Los rayos de sol se cuelan por la ventana, las suaves cortinas se mesen. Siento que se burlan de mí. Mis brazos se sienten extrañamente pesados, mi cabeza palpita y apenas y puedo abrir los ojos. No pude dormir absolutamente nada. Tan solo hace unas horas desperté en medio de la oscuridad, aterrada mientras me encogía y me aferraba a las sabanas buscando indicios de lo que sea que haya estado en mi cama. No encontré a nadie, no había rastros de intrusos, todo en un silencio casi abismal, de no ser por los grillos cantores y los búhos que acechaban afuera entre los árboles.
—Debo estar…loca —susurro y me obligo a incorporarme—. Ya no veré tantas películas de miedo—. Y es una promesa, que quizá no cumpla al pie de la letra, pero…Después de esto, quizá las deje por un par de semanas.
—¡Cielo! —mamá abre la puerta blanca de la habitación. Lleva un traje n***o y una hermosa blusa rosada bien planchada. Me pregunto cómo lo logró si no hemos traído ninguna con nosotras. Me pierdo en sus pendientes de perlas falsas mientras se encamina hasta mí y se sienta sobre la cama—. Cariño, te ves muy cansada. ¿No pudiste dormir?
—No del todo —que mentirosa soy.
—¿Estarás bien hoy?
—¿Yo sola? —ella asiente—. Claro que sí, mamá. No te preocupes.
Mamá va a comenzar a trabajar en el centro comercial, lo hará como vendedora de perfumes. Todo eso gracias a la siempre buena Shannon.
—Esto…—me pasa un sobre tamaño carta—. Son los papeles para tu inscripción.
Siempre guardamos copias de nuestros documentos personales en las maletas. Y cada vez que llegamos a otro lugar, nos damos cuenta de la gran importancia que tiene hacerlo.
—Gracias, mamá.
—¿Podrás llegar tú sola? —me mira con ojos cristalinos.
—Claro que sí —la tomo de una mano y se la aprieto para infundirle valor—. Ya tengo diecisiete y me has enseñado muy bien.
Mamá me abraza con fuerza. De ella emana una suave y rica fragancia a naranja y miel. Su cabello levantado en una coleta me hace cosquillas. Tiene muchísimo cabello, cosa que me heredo, pero por desgracia, mi genética se rehusó a recibir los agraciados y bien definidos rizos azabaches de mamá. Y en cambio, soy poseedora de una exuberante melena que parece siempre alborotada, no tengo rizos, más bien son hondas a medio formar y de un tono marrón.
—Cualquier cosa… Lo que sea, debes llamarme. ¿De acuerdo? —se saca el otro teléfono de la mochilita que lleva sobre un hombro.
—Lo haré, mamá.
Entonces se pone en pie, me besa en la frente y me da otro abrazo de oso antes de dirigirse a la puerta y emprender su camino al trabajo. Me preocupa más que ella llegue a confundirse y perderse, pero algo me dice que debe ser aún muy temprano, y previendo lo mismo, ha salido con un par de horas de antelación. Que lista.
—¡Te quiero, mamá! —le grito. Y desde la planta baja me llega su respuesta.
—Y yo a ti, leoncita.
Esbozo una media sonrisa —Leoncita... —me burlo—. Hace mucho que no me llama así.
En cuanto me levanto quiero volver a la cama. Pero no puedo hacerlo. Esta casa debe quedar más o menos decente hoy mismo. Debo ir al instituto, inscribirme y hacer las compras de la semana. Así que me dirijo al hermoso baño jade. De verdad me fascina, tan elegante y colorido que casi y no me importa llenar la tina con agua helada para darme un buen baño. Me paso un buen rato tallando y oliéndome la piel hasta que siento que ya no huelo más a autobús y espacios llenos de personas. Sí hay algo que detesto es el olor a las multitudes que se aglomeran al viajar. Cuando me siento satisfecha me cambio, buscando en mi maleta una blusa sencilla de color vino, mis jeans blancos de siempre y mis botas negras. Me ajusto la mochila y me cercioro de que dentro del sobre vayan todos mis documentos. Al no faltar nada, me reviso en el espejo. Ato mi cabello en una coleta alta y me pongo las gafas… Una cuatro ojos pero con estilo, porque mis gafas no son como botellas. Mi miopía no es tan avanzada, al menos por ahora. Me doy un par de vueltas para mirarme mejor, no es que me importe mucho mi apariencia, pero ya sabes, dicen que la primera impresión cuenta mucho. Y sí me aceptan en el instituto, espero no llamar la atención. Me veo normal. Como una chica más.
—Bien…Me veo razonablemente común —me digo y bajo las escaleras de dos en dos. Tomo la llave de la casa que dejamos en la mesa de la cocina y salgo cerrando tras de mí. Reviso que este bien cerrado y comienzo a avanzar. Cuando estoy a la mitad de la calle me siento extraña, algo así como nostálgica. Así que me doy la vuelta, pongo los ojos en la casa y logro atisbar como la cortina del gran ventanal se mueve. Un escalofrió me recorre, así que giro de golpe y acelero mis pasos.
No me toma mucho llegar hasta el instituto, de hecho, luego de preguntar a una mujer en la parada de autobús, supe que podía llegar a pie. Un largo camino enfilado con grandes árboles a sus costados me guía hasta la zona este de Richfort, en donde luego de 15 minutos caminando, llegue a la saliente, topándome con un zona abierta y llena de más calles y grandes casas y edificios. El olor del mar se empezó a colar, y cuando mi coleta se empezó a agitar, supe que el mar no estaba demasiado lejos. El ritmo del pueblo es algo movido, hay gente caminando de aquí para allá con bolsas de mercado, y mochilas. Creo que esos deben ser alumnos. Una torre blanca se yergue en el centro de un pequeño parque. El reloj marca las diez para las ocho. Sigo a un par de chicos y chicas de mi edad de forma discreta. Y cuando la verja verde olivo se hace presente junto con el nombre “Preparatoria Richfort”, canto una victoria en voz baja.
Cruzo la entrada en silencio, mirando de un lado a otro en forma cautelosa, topándome con un extenso jardín verde. La entrada al complejo es más pequeña, siendo este un pasillo con un techo del mismo tono verde que el de la verja. Una mujer flanquea la entrada, caminando con pasos cortitos haciendo sonar sus tacones mientras sonríe y saludo a los alumnos que vienen tarde. Entonces me mira por un segundo, frunce el ceño y arruga su pequeña nariz.
> le digo con un asentimiento de cabeza. Ella lo comprende de inmediato y se acerca. Pero, algo a mis espaldas hace que siga caminando de largo mientras me toca un hombro para hacerme esperarla. La sigo con la mirada y me sorprendo cuando con un dedo señala a un chico alto y de cabellos oscuros. Lleva la mirada más sería y fría que haya visto nunca. Hasta siento que quiere matar a la mujer.
—Señor, Velkan, ¿cuántas veces he de pedirle que no use esos artefactos para venir al instituto? —la mujer señala con un ademan despectivo las perforaciones en su oreja. En ambas lleva dos piedras negras y brillantes, y de la izquierda pende una especie de colmillo rojo que destella con el sol. Se ven atemorizantes y muy llamativos. Cuando el chico nota mi mirada curiosa, dirige sus ojos a mí. Ojos tan negros e intensos que me sofocan, obligándome a apartar la mirada. Me aferro a los tirantes de mi mochila y trato de no pensar en lo terriblemente atractivo que es. Ojos profundos, cejas gruesas, barbilla cuadrada y nariz recta. Luce como de mi edad, pero a la vez, ligeramente mayor.
> Pienso antes de que en un segundo, se me revele el rostro triste de la noche anterior. Sacudo la cabeza en un intento desesperado por borrarlo. Ya que, ahora que lo pienso, no sé si aquella invención me produce terror, o más bien, una pena que me embarga.
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NOTA:
Hola! Estamos de vuelta y con capítulos diarios, bueno, en realidad, mitad del capítulo (Perdón, es porque voy muy lenta para escribir)
Espero que está historia les agrade, ya saben, por favor dejen un comentario, me encanta leerlos.
Un abrazote y un saludo ! :)