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BROKEN ANGEL

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Blurb

La risa frívola y estridente proviene de todos lados, no tiene caso que gire en su dirección, podría estar tanto frente de mí como detrás. Estoy horrorizada y me siento como una completa tonta.

—Joelle, preciosa —dice sin emoción alguna—, ¿tienes miedo?

¿Qué si tengo miedo? Tengo tanto miedo que prácticamente lo exudo. Mis piernas tiemblan como si no hubiera un mañana y mis dientes no dejan de castañearme. De todas las cosas que me trajeron aquí, lo que dije, lo que no dije, lo que me faltó hacer y lo que no debí, sobre todo lo que no debí…Ojala pudiera borrarlo y empezar otra vez, ojala le hubiera dicho a mamá desde el principio.

—¿Lo tienes? —. Susurra en mi oído izquierdo al tiempo que lo siento deslizarse y tomarme de la melena. Sus dedos largos y sus uñas afiladas recorren mi nuca sin descaro alguno—. No hay porque temer, mi Joelle. Ya lo sabes, ¿no? Solo el miedo trae a la vida a los monstruos. Y tú no quieres traer al mío.

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BROKEN ANGEL  Lilí Guatemala *********** Para el monstruo bajo mi cama que me quitó noches enteras de sueños tranquilos para darme esto: un ángel roto. ************ -UNO- Las gotas de lluvia golpean el cristal del autobús. Desde la distancia pudimos observar como las nubes encapotadas se cernían sobre nosotros, primero cruzamos una fina capa de llovizna, ahora la tormenta nos azota. El paisaje antes gris pero vivo, ya solo es un manchón de agua. El constante y fuerte repiqueteo del cristal al ser golpeado por las trémulas gotas de lluvia, ahoga los horrorosos ronquidos del pasajero del asiento de atrás. Un oso, una morsa…No sé a qué se asemeje más, pero sin duda, no me deja conciliar el sueño. —¿No puedes dormir, querida? —La voz suave de mamá suena adormilada, pero mis sospechas me dicen que se ha despertado en cuanto nuestro vecino de atrás comenzó a roncar. La veo tallarse el ojo derecho y ahogar un bostezo. Sus facciones finas, sus labios rosáceos, la melena rizada y azabache que anudo en un moño…Mamá es hermosa, sí. Y entonces, reparo en el moratón de su cuello. No aparto la mirada y ella lo nota. Me esboza una sonrisa y antes de que diga lo que sé que dirá, me adelanto y la tomo de ambas manos. —Todo estará bien esta vez. Estaremos bien. Me sonríe con ternura y baja la mirada. La sigo por curiosidad, pero cuando reparo en que lo que mira es la fea cicatriz en mi muñeca izquierda, siento la necesidad de taparla con la manga de mi cazadora. —Lo siento —masculla—. Todo es culpa mía. —No empecemos esta discusión, mamá. Volvamos a intentar dormir. Frunce los labios y se traga las palabras que desea decirme. Muy en el fondo, sé que de ser posible, ella tomaría todo mi dolor para sanar mis heridas, sin embargo, sé que el dolor que ella tiene es mucho mayor, y no creo que pueda con la carga del mío. —Estaremos bien —afirmo, y por la gracia divina sueno tan convincente, que ella se relaja y suspira. Deposita un beso en mi mejilla y se repantiga en su asiento. Quiero creer en mis propias palabras, creer que esta vez estaremos bien. > La pregunta me asalta como de costumbre. Y sí, ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántos meses? ¿Días? Mi vida no solía ser así. Hubo un tiempo en que podía llegar a casa con tranquilidad, salir a jugar con mis amigos, caminar de la mano de papá y de mamá. Pero de eso ya hace mucho…Tengo tan grabados los primero gritos en mitad de la noche, los vasos rotos, la silla volando, el llanto. Miro la cicatriz en mi muñeca y es tarde para cuando el picor en mis ojos anuncia no otra cosa más que lágrimas. Me apresuro a limpiarlas con el dorso y fijo la mirada al frente. A las grecas rojas, naranjas y azules de los poco cómodos asientos del autobús. Del autobús que mamá y yo abordamos en medio de la noche con nada más que las mismas maletas viejas para escapar en caso de ser necesario. Vamos de camino a un lugar nuevo, un lugar donde nadie nos conozca, donde nadie se pregunte “¿Quién rayos es Joelle Durand?” Quiero tener esperanzas de que al menos podré terminar el ciclo escolar, o de que mínimo me permitan incorporarme. Poco a poco me obligo a solo concentrarme en el golpe de la lluvia, imaginando que lo siento golpearme a mí. En mis manos, mis hombros, mi rostro. Y así, me logro quedar dormida, sin soñar, sumida en una oscuridad placentera. Al descender del autobús un olor dulzón se cuela por mis fosas nasales: maíz, azúcar, leche, canela... No me toma mucho encontrar la fuente. Justo a nuestra izquierda, una mujer de mediana edad se nos acerca con un canasto grande, remueve con la mano libre el mantel rojo a cuadros con el que cubre el contenido.            —Panque de elote —dice—, ¿gusta comprar un poco? ¡Es panque de elote recién horneado!            —Por aquí, por favor—. Mamá rebusca en su bolsa de mano, saca los lentes, la libreta con direcciones y números de teléfono, el gas pimienta y muchas otras cosas que no son lo que busca, pues el pequeño monedero con cambio para estos casos, se rehúsa a salir. Consciente de que la mujer con el canasto parece un poco irritada, busco en mis pantalones. Cuando mis dedos tocan el billete de cien que pensaba usar para la pizza de anoche, sonrío para calmar a la mujer y evitar que se vaya.            —¿Cuánto es por dos? —pregunto.            —Son dieciséis, señorita —. Me dedica una media sonrisa, sus hoyuelos se marcan y con una bolsita de papel y en un ágil movimiento, mete dos rebanadas del panque.            —Gracias—. Mamá luce apenada y toma con cuidado la bolsita de papel con lo que seguro será nuestro desayuno y almuerzo. Al menos hasta que lleguemos a donde tenemos que llegar.            —¿Son…—inicio la mujer mientras contaba el cambio que me entregaría—. Son nuevas en Richfort?            —No —.Mamá se apresuró a responder y lo hizo tan rápido que despertó aún más curiosidad en la mujer.            —No es nuestra primera vez aquí —intervengo.            —¿Ah no? —su voz suena como quien mete las narices en donde no le llaman. Pero estaba bien, ella podía ser la mujer que se encargaría de hacerle saber a todos que solo éramos una madre y su hija para nada interesantes, y nos quitaría la atención si se encargaba de dar el resumen insulso sobre nuestra presencia ahí.            —No. Mi madre y yo solíamos venir de visita con su amiga, Lucinda, ¿la conoce? —sus ojos chispean mientras explora en su caja de información mental. Claro, que en un pueblo con más de dos mil personas, no es posible que conozca a todas las Lucinda, y menos a la Lucinda falsa que me acabo de crear.            —¡Ah, pero claro! ¡Lucinda! —finge recordar, o quizá piensa en otra Lucinda.            —Es una pena que se haya mudado hace un par de años —miento y eso la descoloca.            —Una pena…            Mamá contiene una risotada. Creo que jamás se acostumbrara a verme mentir cada vez que llegamos a un nuevo lugar.            —Pero al tener conocidos aquí, ella nos recomendó una muy bonita casa en alquiler —y con esa frase pongo en marcha nuestra cuartada: Una madre soltera y su hija en busca de la renta de una casa—. Ya sabe, mientras mi padre está en el servicio militar, mamá y yo buscamos una casa acogedora para los tres—. Y claro, no me podía faltar el papá amoroso y héroe falso.            —Eso es bueno —la mujer comienza a perder interés—. Que les vaya muy bien, sean bienvenidas a Richfort.            —¡Gracias! —respondemos al unísono.            La mujer se aleja con su canasta mientras ofrece a los demás pasajeros de su panque. Mamá me toma de la mano y con la otra se aferra a su maleta. Las rueditas suenan agotadas, pero no cesan, al igual que las piernas de mamá, que con un tap, tap, tap, nos guían a una mesita de la central de autobuses.               —¿Quieres un café, cariño? —me ofrece.            —Sí —respondo.            Mamá se aleja en cuanto acomodamos las maletas a nuestro lado, yo saco de su bolsa de mano la libreta con las direcciones. Esta vez es una casa, y me sorprende mucho, porque encontrar una casa a un precio de alquiler bajísimo, es una proeza.            —Gracias, Shannon —murmuro.            Shannon es la directora de un grupo que se encarga de ayudar a mujeres y niños que pasan por una situación similar a la nuestra, casos en donde la policía no hace mucho, o no hace nada.            En la libreta de direcciones está escrito con la elegante letra cursiva de mamá el nombre Carcere. Esa debía ser la calle, y el número era el trece.            —Angeli mansionem —trato de pronunciar las palabras que mamá remarco dos veces. Supongo que esa debe ser otra forma de llamar la calle.            Mamá regresa con dos cafés, uno con leche espumosa para mí, y otro negro y sin azúcar para ella. El panque de elote es una delicia. Es dulce y suave, y su sabor se completa a la perfección con el amargor del café. Luego de que ambas nos tomamos un tiempo en silencio mientras nos damos fuerzas para comenzar desde ceros de nuevo, nos levantamos animadas.            —Los comienzos son buenos —dice—, los finales no tanto.            Le sigo el ritmo, que si bien al principio se ve confiado de que vamos en la dirección correcta, luego de unos minutos se vuelve nervioso y confuso.            —Mamá —la llamo—, ya hemos pasado por aquí dos veces —.Y señalo con una mano el quiosco a nuestro costado.            Hace tanto calor que ya no distingo si mamá se ruboriza por la vergüenza de habernos perdido, o porque el sol abrazador ya nos ha besado lo suficiente. Ya tiene un buen rato que me saque la cazadora, y en serio que lamento no haber optado por usar una blusa ligera el día anterior, justo ahora, la camiseta de manga larga me parecía una verdadera tontería, al menos aquí, donde la costa está a escasos minutos a pie. Incluso podemos escuchar el retumbar de las olas y el canto hueco de las gaviotas y uno que otro pelicano. Todo esto es un contraste extraño. Horas antes estábamos en el otro lado del país, en una ciudad fresca por las noches y cálida en el día. Ahora estamos en una mezcla curiosa entre pantano y playa.            —Mamá, deberíamos preguntar.            —¡No! Yo lo arreglo, cielo. Yo lo arreglo.            Como siempre se rehúsa a pedir indicaciones por temor a llamar la atención más de lo normal. Gira en varias direcciones hasta que busca algo que la ayude.            —¡Ahí! —señala una tienda —. Conseguiré un mapa —anuncia y se aleja.            Suspiro divertida. Un mapa, un mapa que ninguna de las dos sabrá como leer. Me doy la vuelta para mirar hacía el pequeño parque donde está el quiosco blanco como mármol. Es pacifico, sí, y muy lindo. Debo admitir, que este lugar luce agradable, hasta podría enamorarme de el.            Por el rabillo del ojo capto a dos viejitos que juegan ajedrez en silencio. Se cobijan bajo la sombra de un árbol, que creo que es un viejo nogal.            —Buenos días, caballeros —me acerco y hago mi voz más amable para atraer su atención. Uno de ellos levanta la mirada y se ajusta sus lentes para verme mejor. El otro sigue concentrado en su jugada, analizando las piezas de su oponente. Miro el tablero una vez y vuelvo al hombre de cabellos blancos y ojos azulados.            —¿Qué necesitas, jovencita? —dice con voz serena.            —Me preguntaba si podrían indicarme como llegar a la calle Carcere —espero no haberlo pronunciado mal.            Frunce el ceño y se lleva una mano a la barbilla —. Es a dos cuadras de aquí, siguiendo por la calle principal —y señala a mis espaldas.            Pero antes de que le de las gracias, el otro hombre se endereza y habla con voz ronca—. Si no mal recuerdo hay dos calles llamada así en Richfort.            —¿Ah sí? —pregunto.            —Sí, una es más famosa que la otra —añade—. ¿Tienes más detalles? Para saber a cuál de las dos vas.            —¡Claro! —respondo luego de pensar para traer a mí las otras dos palabras que leí en la libreta —. Angeli mansionem— balbuceo.            Y lo que veo a continuación, no me gusta. El primer hombre, el de ojos azules, se crispa de inmediato y aprieta los labios, como conteniéndose para no decir nada. El otro se gira despacio y su expresión no refleja nada.            —¿Estás segura? —inquiere con los ojos clavados en mí.            —Sí…            Asiente una sola vez y se gira para señalar una parada de autobús.            —Debes tomar el autobús ocho y pedirle que te baje en la calle Carcere —y lo pronuncia del modo correcto, o eso es lo que asumo.            —¡Bubba! —le reprende el otro con nerviosismo, se le acerca y con voz baja le susurra —. Pero sí es una niña.            —Ella pregunta cómo llegar, solo estoy respondiéndole.            —Pero, Bubba, es esa casa…La casa.            ¿A que se refieren con la casa? —Gracias por las indicaciones, caballeros —vuelvo a mirar el tablero, solo para no recaer en sus miradas preocupadas—. Su caballo a e3. —¿Cómo? —pregunta el hombre que se llama Bubba —baja sus ojos al tablero al tiempo que sonríe con arrogancia al saberse ganador —Jaque… Pero estoy muy lejos y no escucho el mate. Mamá regresa al lugar donde me dejo, sin saber que al igual que ella, acabo de volver también. —En este…—anuncia mientras desdobla el mapa con cuidado. Pero mi risa la interrumpe. Y no hace falta más que nuestras miradas se encuentren para que se dé cuenta que hice lo que ella no quería —. Bueno —suspira exasperada—, ¿qué averiguaste? —Hay dos calles con el mismo nombre aquí, y me parece que estábamos yendo a la incorrecta. —¿¡De verdad!? —levanta las cejas y se tapa la boca—. Pero que tonta, tonta, tonta soy… —Mamá —le tomo del rostro como ella me lo toma a mí en situaciones así—. Eso no es cierto. Niega una vez y se vuelve a colocar esa sonrisa sincera de siempre. —¿A dónde hay que ir? —A tomar otro autobús. El autobús número ocho no tarda mucho y en el trayecto ambas apreciamos el paisaje blanco y verde que se agolpa a nuestros costados. Las casas son grandes, de madera y con ventanas y balcones que se me antojan exagerados. Hay muchos árboles de gran tamaño, frondosos y con hojas que cuelgan como si fuesen lágrimas. Entre más nos adentramos, la playa queda más lejos y el ambiente tropical es sustituido por uno más siniestro. —Me agrada —digo sorprendida con este nuevo descubrimiento. —¿Te gusta? —incluso mamá se ve alarmada ante este detalle—. ¿Este lugar te gusta? Miro a mamá, con su atuendo colorido y luego me miro a mí, con mis colores neutros y a veces fríos. Sin duda en eso somos tan diferentes. Ella debe estar aterrada de este lugar. —Sí —admito. Mamá rueda los ojos y se rodea con las manos—. Para gustos los colores. Sí te… Agrada, está bien para mí. —A ti no te gusta —le digo. —¿Me preguntas? —No, lo afirmo —trata de ocultarlo pero sabe que es imposible. —Sí, tienes razón. No me gusta. >. Pienso y desvió la mirada. ¿A qué se referían con eso? ¿Algo malo pasó ahí? ¿O nos estafaron? Imposible, Shannon nunca nos mandaría a un lugar así. Y al final de la calle Carcere hay una casa en donde la maleza no ha sido cortada en años, la vieja reja esta vencida y hay una ventana rota que nos saluda como la sonrisa chimuela de un niño pequeño. Es de dos pisos, de aparente color verde, porque ahora se ve marrón. Una hiedra trepa por el costado izquierdo y se enreda a todo cuanto le queda a su paso, llega hasta el balcón, donde sus flores purpurinas y en forma de mariposas con las alas extendidas, se ven como polillas vivas que se aferran a la casa. Las escaleras de la entrada están llenas de tierra, hay latas de cerveza y muchas colillas. —No puede ser…—exclamamos. —¿Estás segura que es aquí? —pregunto alarmada mientras mamá revisa su libreta con anotaciones. Y es su mirada y el hecho de que se muerda el pulgar nerviosa, lo que me dice que en efecto, este es el lugar. —Shannon jamás…—comienzo, pero me pone el dedo índice sobre los labios y se saca el teléfono de prepago que compró en la tienda de conveniencia. Teclea el número que ya se sabe de memoria, pone el altavoz y ambas esperamos con el corazón pendido de un hilo. —¿Diga? —Shannon —habla mamá con voz temblorosa. —¡Sophie, Joelle! ¿¡Están bien!? —¡Sí! —responde mamá aliviada—. Estamos bien, hemos llegado a la casa…Pero, pero…Pero —no se atreve a decirlo. —Shannon, la casa es una cosa pero bárbara. ¿Estás segura que es aquí? —¿Están en Angeli mansionem? —pregunta. —Sí —asiento con la cabeza—. De la calle Carcere del pueblo de Richfort. —¿Es una casa de dos pisos? ¿Verde? ¿Con un jardín al frente y uno en la parte de atrás? —Sí, amm —dudo—, supongo que sí y no hemos visto atrás. —El casero me envió las fotos, dice que la llave está dentro de una lata de chicharos que dejó en la entrada, oculta entre unas macetas. Llevo la mirada al frente, avanzo con el teléfono en mano y me parece absurdo esconder tan bien una llave cuando claramente se ve que aquí, no hay nada de valor. Al tocar la rejilla esta se cae y al hacerlo, levanta polvo. —Joelle…—mamá me llama con voz temblorosa—. ¡No vayas! Hago caso omiso y sigo caminando con pasos cuidadosos, hay tanta hierba que me da miedo pisar alguna serpiente. En cuando estoy un poco alejada, quito el altavoz y me pongo el teléfono en la oreja. —Shannon, ¿puedo preguntarte algo? —Claro, pequeña. —¿Algo malo paso en esta casa? ¿Por eso al alquiler tan bajo? Hay un breve silencio y escucho como teclea en su ordenador. Entonces se carcajea para ocultar su nerviosismo. —No hubo ningún asesinato, por si eso te preocupa. —De acuerdo, no asesinatos, pero…¿algo más? —Te gustan las películas de terror, ¿cierto? —Sí. —Pequeña, puede que no te gusten tanto a partir de ahora. —Oh…—y no necesito preguntar más. Busco la lata y al encontrarla, deseo no haberlo hecho. Al meter los dedos una araña se desliza sobre mi mano, subiendo a pasos agigantados. Pego un grito y saltó hacía atrás, mi pie ya no está sobre el escaloncito. Demonios, me voy a caer>>. Todo pasa tan rápido, la arañita salta hacía la ventana mugrienta, mi pie se resbala, pero en vez de caer hacía atrás como debería ser lo lógico, me deslizo a mi derecha y me estrello contra el muro de madera. —¡Joelle! —mamá grita y es cuando decide cruzar y acercarse a mí. Como no comprendo lo que paso, me quedo quiera un rato mientras trato de asimilarlo. —¿Te encuentras bien, cariño? ¿Te lastimaste? ¿Te duele algo? —Estoy…—me separo del muro y reviso mi mano. Libre de araña y con la llave de metal entre mis dedos apretados—. Bien. —Me asustaste. —Lo siento, era una araña. El rostro de mamá se contrae. Odia los bichos. En algún punto el teléfono se cayó, así que lo levanto, lo desempolvo y vuelvo a colocar el altavoz. —¿Todo bien? —Shannon pregunta. —Pues…—quiero decirle que la verdad no, que este lugar esta como para invocar en las noches, o que es un set perfecto para una casa del terror. —Abran la casa. Entren, por fuera debe verse fatal. —De acuerdo —asiento y meto la llave en la puerta. La hago girar en la dirección incorrecta la primera vez, pero en la segunda, escuchamos el click que nos dice que podemos pasar. Aprieto los labios y mamá se me cuelga al hombro para asomarnos por la pequeña apertura. Y entonces, pasa lo impensable. —Vaya…—suelto—. Vaya, vaya, vaya… Escucho la risa de Shannon, una risa de satisfacción. La vista de afuera era una fachada tosca y aterradora. Por dentro la casa no se parece en lo absoluto. Sí hay vidrios rotos, de la ventana que rompieron, seguramente anoche o días antes de que llegáramos. Pero por dentro, los muebles retros, están bien conservados. —¿Años sesentas? —pregunta mamá. —No, de los cincuentas —corrige Shannon. En el interior de la casa predomina el color amarillo, o bueno, el blanco pero percudido por el tiempo. El papel tapiz tiene unas rosas rosadas sobre un fondo crema más claro que el de los muebles. Hay sofás con holanes, cuadros de madera con diferentes paisajes. Lámparas con más adornos que mi traje de bautismo. Las cortinas de las ventanas son lo único que desentona por completo, ya que son oscuras y pesadas.            —Seguramente para ocultar la casa a los ojos curiosos —murmuro.            —¿Qué ojos curiosos? —mamá parpadea.            —Sophie, veras…—antes de que Shannon le revele información innecesaria levanto la voz, esperando que la mujer al otro lado de la línea capte mi mensaje.            —¡Estoy muy sorprendida! Por fuera se ve una casa espantosa, pero por dentro es muy acogedora. Será muy agradable estar aquí, ¿no es así, mamá?            —Sí, tienes razón. Shannon, la casa es preciosa. Muchas gracias.            Hay un silencio incomodo que por fortuna mamá no nota, sigue perdida entre la decoración antigua de la casa y sus toques rosados y verdes.            Carraspeo para que Shannon regrese del trance al que se ha ido, seguramente, debatiéndose entre decirle o no a mamá lo que sabe. Yo por mi parte, no deseo saberlo. Y estoy segura que de enterarse mamá, preferiría mil veces quedarse a dormir en la estación de autobuses y tomar sus duchas en los baños con toallitas desinfectantes.            Finalmente, Shannon regresa, y acierta a decir un: Cualquier cosa que necesiten, lo que sea, llámenme, atenderé sin importar la hora.            El tour por el primer piso es sencillo. Una cocina de buen tamaño con el comedor dentro, que consiste en una mesa circular de madera con un largo mantel empolvado, y solamente tres sillas con un acolchado a cuadros verde oliva y amarillo cenizo. Sobre la misma, hay una araña con tres tulipanes de cristal, no sé si son los focos o dentro de ellas están los reales pero de menor tamaño, algo muy curioso y lindo. La cocina tiene una ventana amplia, las cortinas aquí son de aspecto vaporoso. Tela blanca que se mese cuando una pequeña ráfaga de viento se cuela. Mi curiosidad es captada por la breve vista que aparece cuando la cortina se balancea. Me acerco al borde del fregadero y extiendo una mano para correrla por completo.            —Mamá, mira esto —la llamo y al girar para verla, me la topo con la cara metida en un refrigerador compacto con una gran manija de metal en el costado izquierdo—. ¿Eso al menos funciona aún?            —Ni idea, corazón. Pero habrá que averiguarlo —y entonces sus ojos se abren como platos y puedo ver un brillo de emoción en ellos.            —Es hermoso, ¿verdad? —pregunto. Y tanto ella como yo nos pegamos al fregadero para admirar el jardín de la parte trasera.            —¿Por dónde salimos? —dice y busca con la cabeza alguna puerta que nos lleve al exterior.            —Esa de ahí —avanzó hasta una puertecita blanca con un vitral en la parte central. Giro la perilla que chilla como una escandalosa y permito cruzar primero a mamá. Pero antes, me detengo a mirar el vitral. Mariposas blancas que se posan sobre flores rojas.            Cuando pongo un pie fuera el aroma salvaje de un montón de agua estancada y flores silvestres me golpea. La hierba esta algo alta, pero no demasiado como en la parte de enfrente de la casa. Hay un estanque que espero no tenga peces ni otros animales… Y sobre el un montón de cosa verde que no logro identificar. No hay cerca alguna, por lo que la única separación que existe son el montón de árboles gigantes cuyas copas se enroscan unas con otras. Más allá no se puede ver mucho, salvo una especie de oscuridad siniestra y atrayente. Pero lo que nos ha cautivado no es eso, si no que todo está tupido de flores, blancas, amarillas, lilas, rosadas. Y todas ellas reposan en una cama de hierba de un verde intenso y vibrante. Y en el centro, una casita.            —Parece sacado de un cuento —añade mamá.            —Sip —camino hasta la casita de mármol. Y entonces, cuando estoy por poner un pie en el primer escalón, me congelo. Hay figuras de ángeles en ambos lados de la entrada con espadas apuntando hacía la puerta. Una gran puerta alta y oscura que tiene una inscripción tallada sobre el granito que la corona en la parte superior: Que el descanso sea largo y placentero

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