Capítulo #7

1687 Words
CAPÍTULO #7 “Nunca sabes lo fuerte que eres, Hasta que ser fuerte es la única Opción que te queda” POV: CARINA. No estaba, ¿y cuál era la diferencia si hasta en su ausencia sufría? ¿Qué sería de mí cuando viniera y me reclamara como esposa? Aún con esperanzas pasé toda una semana rezando porque se tardaran con el registro. No dejo de pensar en lo que pasará cuando vuelva, es una agonía pero no lo puedo evitar, y aún no le digo nada a Lenin, ni siquiera quiero ir a la universidad, siento que nada me vale de nada ya, ya mi vida está arruinada. —Relájate, disfruta de éste tiempo que tenemos juntas —me pide Mariella. —Ponte en mi lugar y trata de hacerlo —escupo con indiferencia. Ella no dice nada, dura un rato sin hacerlo, lo que me hace sentir mal. —Lo siento —me disculpo. —No tienes que hacerlo, yo lo siento —dice apenada. —. Si deseas ir a algún lugar en un momento, ve con mi chófer, él te cubrirá si es necesario. Debía terminarle a Lenin, deseaba como nada ya darle su libertad, él merecía poder rehacer su vida, no estar conmigo cuando estoy casada. Asiento con la cabeza y decido aprovechar que mis padres no están para citarme con él. Él se emociona puesto a que es nuestra primera cita pero es para terminarle, desgraciadamente. Acomodo mi cabello mientras me adentro a la cafetería, ¿escapar? De un maldito mafioso Italiano, por favor, mi propia madre me advirtió de no resistirme. Sonrío al localizarlo con la mirada, sin darle más vueltas al asunto me aproximo y lo saludo para luego sentarme. —Hola —saludo. —Sé que en realidad esto no es una cita, ¿me dirás que está pasando? —pregunta yendo al grano, me lo está poniendo fácil. Sobo mi brazo nerviosa, hacer esto me hace sentir cruel, pero no quiero seguir engañándolo, no iba a conocer el amor tal parece. —Lo nuestro no puede seguir, lo siento —digo sin mirarlo a los ojos, no por miedo ni vergüenza, sólo no quiero ver su decepción o cara de dolor. —Lo veía venir, dudas mucho y eres indecisa. Inclino mis manos para tomar las suyas pero las aleja. —Lenin... —Pero creí que lo íbamos a intentar —agrega parándose. —¡Lenin! —exclamo pero él se marcha. No le insisto. ¿Para qué? TRES SEMANAS DESPUÉS. Mi apetito se esfumó desde aquel día que hablé con Lenin, no estaba así por nuestra ruptura, no, me di cuenta de que mi vida en serio no era una vida en sí, la vida se vive, y no puedo decir que la estoy viviendo. Subo mis piernas a mi escritorio con la mirada perdida en mi ventana, hay tanto silencio que puedo escuchar los latidos de mi corazón, y sentirlos más intensos de la cuenta. No dejo de preguntarme: ¿Por qué yo en tantas mujeres? Ni siquiera soy de esas que tienen un cuerpo de modelo, ¿Por qué él me quiere a mí? ¿Acaso no podía resolver sus negocios con mi padre de otra manera? Empiezo a escuchar ruido abajo por lo que frunzo el ceño, ¿habrá venido alguien a visitarme? En ese caso serían mis compañeras de la universidad porque ni amigos tengo. Bajo mis piernas de mi escritorio y entro mis pies en las zapatillas para así bajar, apoyo una mano al pasa manos, empiezo a buscar con la mirada de quien se trata. Me encuentro con aquellos ojos grises al pisar el último escalón, mi corazón da un salto, esa sensación de molestia que me provoca su presencia. ¿Por qué ha regresado tan rápido? Se supone que era un mes ¡un maldito mes! ¿Qué rayos hace aquí? Junto mis labios en una línea y me armo de valor para seguir ahí parada. —¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto entre cortada, mirando a los ojos, esos ojos que han empezado a darme escalofríos. —He venido a buscarte amor —contesta con una sonrisa. —¿Por qué regresaste tan rápido? Dijiste un mes —reclamo. Él ríe tranquilamente. —Ya nuestro matrimonio está registrado, y regresé rápido porque terminé mis negocios en Italia, ¿no te alegra veerme? Suelto una risa sarcástica pasando mi mano por mi frente. —Sabes que no, así que no me jodas —me doy la vuelta para subir por las escaleras pero me encuentro con las chicas de servicio bajando con mis cosas. —. ¿¡Qué están haciendo!? —exclamo mirándolas atónita. —Mientras usted estaba en el cuarto de costura nos ordenaron empacar sus cosas —me explica una de ellas. —¿¡QUÉ!? Volteo a ver a Leonardo y éste no deja de mirarme con esa tranquilidad, como lo estoy empezando a odiar, detesto su estúpida mirada intensa, su maldita sonrisa irónica, y su aura de intimidación. Me hago a un lado dejándolas pasar, pretendo ir en busca de mi padre pero éste justo viene bajando, con él presente me siento más asegurado, ése tipo no es de fiar. —Que sorpresa señor Lombardi —dice mi padre cortesmente. —Decidí hacer un solo viaje, así no molestar en otro momento. —Papá —hablo en un susurro y él voltea a verme. —. Sólo era casarnos —mascullo en voz baja. Él se acerca y me rodea los hombros sonriendo falsamente. —Querida, si te casas es obvio que tienes que vivir con tu esposo. —¡No! —grito alejándome de él. —. No me puedes hacer esto, papá —reprocho. —. ¡Soy tu hija! Intenta acercarse pero doy pasos hacia atrás sintiendo mis ojos cristalizarse, él no puede hacerme esto, no me lo merezco. —No me lo merezco, papá —hablo con la voz temblando. —Ya todo está listo —aparece una de las chicas, hace una leve reverencia y se aleja. Mis ojos buscan los de Leonardo con pánico, su mirada sólo me confirma que hoy comienza mi infierno. Da varios pasos hacia mí y yo corro hacia mi padre para sostenerme de él. ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde está mi hermana? De seguro no pueden soportarlo y se han ido para no pasar por éste momento. —Papá —mis lágrimas empiezan a descender de mi mejilla, no puedo contenerlas, no puedo, me prometí ser fuerte, pero ahora que sé que me voy con él, es diferente, tengo miedo. —. Papá. La mano de Leonardo rodea con firmeza mi muñeca y suelto un grito sosteniéndome de mi padre. —¡Papá! Papá ayúdame, no quiero, no me dejes ir con él! —me sostengo de su brazo con fuerza. —Lo siento cariño, debes irte con tu esposo. Grito llorando mientras me esfuerzo por sostenerme de él de alguna manera, su saco resbala de mis manos con el tirón que me da Leonardo, me saca a la fuerza de la casa, pero yo pongo resistencia. —¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Déjame! ¡Quiero estar con mi familia! —me sostengo de la puerta, pero mi mano resbala, no me rindo y sigo haciendo resistencia hasta que él me lleva a su espalda y solo puedo ver el piso desde su altura. —. ¡Déjame maldito infeliz! Pataleo y pataleo pero él es fuerte, muy duro y fuerte, me siento como una muñeca en sus brazos. Muchos mafiosos suelen tener su pistola detrás de su cintura, con sigilidad meto mi mano debajo de su saco buscando su pistola. —No te atrevas —advierte con su voz demandante y gruesa. Jalo la pistola de su cintura y la observo. Pesa. —Bájame ahora —ordeno. —Yo que tú no haría eso —amenaza. Quito el seguro y suelto el primer disparo en el suelo. —Si no me bajas ahora voy a dispararte en un pie —amenazo. Siento mi cuerpo sobre un asiento de golpe, desapercibida me arrebata la pistola y me apunta con ella. —En toda la vida que nos queda por delante te atrevas a hacer eso otra vez, ¿me entendiste? —exclama. Su voz, su rostro, todo de él de la nada ha dado un cambio radical, la crueldad en su mirada, es como si me estuviese demostrando quien es en realidad. —Púdrete —escupo con rabia. —Que seas mi esposa no te salva de Lucifer —sentencia con la mandíbula apretada, guarda su pistola y tira de un portazo la puerta de mi asiento. Mi respiración se agita, sostengo mi pecho del dolor intenso que siento, en silencio mis lágrimas descienden de mi mejilla, el dolor es tan profundo que siento que me roba el aire. Trato de calmarme porque sé que puedo sufrir un desmayo si no lo hago, a donde sea que me lleve ese loco, pienso escaparme, prefiero morir que dejar que me haga la vida un infierno. Llevamos casi una hora en su camioneta, sus hombres nos siguen, he intentado abrir las puertas pero tienen seguro, y no me sorprende. Veo que se adentra a un lugar muy solitario, hay muchos árboles y no veo muchas casas que digamos. Gira a la izquierda quedando frente a unas puertas, las cuales se abren dejándolo pasar, estaciona frente a una mansión y baja de la camioneta. —Baja —me ordena. Yo lo ignoro. —Que bajes te digo —exclama abriendo la puerta y tomándome del brazo como lo que es, un animal. —¡Suéltame animal! —me sostengo de la puerta del auto para no dejarlo arrastrarme tras él. —¡Estoy perdiendo la paciencia maldita estúpida! —tira de mi brazo fuertemente, mi mano resbala de la puerta de la camioneta, mi uña se dobla y grito del dolor. Se detiene y toma mi mano, la uña sangra, está rota. Sin piedad alguna me la arranca completamente, provocándome un grito desgarrador.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD