EPÍLOGO

1353 Words
Esa ventana es la única que la mantiene cuerda… pasa los días sentada ahí, mirando hacia la nada – todo habría sido tan diferente si nadie nos hubiera interrumpido – en su rostro se dibujaba una siniestra sonrisa – no te lamentes más. Ahora estamos juntos, yo estoy aquí contigo y nadie, nunca nos va a separar de nuevo – una lágrima rodó por su mejilla – ¿lo dices en serio?, ¿sabes que todo lo hice porque yo te amo verdad? – en su distorsionada conciencia lo veía junto a ella – ¡claro que lo sé! Yo también te amo mi amor… – cerró los ojos al recibir aquel anhelado abrazo.   – Cada tarde transcurre así desde el día en que fue internada en el Instituto Psiquiátrico. Han pasado cuatro años desde aquel “incidente”. Y por más terapias psiquiátricas que recibe, nada cambia. En este sanatorio se ha hecho lo que se ha podido, aun sabiendo que nada cambiará; jamás mejorará – la doctora George observaba a través del cristal a Iyari hablando sola, en su habitación. A un costado, Albert, escuchaba atentamente, no podía creer que una mujer tan joven y bella estuviera inmersa en un mundo del que no tenía escapatoria, para él, se había convertido en una necesidad publicar aquella historia – ¿podría hablarme un poco más a cerca de ella? – curioso se acercó hasta tocar con la palma de la mano el cristal por el que observaba a la paciente mientras que la psiquiatra asintió sin apartar la mirada – ¿tiene tempo? Hay mucho que contar – los ojos del periodista se iluminaron demostrando el imperativo interés al tiempo que la psiquiatra sacudía un juego de llaves con la mano – ¡Por supuesto! Todo el necesario – respondió mientras la doctora se disponía a abrir la puerta – le sugiero sea cuidadoso, es peligrosa – la mirada marrón de la doctora se endureció cuando Iyari se cercó al escuchar las voces, al verlos, agresiva se abalanzó contra el cristal. La doctora George no dio paso atrás a diferencia del intrigado reportero – dispongo del tiempo necesario – repitió el reportero alejándose un par de pasos más hacia atrás – entonces, administraré el tratamiento a la paciente y después… le invito un café en mi oficina – Albert observaba a la chica detrás del cristal y finalmente asintió – espero – susurró apenas. Enseguida la doctora George solicitó el apoyo de dos enfermeros, que, y esperaban la indicación, después, junto con ellos entró a la habitación. El lapsus de fantasía de Iyari se interrumpió cuando vio a los tres personajes acercándose a ella, Iyari no era capaz de interactuar un solo instante con otras personas sin tratar de dañarlos – no quiero nada – se abalanzó agresiva tratando de alcanzar a su psiquiatra; uno de los enfermeros la sujetó con fuerza mientras que el otro aflojaba la camisa de fuerza – no te resistas – suplicó quien la sujetaba sin obtener ningún resultado al tiempo que la doctora George se preparaba para administrar el sedante. Iyari lloraba y gritaba tan fuerte que ensordecía a quienes la aprisionaban, se rehusaba a ser sometida, ambos enfermeros apenas lograban sujetarla. Era evidente que el trastorno era irreversible – por favor, por favor – se escuchó apenas en un hilo de voz mientras que Albert se limitaba a observar detrás del cristal; de repente, Iyari volvía a tornarse agresiva – ¡suéltame! ¡Maldito demonio! ¡tú no me vas a separar de Max! ¡suéltame! ¡Max! ¡No me dejes! ¡Sus pociones no van a lastimarnos! ¡Nuestro amor es más fuerte que ustedes! – gritaba al tiempo que manoteaba y trataba de zafarse – ¡Suéltame!¡Ella es mala! Su veneno me hace dormir y hace que Max se vaya ¡suéltame! – la terapeuta se acercaba con la jeringa en la mano, una vez que los enfermeros lograban sujetarla y se administraba la droga en la vena del brazo, el sedante empezaba a hacer efecto apagando la furia de Iyari, quien se limitaba a susurrar bajo el influjo del medicamento – por favor – se escuchó apenas en un hilo de voz – gracias por venir hoy también… te… t…e… am…o… – Iyari acariciaba el rostro de uno de los enfermeros hasta que finalmente cayó adormecida. Iyari yacía dormida, ya colocada en la cama – debes descansar – susurró la terapeuta al atar nuevamente las mangas de la camisa de fuerza, después, se dirigió a la salida – Albert, seguramente estará ansioso por conocerla mejor, ¿no es así? – él asintió – me parece que hay mucho que escuchar – agitó la grabadora entre su mano – es la historia de una desdichada y pobre mujer. Sin duda, es muy interesante, ¿vamos? – Albert extendió la mano cediendo el paso la doctora George, después, emparejando el paso, juntos caminaron por el frío corredor. Un pasillo blanco, completamente iluminado y lleno de puertas a través de las que se podían escuchar claramente las voces, gritos y lamentos desesperados de los pacientes trastornados.  Al final de aquel pasillo, se encontraba la oficina de la directora del sanatorio. Albert y la doctora George llegaron a un cubículo en el que los recibió una secretaria – Naty, dos cafés por favor – la secretaria abandonó su asiento de inmediato – claro que sí doctora, ¿el de usted con azúcar? – se dirigió a Albert haciéndolo girar el rostro – dos, por favor – asintió mientras le abría la puerta mostrando una amable sonrisa, luego, volvió la mirada hacia la psiquiatra – ¿por qué lo hizo? – ella lo miró intrigada frunciendo el ceño de inmediato – hice, ¿qué? – el reportero cruzó los brazos recargándose en el respaldo de la silla – sedarla – George asintió – porque es necesario, no puede pasar mucho tiempo despierta. Es peligroso, sobre todo para ella misma – le alcanzó un libro de psiquiatría señalándole un párrafo que hablaba de esquizofrenia – entiendo... aunque lo que no alcanzo a comprender es como si ella, pudiera haber… – devolvió el libro – ¿enloquecido? – interrumpió la doctora – a veces la locura se esconde en quien menos imaginamos – en ese momento, Naty llamó a la puerta y entró a la oficina llevando consigo las dos tazas de café. La doctora George y Albert guardaron silencio, mirando a la secretaria colocar el café en el escritorio hasta que salió de la oficina. Cuando la puerta se cerró, la doctora retomó la conversación – Iyari arrastra ese trastorno desde su infancia, aunque se manifestó hasta que ya era mayor. Creo que su entorno fue un factor determinante, es hija de padres divorciados. Y analizando el caso, pienso que esa, es justo la raíz del problema – Albert colocó la taza sobre el escritorio después de un sorbo – pero… tengo entendido que su locura surgió de un mero… ¿fanatismo? – refutó curioso – no es así, su trastorno, no surge precisamente así. Más bien, se refugió en ese “fanatismo” y esos cinco personajes se convirtieron en su válvula de escape, quiero decir, fueron la manera en la que ella canalizó su frustración y dolor – Albert lucía sorprendido – ¿es eso posible? – la doctora lo miraba fijamente – cuando una persona acumula sentimientos negativos, más aún en un caso como el de Iyari, es posible que la mente busque un escape, y el de Iyari, se reflejó su amor desmedido por "353" y las circunstancias… bueno, parecieran un mal chiste del destino – Albert sonrió incrédulo – me resulta difícil aceptarlo, pero es algo sumamente interesante, hasta cierto punto, morboso. Me interesa conocer cada detalle, cada hecho paso a paso. Y sé que no hay nadie mejor que usted para revelarlos – la Doctora George escuchaba atenta, se levantó y empezó a buscar una carpeta dentro de su archivero – entonces, no perdamos el tiempo… de acuerdo con el expediente, todo empezó cuando Iyari tenía 15 años…
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