Habían sido unos dulces minutos los que pasó en silencio, con ella refugiada en su regazo. ¿Cuántas noches había soñado con eso? Había perdido la cuenta de cuantas fantasías había creado en su cabeza mientras estaba ebrio y veía a las bailarinas de los clubes que él manejaba. Pero vaya que la realidad superaba con creces a la ficción. No estaban haciendo nada, pero su cercanía tan prolongada era la gloria para una vida que carecía de acercamientos sentimentales con mujeres que no fueran su madre. El calor del momento y el latir de su corazón le hacían saber que deseaba probar por fin esos labios tenuemente rojos, suaves y carnosos. Deseaba descubrir si eran como los veía con su propia boca, o si incluso se sentían aún mejor de lo que los había pensado. Sin miramientos, entonces bajó s