No me detengo por nada del mundo, quizás es producto del pánico del momento, pero lanzo un codazo hacia atrás y siento el impacto contra algo medio blando, y otro alarido de dolor que estalla detrás de mí. Mi corazón late frenético, como si estuviera a punto de estallar, pero no pienso en nada más que en escapar y corro, corro con todas mis fuerzas, aunque de pronto no siento a nadie detrás de mí. Las sombras se mueven a mi alrededor y las luces del estacionamiento parpadean, distorsionadas por el pánico. Mi respiración es irregular, entrecortada, como si estuviera corriendo por un túnel interminable. Cuando veo a Henry, uno de los guardias de seguridad, me arrojo hacia él sin pensarlo dos veces. Siento las lágrimas quemando mis ojos, con la adrenalina todavía corriendo por mis venas.

