bien está roja por el choque, no tengo nada grave como para ir corriendo al hospital. Eso es una buena señal.
Mi pelo lacio cae en cascada hasta la parte baja de la espalda, mis ojos color miel se mueven de arriba abajo recorriendo mi cuerpo. Nunca me consideré una chica en mal estado físico, siempre hago ejercicio y voy al gimnasio, pero igualmente no soy de tener a muchos hombres detrás de mí a causa de mi timidez. Tampoco es que soy una santa, pero considero que si salgo con un tipo es porque realmente me apetece estar con él… algo que no pensé a los dieciocho años.
Escucho la puerta de entrada y un minuto más tarde mi papá abre la puerta de mi habitación sin tocar. Es por estas cosas que necesito vivir sola, todavía piensan que tengo diez años y no tengo privacidad.
—Hija, vamos a cenar afuera hoy —me dice.
—Bien, ¡que se diviertan! —replico. Arquea las cejas—. Ah… ¿yo también estoy invitada?
—Por supuesto, preparate —agrega antes de salir.
Todo me parece extraño, no solemos salir y menos a cenar. ¿Es el cumpleaños de alguno y me olvidé?
Me voy a dar una ducha rápida, medio torpe por el golpe que sigue doliendo, y luego me pongo un vestido n***o con lentejuelas y pegado al cuerpo, tacos del mismo color y me maquillo sutilmente, aunque pinto mis labios de color rojo intenso.
—Vamos a McDonald’s —dice mi mamá al verme tan producida. Mi padre suelta una carcajada.
—¿Es en serio? —interrogo sorprendida—. ¡Me dijeron que me prepare para ir a un restaurante, no comida rápida! —exclamo. Ambos se ríen y niegan con la cabeza, haciéndome entender que era una broma. Pongo los ojos en blanco conteniendo una sonrisa, casi salgo corriendo para volver a cambiarme.
Llegamos al restaurante, ya tenían una mesa reservada, lo que me sorprende de sobremanera. Nos sentamos en nuestro lugar y pedimos la cena en silencio.
Cuando el camarero se va, mi papá toma una bocanada de aire y me mira. Siento un retortijón de nervios en mi estómago.
—Me ascendieron —dice. Mi mamá hace una exclamación de sorpresa y yo siento un alivio tremendo, pensé que se venía algo más feo—. A partir de mañana, soy gerente de la empresa.
—¡Guau, pa, eso es genial! —expreso esbozando una sonrisa genuina—. Estoy muy orgullosa de vos.
—Gracias, hija. Bueno, es que también hay un nuevo dueño y creo que fue por eso, están cambiando los puestos, pero lo bueno es que fui para arriba —agrega asintiendo. Mi mamá lo felicita con un beso en los labios y arrugo la nariz.
—Ya que estamos, quiero contarles que yo también conseguí trabajo —digo. Me miran con los ojos bien abiertos.
—¡Qué bien! ¿De perfumista? —interroga mi madre. Me rasco la cabeza con nerviosismo y hago una mueca.
—Mmm, no, por ahora de sirvienta —replico en un murmullo.
Se miran con decepción y suspiro, va a ser difícil que me apoyen en lo que hago.