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2808 Words
El lunes tuve día libre en el trabajo y Gemma me recogió en casa a las cuatro de la tarde. No dejó de parlotear, ilusionada como una niña por lo que podía ser mi bebé. Y soltó una lista de nombres que siguió recitando aún cuando llegamos al doctor. —¿Y Dann? —le pregunté para cambiar de tema. Suspiró como una boba y sonrió tocándose el pelo rojizo. —Estaba con los chicos en el bar, vamos a salir esta noche. Diana da una fiesta en su casa.  Diana tenía mi edad, ella se marchó a la universidad y volvía en verano con sus padres. Me caía mal porque consideré que era mi amiga y se acostó con Jake, y cuando se enteró de mi embarazo me lanzaba miradas muy malas cuando nos cruzábamos.  —Ah —solté- —Es una casa, puedes venir.  —No voy a ir a su casa, ni a una fiesta, mañana trabajo. Resopló, pero lo dejó estar porque me llamaron y yo nunca antes había llorado en la consulta, pero en cuanto me dijeron que tenía a una niña, Gemma y yo nos largamos a llorar como dos tontas. ¡Una niña! Mi hija. Eso me mantuvo de lo más contenta todo el día, nada me lo pudo quitar y Gemma y yo nos tiramos horas y horas fantaseando, llorando. Me pasé el día en una nube y cuando Gemma me dejó con lágrimas en los ojos para irse a prepararse para la fiesta, me puse a bailar por toda mi casa. Era la primera vez en meses que estaba tan... feliz. Yo no necesitaba fiestas, ni alcohol, sólo quería tener a mi hija y no podía esperar a tenerla ya en casa y ser mi propia pequeña familia.  Como un pequeño regalo personal para incrementar mi felicidad, pedí comida china para cenar en casa y darme un pequeño manjar como a mi me gustaba. Preparé una película de terror y me hice mi propio cine en casa. ¿Lo malo? Mi tarrina de helado estaba casi vacía y mi antojo por él me empezó a fastidiar la noche, así que no dudé en ponerme un pantalón de deporte y salir a comprar aún con la camiseta del pijama y la coleta mal hecha. Eran ya las once y media de la noche y el fresco me golpeó sacándome un suspiro feliz. ¡Me encantaba!  Sabiendo que Diana daba una fiesta, no esperé encontrarme a nadie relativamente joven por la calle, pero mientras escogía una nueva tarrina en la tienda veinticuatro horas del pueblo, la campana de la tienda sonó y escuché unas risas y enseguida el traqueteo de las botellas de alcohol en el pasillo contiguo. Los dos tipos de gente joven. —¿Anne?  Levanté la cabeza y lo vi. Vestido de n***o como siempre y con el pelo liso algo revuelto.  —Hola, Isaac. No dudó en acercarse y sonreí más. No podía camuflar mi felicidad.  —Enhorabuena —me dijo, y miró mi vientre.  Claro, Gemma no podía ocultarlo. Me dio igual, yo se lo hubiera contando sin problemas.  —Gracias —volví a mirar el congelador—. ¿Qué tal la fiesta?  —Es una fiesta, normal, con niñatos.  Me sacó una risa.  —Bueno, tengo veintitrés años y estoy buscando helado de chocolate porque me he puesto triste como una cría con antojos porque mi tarrina de casa estaba casi vacía.  Escuché una suave risa por su parte y me hizo morderme el labio.  —No suena tan mal.  ¿Estaba ligando conmigo?  Me incliné y cogí dos tarrinas.  —¿Tan mal está la fiesta?  Me siguió hasta la caja y allí me topé con Diana y una amiga suya. Me lanzó otra de sus miradas y sacó una sonrisa de superioridad.  —Sólo hay críos inmaduros —soltó Isaac en voz alta.  Apreté los labios cuando las dos chicas giraron la cabeza y le miraron. Le miré a él y miraba al frente sin importarle lo que ellas pudieran pensar de él.  —Te lo dijo Gemma, no hay mucho que esperar de aquí. —Sus músculos se tensaron cuando se cruzó de brazos y sus tatuajes me embobaron otra vez—. ¿Qué tal lo llevas?  Se miró los brazos y apretó la mandíbula.  —Bien.  Pagué tras ellas que volvieron al pasillo del alcohol a por algo que se les olvidó. Me parecía de bastante lógica que él estaba allí con ellas.  —Puedes seguir comprando —le dije—. Yo volveré a casa.  —¿Has venido andando?  —Mmmm... sí, pero me gusta así que no pasa nada. No está lejos.  Cogí mi bolsa y antes de poder despedirme él me abrió la puerta de salida y salió conmigo. Su coche estaba aparcado delante de la tienda y lo abrió a distancia.  —Vamos —dijo, y su mano tatuada me abrió la puerta de copiloto—. Te llevo.  —Ummm... ¿seguro? —dudé, y apunté dentro. Diana y  su amiga nos miraban—. No pasa nada, de verdad, yo...  —Sube al coche, no soy tan amable normalmente.  No sé porqué pero me sacó una carcajada y terminé hundida en el asiento del copiloto de su coche. Era mucho más cómodo que el coche que teníamos Gemma y yo y el espacio en el asiento era perfecto para estirar un poco las piernas. En cuanto él se montó, me miró y yo ya me había puesto el cinturón así que arrancó.  —Gracias —susurré—. Tú no pareces ese tipo de chico.  —¿Qué tipo?  Me encogí de hombros.  —Pues... de este tipo de chico.  —¿Qué tipo? —insistió, esa vez con los labios torcidos.  —Pues... este —repetí y me reí—. No lo sé, tú me dices lo mismo.  Y decirlo en voz alta me habría hecho ver como a una boba. Porque él no parecía el tipo de chico que dejaba a dos chicas con ganas de fiesta y sexo loco abandonadas en una tienda sólo por llevar a una embarazada a casa. —¿Mañana trabajas? —me preguntó a medio camino.  —Sí.  —¿No tienes vacaciones?  —Podría cogerme, pero prefiero guardarme los días para el final del embarazo y para después y así tener más tiempo. —Tienen que darte tiempo después del parto.  —Oh, ya lo sé, pero espero quedarme más tiempo del permitido así que estoy guardando mis vacaciones para eso. De todas formas el estudio cierra en un par de semanas por las vacaciones del jefe y tendré dos semanas libres.  Él asintió. Estaba emocionada por tener tiempo libre y poder hacer otras actividades que me mantuvieran activa.  Me dejó en casa y no se fue hasta que yo no entré y cerré la puerta. Esos momentos se repitieron bastantes veces y dejaba que me llevara a casa cada vez que me veía y se ofrecía. Hice demasiada buena amistad con él y seguía viendo como era poco hablador, pero cuando nos encontrábamos a solas era increíblemente maravilloso tener una charla con él.  El lunes siguiente, después de una semana de encuentros esporádicos y de salir todos juntos a tomar algo cuando yo salía del trabajo, me lo encontré comprando tabaco cuando yo iba a comprar agua. El médico me recomendó no seguir tomando agua del grifo con el embarazo, así que ahora compraba botellas en la tienda y me llenaba la nevera con ellas. Era pronto por la tarde porque volvía del trabajo, Gemma y Dann llevaban dos días encerrados en su casa porque estaban haciendo cinco meses desde que se conocieron y Alan y Sam conocieron a unas chicas en la fiesta de Diana y de vez en cuanto tenían sus encuentros esporádicos. Y todo ello lo supe por Isaac, aunque su forma de expresarse era mucho más explícita. Él salía del estanco cuando yo pasaba junto a la tienda para ir a comprar, fue un choque fortuito y me sacó una sonrisa que sin pensárselo me acompañara a comprar. Me parecía que los que mejor encajamos de todos fuimos él y yo, obviando lo de Gemma y Dann.  —¿Qué tal tú día? —le pregunté.  —Entretenido —contestó—. Ha aparecido la loca de Sam a gritarle que no le llamó el otro día.  Me reí y empujé la puerta de la tienda, y él la sujetó por mi.  —Vaya... —susurré—. Que intenso. Deberías haberlo grabado, sería lo más entretenido de mi día. Caminé directa a las botellas de agua y me llené los brazos con un montón de ellas. Isaac me miró y me las quitó para llevarlas él, pero leía la duda en su cara.  —No puedo beber agua del grifo. He tenido que cambiar muchos hábitos, ya los vivirás cuando te toque.  Me miró y sus ojos grises viajaron por mi cuerpo torciendo los labios. No me quería hacer ilusiones, éramos más bien como buenos amigos. Pagué y no dudó en llevarlas él hasta su coche que estaba aparcado en el aparcamiento del hostal. Las guardó en el maletero y me abrió la puerta del copiloto. Ya no hacía falta que lo dijera, estaba encantada de que me llevara a casa y no me apetecía cargar con las botellas.  —¿Tienes algo qué hacer? —me preguntó.  —¿Tú tienes algo que hacer?  Me echó una mirada. Pasar tiempo con Isaac, ahora que Dann estaba allí y Gemma pasaba tanto tiempo con él, me hizo sentirme bien, menos sola.  —Depende, ¿quieres hacer algo?  —Depende, ¿te gusta andar?  Llegamos a casa y él fue demasiado caballeroso entrando la bolsa y molestándose en colocar las botellas de agua en la despensa mientras yo me cambiaba por otra cosa que no fuera un vestido. Me puse unos pantalones cortos y una sudadera para el fresco de la noche. Isaac me esperó y me parecía mentira que estuviera tan a gusto con un chico como él en mi casa y mi vida. Echamos a andar hacia el centro del pueblo y allí tomamos uno de los caminos de tierra que se perdían en el bosque. Había entrado en el cuarto mes de embarazo, diecinueve semanas exactas y desde los tres meses y medio hasta entonces, había notado lo poco que mi barriga iba creciendo. Se me notaba bastante para lo que yo era y me hacía sonreír cada vez que me miraba en el espejo. —Y... ¿hasta cuando os quedáis? —le pregunté durante nuestro paseo.  Se hundió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros. —No tengo prisa.  Asentí lentamente. Nuestros paseos eran tranquilos y eran algo que jamás había compartido con nadie porque Gemma era una vaga y Jake nunca se molestó realmente en hacer algo que a mi me gustara. Y por eso no entendía porqué últimamente parecía aparecer en todas partes. Le molestaba que me viera con otro, lo sabía aún si Isaac solo era mi amigo. ¿Qué esperaba? No era suya. Estiró la mano y su dedo me tocó la frente. Esos pequeños toques y roces estaban bien, me sentía segura con él y me hacía reír a pesar de la seriedad que cargaba todo el tiempo.  —Te veo pensar demasiado.  Agité la cabeza. —No, no pasa nada —mentí, pero sonreí e intenté cambiar de tema. Isaac me parecía interesante y me gustaba conocer cosas de él—. Y... ¿siempre has vivido en la ciudad?  —Sí —respondió—. ¿Tú?  Me arrepentí de hacerle la pregunta porque había mucho que contar, sin embargo, no tuve problema alguno en hablar de mi vida, no con él.  —Antes, hasta mis diez años —respondí. Isaac no comentó nada, pero me miró y cuando encontré sus ojos vi la curiosidad y las ganas de saber más. No parecía hablar hasta no saber más—. Ummm... mis padres fallecieron y tuve que venirme con mis tíos, los padres de Gemma.  Apretó los labios y se le tensó la mandíbula volviendo la vista al frente. Ellos, él, conocía a Gemma mucho antes de conocerme a mi y sabía que ella nunca entraba en detalles con sus padres, pero seguro que sabía que ella tampoco tenía.  —Has madurado rápido —me dijo.  —Es lo me ha tocado, pero está bien. Tengo cosas y hay gente que está peor que yo, así que no me voy a quejar. Además, lo tengo superado, ha pasado demasiado y ahora tengo otras cosas. Sentí su mirada un buen rato, era demasiado potente y tuve que agachar la cabeza para que no viera lo nerviosa y roja que me estaba poniendo. Caminamos un buen rato en silencio y al final del camino dimos la vuelta. Me hundí en mi sudadera aunque esa noche no era especialmente fresca. También disfrutaba del silencio con Isaac y así fue el resto del camino. Lo noté pensativo y se quedó fuera de su coche esperando a que entrara en casa.  —Buenas noches, Isaac —le despedí.  Agitó la cabeza y le vi por la mirilla marcharse en su coche.  Más tarde, era casi la una de la madrugada y me estaba quedando dormida en mi cama cuando escuché el tintineo de unas llaves. —¡Anne! ¡Anne! —entró gritando Gema.  Me levanté corriendo pero antes de salir por la puerta, ella entró en mi pequeña habitación y me arrastró a la cama.  —¿Qué pasa? ¿Está todo bien?  Sonrió como un payaso y empezó a botar de rodillas en mi cama.  —Tengo algo que puede interesarte.  —¿Sobre qué? ¿Y no podías esperar a mañana? —me quejé, y le lancé un cojín—. Y no me des estos sustos, no se asusta a una embarazada.  Agitó la mano.  —Tengo información sobre dicho chico tatuado el cual no habla con nadie salvo contigo.  —¿Isaac? ¿Qué pasa con él?  No podía esconderle nada, no a ella, así que tampoco pude esconderle mi súbita intriga por el tema.  —No te hagas la tonta. Como poco ese chico te intriga, no me mientas. Bueno, el caso, los chicos han ido al bar y han bebido de más, así que Dann me ha soltado por esa boquita suya que cree que le interesas a Isaac. No cree, sabe que Isaac está interesado en ti. ¿Qué le has dicho? Porque ese chico creo que duda de hasta su nombre.  —¿Qué?  Puso los ojos en blanco y me miró como si las cosas fueran tan obvias.  —Lo has oído. Y es Dann, su mejor amigo, así que por algo será. Han hablado de ti y por lo poco que conozco a ese badboy hasta yo me doy cuenta de las cosas.  No quería ilusionarme. Interesarle a un chico no estaba siendo mi meta en ese momento, pero era joven y después de mi primera y única decepción amorosa, sí que me ilusionaba conocer a alguien de verdad.  —Gemma....  —Venga, Anne —me animó, y me sacudió los hombros—. Es que tú no te das cuenta pero te mira como si fueras súper interesante. Eres interesante. Isaac no quiere a una niñata y tú eres todo lo contrario.  —Sabes cual es mi situación...  —No me empieces con tus mierdas. ¿Qué tiene que estés embaraza? Te vales por ti misma y no necesitas a nadie, pero te mereces darle una oportunidad. ¡No me puedo creer que esto me haga más ilusión a mi que a ti!  Me tiré de espaldas a la cama y me tapé la cara. Aquello era demasiado y no sé porqué me afectó tanto. Sin duda, Isaac me causaba interés a mi también pero esperaba que fuera algo del momento y se esfumaría.  —Eres una cotilla —refunfuñé. Gemma se tumbó a mi lado y me subió la camiseta del pijama hasta poner su cara muy cerca de mi estómago.  —¿Qué harás?  —Nada —me apresuré a decir—. Y tú tampoco. Yo... si las cosas se dan, bien, pero no estoy para meterme ahora en nada amoroso que me vaya a causar problemas.  Resopló y me acarició el estómago.  —Tu madre se está volviendo una estirada. Así nunca te dará hermanitos.  Le pateé.  —Cierra el pico.  Se acomodó en la cama y las dos nos tumbamos contra las almohadas. Me fijé por primera vez en que llevaba el pijama puesto y cerré los ojos para intentar quedarme dormida y dejar de escuchar sus intentos de cupido.
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