Punto de vista de Rosie
Sentí como si una mano se hundiera en mi pecho y comenzara a arrancar lo que mantenía unido mi corazón. El dolor llenó cada célula de mi cuerpo.
Las lágrimas brotaron de mí como una fuente y me encontré en el suelo, suplicando.
—No… Austin, no puedes hacerme esto… No puedes hacerle esto a mi familia. Por favor… acabas de quitarme la virginidad y ¿ahora esto? Por favor, dime que es una broma… Austin…
—¡Esto no es una broma, Rosie! —su voz retumbó, la crueldad en ella desgarrando el velo de ilusión que había llevado durante tanto tiempo—. ¡No me importa tu familia! ¡Me importo yo y mis ambiciones! ¿Qué estabas pensando?
Cerré los ojos mientras lloraba, esperando que todo fuera una pesadilla, pero su voz enfadada seguía retumbando en mis oídos.
—¡Una omega miserable como tú nunca tuvo oportunidad! ¡Jamás me rebajaría tanto! ¡No eres más que lodo! ¡Basura que debe ser evitada! ¡Considérate afortunada de que siquiera te haya tocado!
Cada palabra que escupía contra mí se sentía como pequeñas cuchillas que desgarraban mi vida.
—Ahora, vas a ser una buena chica y aceptarás este rechazo y me dejarás en paz, porque si no lo haces, destruiré a toda tu familia. Haré que te arrepientas de cada segundo que pases respirando… Acepta este rechazo y sigue viviendo tu vida insignificante.
Por el aspecto de sus ojos rojos e inyectados en sangre, supe que no estaba bromeando. Este era el Austin Anderson al que todos temían. El despiadado Beta coronado que podía salirse con la suya en cualquier crimen.
Por mucho que supiera que el corazón de mis padres se rompería, también sabía que era mejor que siguieran vivos y no muertos.
—Lo acepto… Acepto el rechazo —dije mientras mi cuerpo temblaba por los estremecimientos de mis lágrimas y el miedo a lo que sería de mí y de mi familia.
Pero Austin sonrió y se agachó hasta ponerse a mi nivel. Tomó mi mandíbula y acercó su rostro al mío. Luego me dio un último beso.
—Una omega miserable como tú jamás debió soñar con convertirse en la pareja de un Beta. Cavaste tu propia tumba, Rosie. Nunca fue culpa mía. Todo esto es culpa tuya…
Se enderezó y caminó hacia la puerta.
—Vístete y encuéntrame afuera para que regresemos a la manada. Y hagas lo que hagas, no me hagas perder el tiempo. Solo te doy diez minutos. —Con eso, se fue.
Tan pronto como la puerta se cerró detrás de él, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas y estuve a punto de gritar de angustia, pero rápidamente me tapé la boca y ahogué mis gritos.
Tenía razón. Todo esto era culpa mía. Me había aferrado a él como una tonta, negándome a admitir todas las señales.
Austin era una señal roja andante desde el momento en que nos dimos cuenta de que éramos compañeros. Y aun así, seguí buscando excusas para él. Seguí odiando todo lo que me rodeaba. Excepto a él.
Pero la amarga verdad seguía siendo la misma: Austin nunca me quiso. Ni siquiera intentó ocultarlo. Me ignoró desde nuestra ceremonia de apareamiento, pero yo me mentía diciendo que era porque estaba ocupado. Le enviaba mensajes todos los días por Estagram aunque rara vez me respondía.
Y ahora, me había entregado a él como una ramera, tirando mi dignidad como si no significara nada. ¿Cómo pude ser tan tonta?
Las lágrimas seguían corriendo por mi rostro mientras mi mente reproducía una y otra vez el horrible sexo que acababa de tener con él, junto con las dolorosas palabras que me había lanzado…
No sé cuánto tiempo lloré sobre la pequeña cama de ese viejo motel, pero cuando mis ojos se secaron, supe que no podía verlo. No podía quedarme en su coche y dejar que me llevara. Perdí más tiempo, solo para asegurarme de que se hubiera ido, y entonces me levanté.
Tomé mi ropa y me arreglé como pude. La parte superior de mi vestido estaba rasgada… gracias a su trato brusco, pero logré hacer que se viera menos obvio, más como si fuera un estilo.
Al salir de la habitación, me apresuré hacia la zona de recepción del motel. Para no llamar la atención, tomé un pasillo que vi en el corredor, donde me pareció ver una señal de segunda salida parpadeando más adelante.
No quería salir por la puerta principal y arriesgarme a que Austin siguiera allí. Cuando vi la puerta de salida a la vista, aceleré el paso.
En el momento en que salí a la noche, una sensación de alivio me recorrió al darme cuenta de que, de alguna manera, había conseguido escapar de Austin. Ahora, solo tenía que encontrar cómo volver a casa.
Mis ojos captaron una furgoneta negra aparcada al costado del edificio y recé para que quien fuera su dueño tuviera la amabilidad de llevarme de vuelta… si decidía esperarle.
—¿Y adónde crees que vas? —ladró de repente una voz áspera a mi espalda.
Di un salto y me giré para encontrar a dos hombres corpulentos acercándose a mí. Asustada de que hubieran sido enviados por Austin para atraparme, me di la vuelta bruscamente y eché a correr.
Pero con mis tacones y mi bajo rango, apenas logré cruzar el pequeño aparcamiento cuando sus fuertes brazos me agarraron.
—¡Ayuda! ¡Suéltenme! ¡Por favor! ¡Déjenm…!
—¡Cierra la boca! —espetó uno de ellos con rabia.
—¿Crees que puedes escapar, escort? —gruñó el otro, burlándose mientras me arrastraban a la fuerza de regreso al motel.
Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar cómo me había llamado y, de alguna manera, me sentí aún más rota… Austin les había dicho que yo era su escort.
Las lágrimas que creí haber secado volvieron a brotar y me sentí peor que antes. Pataleé y forcejeé para librarme de su agarre.
—¡¡Déjenme ir!! ¡Se los ruego! —les grité, pero no escucharon.
Siguieron arrastrándome hasta llegar al mismo pasillo por el que había pasado. Uno dio una patada a una puerta y me arrojaron dentro. Caí encima de otras mujeres… que inmediatamente me apartaron de un empujón.
—¡Eh! ¡Mira dónde pones tus patas, escort! —chispeó una, y las demás empezaron a reír emocionadas.
Mis llantos se detuvieron al instante cuando mi cuerpo se quedó inmóvil. Lentamente, me giré para ver bien quiénes eran, y el corazón se me fue al estómago al comprenderlo.
Eran prostitutas. Escorts de verdad.
—No… —gemí al darme cuenta de que aquellos hombres corpulentos no venían de parte de Austin. ¡Pensaban que yo era una de sus chicas!
—Sé una buena chica y compórtate hasta que llegue tu próximo cliente —dijo uno de los hombres mientras comenzaba a cerrar la puerta.
Una energía que ni siquiera sabía que tenía recorrió mi cuerpo, y me lancé hacia la puerta justo cuando estaba a punto de cerrarse.
—¡Se equivocan de persona! —grité, aferrándome a la puerta como si mi vida dependiera de ello—. Yo no soy quien creen que soy… ¡Les juro que no soy una prostituta! Yo vine aquí con…
Las palabras se atascaron de repente en mi garganta al darme cuenta de que, en el momento en que les dijera con quién había venido, no me iban a creer.
—¿Con quién viniste? —preguntó uno de los hombres, con los ojos ya brillando de diversión.
—Yo… Yo lo juro, no estoy mintiendo. Yo no… —mis palabras se desvanecieron mientras miraba rápidamente a las chicas a mi alrededor. Todas tenían un maquillaje tan cargado que apenas podía diferenciarlas entre sí—. Yo no soy una de ellas. Por favor, créanme.
El otro hombre hizo un gesto a alguien detrás de mí y luego asintió.
—Está bien, iremos a revisar el registro para confirmarlo, pero primero, toma un poco de agua y relájate. No le sirves a nadie si estás tan alterada… ni siquiera a ti misma.
—Toma —dijo de pronto una de las mujeres detrás de él.
Confundida, me giré para verla extendiéndome un vaso con un líquido transparente. Todavía podía sentir las miradas de los hombres clavadas en mí y no sabía qué hacer. Tal vez era una prueba para ver si tenía miedo.
La gente inocente no rechaza un vaso de agua… me dije a mí misma mientras tomaba el vaso.
Observando sus reacciones por el rabillo del ojo, bebí el agua rápidamente, pero en el momento en que pasó por mi garganta, supe que había cometido un error terrible.
—Eso no era agua… —balbuceé, sintiendo ya el efecto en mi cabeza.
La mujer sonrió con malicia y me quitó el vaso de las manos.
—No, se llama la Copa Sagrada del Pecado. Te ayudará a adormecer el dolor y a disfrutar de ti misma esta noche…
Sus palabras empezaron a rebotar en mis oídos y sentí un dolor recorrer todo mi cuerpo de golpe. Era como si me hubieran golpeado con un metal.
Mi cabeza giró y un zumbido ensordecedor llenó mis oídos, justo antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad.
Cuando abrí los ojos de nuevo, me encontraba en una enorme cama tamaño king, y destellos de recuerdos que apenas podía reconocer comenzaron a llenar mi mente.
Eran memorias de mí bailando de manera seductora en un tubo, riendo como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Ni siquiera las miradas hambrientas de los numerosos licántropos a mi alrededor lograban molestarme. Incluso ahora, mientras los recuerdos me inundaban, me descubrí disfrutándolo. Me encantaban esas miradas, y quería más.
Lentamente me incorporé de la cama y me detuve cuando los recuerdos me golpearon de nuevo. Esta vez, recordé a esos hombres. Ellos me habían drogado y me habían obligado a hacer todas esas cosas.
Normalmente, debería haber entrado en pánico. Debería haber sentido miedo y quizá buscado alguna manera de escapar mientras el efecto de la droga comenzaba a desvanecerse de mi sistema, pero no podía hacerlo.
Ya me había prostituido hoy con Austin, ¿cuál era el sentido de fingir modestia y decencia ahora?
Mi vida ya estaba arruinada. ¿Qué sentido tenía seguir pretendiendo ser una santa? ¿Qué más podía doler un amor extra que Austin no hubiera destruido ya?
Con el dolor todavía ardiendo en mi interior, regresé lentamente a la cama y, como una verdadera escort, me senté en el borde, esperando al primer cliente que calentara mis sábanas.
Como si el destino lo hubiera marcado, la puerta de la habitación se abrió de golpe y un aura intimidante llenó todo el espacio. Giré suavemente el cuello y mi corazón se detuvo un instante cuando nuestras miradas se encontraron.
Sus ojos azul hielo me atravesaron hasta dejarme sin aliento. Sabía perfectamente quién era.
Era Damian Stewart, el hijo del Alfa y el mejor amigo de Austin.
Pero también sabía que él no debería estar allí. Y mucho menos en ese estado de embriaguez.