LA ESPERANZA...

3920 Words
el celular, que reproducía aun la música de 353 cayó de su bolsillo hacia el suelo desconectándose de los auriculares y dejando escapar una letra maravillosa hasta sus oídos – and nobody hears what you say, so don't be afraid, hold on to your faith I swear to you there will be better days* – al escuchar aquellas notas, Iyari secó sus lágrimas y con todas sus fuerzas se aferró al barandal. Lentamente regresó al interior del puente y levantó el teléfono, lo frotó con el afán de limpiarlo, al girarlo, en la pantalla, la imagen de aquellos cinco chicos le devolvía la fuerza para seguir adelante. La calma volvió, la furia y tristeza que antes se reflejaban en su rostro, cambiaban hacia una inmensa euforia – no me lo van a quitar – se aferró al teléfono y como si de una niña de cinco años se tratara, emprendió el camino de regreso a casa, caminando bajo la lluvia, cuidando que el objeto que más atesoraba en la vida no se mojara. Al llegar, entró sigilosamente, implorando con todas sus fuerzas que Richard ya no estuviera ahí. La desilusión y la pereza la inundaron al descubrir a Diane y a su padre igual que cuando se había ido, negó con la cabeza, alternó la mirada entre ellos, pasó de largo, tomó una ducha y después se metió a la cama. Los intereses de Diane y Richard se concentraban en vencer al otro dentro de su acalorada discusión y sumergidos por completo en sus argumentos, ni siquiera prestaron atención a la tristeza de su hija. Tal y como ella decía, estaban tan preocupados por ver quien tenía la culpa de que todo en su “familia” estuviera tan mal. Iyari siempre había deseado tener una familia unida, de esas que salían en las películas o en las telenovelas. De esas familias que sus compañeros de clase presumían a diario. Pero desde que ella tenía uso de razón, sus padres vivían peleando, rogaba para que el infierno en el que vivía se terminara, pero a veces pensaba que sus suplicas no eran escuchadas. Lo único que la mantenía en el camino, era su música, su ilusión de conocerlos y estaba segura de que pronto lo lograría. Después de todo, sobre las imposiciones de sus padres, había decidido que el viernes sería el mejor día de su vida. Ya en la cama, se repetía que todo estaría bien, que nada ni nadie iba a impedir que su deseo se hiciera realidad, acariciaba el boleto de entrada al concierto con mucha ilusión mientras miraba el fondo de pantalla en su celular – fijando la mirada en uno de los cinco chicos… Max. Poco a poco el sueño la fue venciendo, con la música a todo volumen, así los gritos de sus progenitores no podrían alcanzarla. Al fin, el día había llegado. Iyari se levantó muy temprano. Sabía que debía darse prisa – están por llegar – pensaba mientras se ponía los zapatos. Jessi ya había enviado un mensaje de texto – ya estoy aquí, dicen que no hay retraso en el vuelo, ¡apúrate! – sentía que con un poco de suerte podría verlos llegar – ya voy – el corazón le latía a mil por hora, emocionada apenas lograba contener los gritos – es hora – susurró al terminar de arreglar su cabello en una cola de caballo mientras e miraba al espejo – vamos – pensó justo cuando Diane entró – que bien que ya estas despierta, tengo que irme – se acercó a Iyari al sorprenderla con la mochila en los hombros – ¿a dónde crees que vas! – se acercó y bruscamente se la quitó – ¿tengo que repetírtelo! ¡Ya te lo dije ayer! – contestó ella lanzando una mirada desafiante – ¡dámela! – Diane abrió la bolsa y sacando todas las cosas de Iyari descubrió le boleto junto al teléfono celular. Rápidamente y sin darle tiempo de nada, lo tomó entre sus manos, lo miró y después dirigió sus ojos hacia Iyari –veo que tienes todo listo – dijo Diane sin apartar la vista de su hija, Iyari la miró –mamá dámelo, por favor – advirtió desafiante. Diane la miró totalmente sería y sujetando el pase lo rompió lentamente frete a su hija – no vas – le susurró de frente mientras hacía añicos las ilusiones de aquella chica – ahora ve a la habitación con tu hermano y te quedas con él hasta que despierte, le das el desayuno y después lo llevas al parque, que sea antes de medio día, ya sabes que el sol le daña la piel… no te olvides de ponerle bloqueador… – las indicaciones de Diane se detuvieron cuando volvió la mirada hacia su hija; estaba de rodillas, frente a ella, levantando los trozos de papel que yacían sobre el suelo. Iyari apenas lloraba, pero la mirada de aquella niña destrozada la atemorizó, más aún, al escuchar los susurros que salían de su boca – te vas a arrepentir… te lo juro – lejos de que Iyari hiciera un “berrinche”, sonrió de manera diabólica, demostrando el odio que en ese momento sentía – no exageres – no le dio importancia a la actitud de su hija y se dio vuelta para dirigirse hacia la puerta. Iyari permaneció arrodillada, llorando en silencio al mirar que su sueño se había hecho pedazos, no podía creer que su propia madre le hiciera eso, apretaba entre sus manos los pequeños trozos del pase – te juro que te vas a acordar de esto toda tu vida – terminó de recoger todo y lo colocó sobre la cama, acomodándolos en orden como si se tratara de un rompecabezas. Al escuchar la puerta cerrarse, se recostó tratando de no desordenar su rompecabezas, se quedó inmóvil durante algunos minutos y tomó su celular – disfrútalo mucho Jessi, realiza nuestro sueño, yo… no pude – soltó el teléfono y levantándose nuevamente cuidando su rompecabezas, salió de su recamara, se dirigió a la del pequeño Sam, su hermanito de apenas tres años. Cuando entró, el niño ya había despertado, eran las 7:00 am – hola bebé – dijo Iyari limpiando sus mejillas, después abrazó al pequeño – prométeme que te vas a quedar aquí tranquilo ¿sí? ¿quieres ver caricaturas? – el niñito la miró y sonriendo respondió que sí – tus favoritos – fingía estar contenta, encendió el televisor, corrió las cortinas para que entrara un poco de luz y salió hacia la cocina – ya regreso – el pequeño la seguía con la mirada asintiendo mientras miraba entretenido hacia la pantalla. Ya en la cocina, preparó un poco del cereal que más le gustaba a su hermanito y luego lo llevó hasta la habitación – eres el único a quien si voy a extrañar – pensó al darle un beso en la frente a su hermanito – entonces, aquí te quedas hasta que vuelva mamá ¿sí?, pórtate bien – advirtió al pequeño tiernamente quien apenas asintió llevándose la cuchara a la boca sin apartar la mirada de la pantalla – te quiero – susurró dejando al niño sobre la cama. Destrozada, tratando de aguantar para no llorar, se detuvo en el umbral de la puerta – en serio me vas a hacer falta – el niño fijó la mirada en ella – te amo – apenas podía pronunciar las palabras, pero para Iyari aquellas palabras se le clavaban en el corazón – perdóname – no dijo más, se limitó a sonreír para su hermano y salió de la habitación cerrando la puerta finalmente permitiendo que las lágrimas brotaran mientras caminaba por el pasillo hasta la recamara de su madre. Al llegar, hurgó un poco en los cajones, miraba con dolor todo lo que veía en la habitación – hipócrita – lanzó el retrato que estaba sobre el buró, en el que aparecían los tres haciendo que el cristal del portarretratos se rompiera y ya en el suelo, lo pisó una y otra vez. Se dirigió de nuevo a la puerta, la cerró con cuidado y pasó el seguro, después, siguió buscando en los cajones – lo sabía – finalmente había encontrado su objetivo, no sabía bien, quien tomaba aquellas pastillas para dormir, lo que si sabía era que le venían muy bien en ese momento – así te sentirás más culpable – en el rostro de Iyari nuevamente apareció aquella sonrisa diabólica. Tomó el frasco de pastillas, lo colocó en la cama, y fúrica destrozó todo lo que encontraba a su paso. Finalmente se decidió, recogió le frasco de pastillas, entró al baño, abrió la llave de la ducha y regresó al botiquín en donde encontró las navajas de la depiladora de su madre. Al verlas, Iyari amplió su sonrisa mientras se miraba en el espejo – no sabes lo que te espera – pensaba mientras abría el frasco con las pastillas y se llevaba a la boca poco más de la mitad del contenido. Iyari sabía muy bien que no tenía mucho tiempo, la farmacología era otra de sus pasiones, así que apresurada tomó el par de navajas y entró hacia la caída del agua de la ducha, empezando a sentir el efecto de los somníferos, sujetó las navajas, una en cada mano y con las manos cruzadas rasgó fuertemente las venas desde sus muñecas hasta llegar a la parte interna del codo. La sangre salpicó y empezó a brotar profusamente manchando todo al tiempo que las lagrimas nuevamente empezaban a brotar – aquí no – pensó y salió ya tambaleándose al caminar tratando de llegar hasta su recamara. El escurrimiento de agua y sangre iban dejando el rastro de los estragos que Diane sin pensarlo había causado en su hija, y aunque casi a rastras, Iyari alcanzó a llegar hasta su recamara. Con las ultimas fuerzas que le quedaban, se acostó en la cama y colocando apenas uno de los auriculares quedó inconsciente, con las muñecas sangrando sobre el rompecabezas que antes había armado mientras que el pequeño Sam comía cereal en su habitación.  Mientras todo sucedía, Diane se daba cuenta de que había olvidado el cheque que Richard había enviado para pagar colegiatura en la escuela de Iyari y también para comprar algunas cosas que Sam necesitaba con urgencia. Viró por la calle, de regresó a casa, marcó al teléfono de Iyari para pedirle que saliera a entregarle el cheque, pero nadie respondió. Siguió conduciendo, cuando llegó, llamó varias veces a la puerta, nadie respondía. Eso enfureció a Diane – ¿se habrá atrevido? – se preguntaba considerando la posibilidad de que la malcriada de su hija hubiera dejado solo al pequeño. Volvió a llamar, esta vez, el pequeño Sam salió de su habitación, llevaba entre sus manitas, el tazón de cereal era la octava vez que Diane llamaba a la puerta, entonces Sam ¿, como pudo abrió la puerta – ¡mami! – grito feliz el niño lanzándose a sus brazos, lo levantó a prisa y a los gritos comenzó a llamar a su hija. No obtuvo respuesta – me va a escuchar – pensó apresurándose hacia su habitación – cuando regrese hoy, la pondré en su lugar – llevaba al pequeño en brazos quien se asustaba al escucharla gritar – Iyari ¡con un demonio! – gritaba enfurecida. Al llegar a su habitación encontró todo desordenado, lo primero que vio, fue el retrato desecho y sobre él, el cheque hecho pedazos – tenías que vengarte – la furia la inundó, por lo que no se había percatado del rastro de sangre – ¿en donde está tu hermana? – el niño se encogió de hombros. Miró a su alrededor y finalmente descubrió la sangre en el suelo. El corazón de Diane se aceleró, aterrorizada, entró al baño descubriendo la aterradora escena, la ducha abierta y el frasco de pastillas en el suelo con apenas un par de píldoras – ¿qué hiciste! – apresurada levanto al niño y siguió el rastro de sangre que se prolongaba a lo largo del corredor hasta llegar a la puerta de la habitación de su hija que se encontraba cerrada. Diane intentó abrir la puerta, sin conseguirlo; dejó al niño en el pasillo. Buscó a toda prisa las llaves de la habitación y abrió enojada – ¡Iyari! ¿dónde estás! – el rostro se le desencajó al descubrir el cuerpo de su hija sobre la cama con las muñecas desgarradas, la ropa llena de sangre al igual que la cama y en una de las manos el celular. Diane lanzó un grito desgarrador, al escucharla, el pequeño Ralph estaba a punto de entrar cuando ella lo alcanzó, lo levantó y salió al pasillo y se precipitó a su celular. Al tratar de marcar al 911 descubrió un mensaje de su hija – TE DUJE QUE TE IBAS A ARREPENTIR – sintió que el corazón se le detenía por un instante – te estas comunicando al 911… ¿cuál es su emergencia? – se escuchó al otro lado del teléfono – rápido, mi hija esta inconsciente, se cortó las venas… no sé… no sé si está viva – la operadora le pidió la dirección mientras que Diane se dirigía a la entrada de la casa con Ralph en brazos, no tuvo que esperar mucho tiempo, pocos minutos después llegó una ambulancia. Los paramédicos invadieron la habitación y uno de ellos la atendió sobre la cama – el pulso es muy débil, ya detuve la hemorragia, pero tiene síntomas de depresión del sistema nervioso, creo que ingirió algo – dijo el paramédico al teléfono. Otro de los paramédicos revisaba en la habitación tratando de hallar algo que les indicara que sustancia había consumido la adolescente – creo que se tomó estas pastillas – dijo Diane que escuchaba lo que sucedía desde afuera – ¡Carl! – llamó al otro paramédico mostrándole el frasco. En ese momento, introducían la camilla – rápido ¡la podemos perder! – Diane observaba aterrorizada. Cuando salieron con la camilla, el pequeño interrogaba a su madre – ¿qué le pasa? – Diane no sabía que responder y era evidente que algo grave sucedía pues en sus ojos, las lágrimas por lo que el niño las secaba desesperado – va a quedarte con Meli – debo acompañar a tu hermana – Sami escuchaba atento, aunque no entendía bien a bien lo que estaba sucediendo – ¿a dónde se la llevan? – Diane no tuvo tiempo de responderle, en ese momento lo entregó con Melisa, una vecina que cuidaba del pequeño cuando Iyari asistía al colegio. La ambulancia se alejaba y detrás de ella, Diane en su auto – por favor, aguanta – en su mente solo podía ver sus manos rompiendo el boleto – ¿que hice? – se reprochaba mientras conducía, incluso al llegar al hospital y ver apenas clara la imagen de su hija conducida por el pasillo hacia la sala de urgencias – no te vayas – juntaba sus manos, suplicante, lo extraño era que no había lágrimas, y ni siquiera se había acordado de llamara a Richard. El tiempo pasaba y ella no recibía noticias de Iyari – por favor, no, por favor, no – temblaba asustada – es mi culpa, es mi culpa – se repetía una y otra vez ansiosa de que alguien viniera a decirle algo – ¿familiares de Iyari Sandoval? – Diane no pudo articular palabra, su más grande temor se aferraba en su mente – el Doctor Jones necesita hablar con usted – la enfermera le indicaba la dirección con la mano – en un momento viene – Diane apenas asintió y desesperada recorría el consultorio de un lado al otro. Al entrar, no dijo nada, fue directamente hasta el escritorio y colocó el expediente encima – ¿podría explicarme como fue que su hija llegó a esto? – miraba a Diane aun con la cabeza agachada a través de los cristales de los anteojos, ella se limitó a sentarse, estaba sumamente nerviosa, ansiosa de que al fin le dijeran si su hija estaba viva – ella… ¿está?... – se soltó a llorar desesperada obligando al médico a acercarse para tratar de tranquilizarla – ¿Qué sucedió? – finalmente, Diane transformó sus pensamientos a palabras – es mi culpa – susurró. Al verla tan desesperada, optó por reservar las noticias que debía darle.   Después de ofrecerle un pañuelo desechable, el médico solicitó el apoyo de una enfermera – ketamina, 2 miligramos por favor, pide a Roy que la lleve a una cama, necesita estar tranquila para recibir el diagnóstico de su hija – la enfermera asintió obedeciendo de inmediato. Un par de horas después, Diane despertaba – mi hija, ¿en dónde está mi hija? – la enfermera se acercó rápidamente – trate de estar tranquila, enseguida llamo al doctor Jones – abandonó la habitación dejando a Diane absolutamente alarmada. No transcurrió ni un minuto cuando el médico que la había recibido al llegar al hospital entró – señora Sandoval – suplicante, Diane lo miró – dígame por favor, ¿cómo está mi hija? – el medico la miró fijamente – soy Darrel Jones, especialista Neuropsiquiatra; y estoy llevando el caso de Iyari – saludó – Diane – dijo ella extendiendo la mano para presentarse – Diane… ¿usted sabe que es el Diazepam? – cuestionó – no, no tengo idea de lo que sea eso – respondió la afligida mujer – le tengo noticias… eso es lo que tiene a su hija en un coma profundo y al borde de la muerte – replicó molesto Darrel – dígame, ¿dónde está el padre? Necesito hablar con ambos – Diane asintió disponiéndose a abandonar la cama. Una vez que logró incorporarse, tomó su celular y marcó el número de Richard – el número que usted marcó está apag…– Diane cortó la llamada y furiosa colocó el teléfono dentro de su bolsa de mano – nunca está cuando se le necesita – pensó en voz alta por lo que Darrel de inmediato dedujo que Iyari vivía en el típico ambiente tóxico provocado por un divorcio – podría dejarle un mensaje de voz, en algún momento lo escuchará – Diane volvió a tomar el teléfono – hospital del Ángel, es Iyari, por favor no tardes – el tono de voz realmente reflejaba una profunda angustia – Iyari está en coma, su hija presenta un par de heridas muy profundas, lograron detener la hemorragia, ese ya no es el riesgo, pero… necesito hablar con usted y el padre de la niña, no se sabe cuanto tiempo permanezca así, y no puedo asegurarle tampoco que vaya a despertar, y si lo hace, deberemos trabajar en la depresión que presenta, ese es el verdadero peligro – la seriedad en el rostro del médico reflejaba una profunda preocupación. El ambiente frío de aquel hospital y las palabras del psiquiatra hacían parecer que no había esperanza, ofuscada, Diane se dirigió hacia la sala de espera, necesitaba que alguien le dijera que su hija estaría bien, necesitaba sentir el apoyo de alguien, incluso, esperaba ansiosa la llegada de Richard - ¿quién te crees que eres!, ¿tu hija se está muriendo y tú te apareces hasta ahora! – como siempre, él ignoraba sus palabras - ¿qué sucedió! – preguntó furioso – intentó suicidarse – replicó Diane – ¡lo sabía!, ¡eres una estúpida!, ¡si se muere cargarás con ello para siempre!, ¿no que eres la madre del año!, ¡eso pasa porque tú no estás jamás! – reprendió Richard – ¡ya cállate!, si hablamos de responsabilidades… ¡no eres un ejemplo a seguir! – nuevamente estaban envueltos en una acalorada y absurda discusión cuando Darrel salió de la oficina – señores, voy a revisar a Iyari y enseguida estaré con ustedes – dijo mirándolos seriamente. Al ver la reacción del médico, ambos guardaron silencio y entre miradas, esperaron a que el médico regresara. Darrel se encaminaba hacia la habitación de Iyari cuando una enfermera lo interceptó – aún no presenta movimiento – el médico asintió – aún así, debemos revisarla – se acercó para revisar los reflejos de la paciente, sujetó con su mano el parpado derecho y observó en busca de algún tipo de respuesta. Al iluminar la pupila, Iyari levanto la mano débilmente al tiempo que su pupila se contraía ante el estímulo luminoso – ¿cómo te sientes? – preguntó calmo – ¿en dónde estoy? – iba recobrando de a poco la conciencia – bienvenida – susurró Darrel indicando a la enfermera se acercara mientras que él hacía sus anotaciones. Dejando a cargo a la enfermera, salió de la habitación para regresar a su oficina, en donde ya lo esperaban Richard y Diane. Al abrir la puerta, los encontró en absoluto silencio, ni siquiera se miraban – buenas noticias, Iyari acaba de despertar – Diane esbozó una pequeña sonrisa – ¿eso es verdad? – Darrel asintió – es cierto, y ahora que ha despertado, espero que ustedes sean lo suficientemente maduros como para no darle más problemas. Darrel se levantó de la silla – ¿qué está diciendo! Es ella quien los provoca. Lo único he hecho es procurar que nada le falte, a ella y a su hermano – replico Richard indignado. La ironía se hizo presente en el rostro de Darrel – espero que no esté hablando en serio, y también espero que no piense que darle dinero a un hijo es suficiente para ser un buen padre – Richard sintió ganas de írsele encima, aun así, prefirió contenerse, en el fondo, sabía que el médico tenía razón – dígame por favor, ¿cómo se encuentra mi hija?, ¿puedo verla? – ella ignoraba por completo la palabrería de Richard – en cuanto terminemos con esta charla – replicó Darrel y entonces él empezó a hablar – hace un rato, le preguntaba si sabía que es el diazepam, ya que Iyari ingirió una gran cantidad de ese somnífero antes de rasgar sus venas. Éste compuesto es muy peligroso, es un depresor del sistema nervioso y de no haberla traído a tiempo, Iyari, que ingresó por sobredosis, cayó en coma profundo, de no haber respondido, podría haber muerto – Darrel los cuestionaba con la mirada – yo tomaba esos somníferos… lo hacía para escaparme de esta… mujer – señaló a Diane a lo que ella de inmediato replico – esa no fue buena idea… quizá si tú te los hubieras tomado todos, nos habrías dejado en paz, ¡estarías mejor muerto!, ¡es tu culpa lo que pasó con mi hija! – Richard la miró enfurecido – ¡debí dártelos a ti! –  Darrel observaba exaltado aquella discusión entre dos enemigos que tenían hijos en común. Tomó el expediente y lo dejó caer sobre el escritorio capturando de inmediato la atención de ambos – me parece que de haber estado en el lugar de Iyari, habría hecho lo mismo, pero yo no hubiera fallado… ¡tienen una hija brillante, si usted, Diane, no hubiera regresado, ni siquiera se habría enterado de la muerte de su hija – las palabras de aquel honesto médico cimbraron en las mentes de Diane y Richard, quienes lo miraron analizándolo profundamente. La buena noticia era que Iyari estaba fuera de peligro. Lo que no sabían es que estaba desarrollando un trastorno, que, de seguir avanzando, destrozaría la vida de todos.
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