El silencio dentro del SUV es cómodo, hasta que deja de serlo. Mis manos se mueven sin descanso sobre el vestido de satén n***o que he elegido, alisando una arruga inexistente, acariciando la tela como si eso pudiera calmar el torbellino que se revuelve dentro de mí. Tengo los ojos vendados, y eso solo intensifica la inquietud que llevo días creciendo en mi pecho. Puedo sentir cada tramo del camino, cada curva y cambio de velocidad. No tengo idea hacia dónde vamos. Lo único que sé es que Gedeón está a mi lado… y que trama algo. —¿Puedes al menos darme una pista? —preguntó por décima vez, quizás la vigésima. O la centésima. Ya perdí la cuenta. Él suelta una risa suave y grave, una de esas que me provocan escalofríos, no solo por su tono sino por lo rara que se ha vuelto últimamente. Habí