Regina estaba montada sobre Connor, brincando de arriba abajo, se sujetaba los pechos y mordía su labio inferior, se sentía tan bien, era tan satisfactorio poder sentir cada centímetro de su esposo.
Sus gemidos eran potentes y excitantes, Connor nunca antes la había visto tan viva en el sexo, tan salvaje y deseosa, sintió como las caderas de Regina se movían en círculos y sintió que estaba en la gloria, su cavidad era perfecta, húmeda, cálida y esos gemidos de placer, recordó como otro hombre la tocaba y eso lo hizo enojar, la tomó de las caderas y la empujó contra la cama, la hizo darse vuelta y abrió sus nalgas para encontrar esa cavidad inexplorada.
—Connor.
El único lubricante que él usó, fue su saliva misma, entró en ella con lentitud, mientras que Regina se retorcía un poco debajo
