El capitán Leblanc fue el primero en llegar, Lilith subió al coche sin oponer resistencia, se sentó en la parte de atrás y esperó a que el capitán hablará con el taxista y lo tranquilizará, después lo vio subir al coche y mirarla.
– ¿Qué fue lo que sucedió?
Lilith no sabía en qué momento el demonio volvería a aparecer y le quitaría su cuerpo, su voz y sus pensamientos – hay un demonio dentro de mí, la liberación y el contrato ya se cumplieron, en mi mochila – se quedó sin voz, no pudo decir que el espejo estaba dentro de una cosmetiquera, ni siquiera podía emitir un sonido, era como tener algo atorado en la garganta.
– Te llevaré al ministerio – dijo el capitán Leblanc y condujo.
El ministerio estaba a cinco minutos, sin importar por cuánto tiempo Lilith corrió y escaló, solo había pasado una hora desde el momento en que salió de la academia.
Entraron por el estacionamiento, el capitán Leblanc abrió la puerta, la llevó al elevador, presionó el botón del séptimo piso, la acompañó por el pasillo y la invitó a entrar al cuarto de interrogación.
En todo ese tiempo, la expresión de Lilith fue vacía, no sentía en dónde estaba o cómo había llegado ahí, su cuerpo se movía por inercia, sus oídos zumbaban y si alguien le preguntará de qué color era la pared, ella tendría que alzar la vista y mirar los colores para responder.
El capitán Leblanc salió de la habitación y entró a un cuarto – ¿es ella?
La directora Lacroix tenía el ceño fruncido y las manos apretadas en puños – es ella, mi nieta dijo que provocó el incendio en la biblioteca, también atacó a sus compañeros y si vino al ministerio, bien pudo ser ella quien activará la alarma de incendios.
Harret era un mago muy capaz, con tanta magia que veinte magos actuales podrían enfrentarlo y salir perdiendo, pero había algo que no podía controlar, su conocimiento de los inventos y hechizos modernos, toda la información que tenía venía de los recuerdos de Lilith y ella era una mundana a quien sus padres mantuvieron lejos del mundo de la magia.
Detalles familiares, como los magos que enlazaban sus ojos con los de sus mascotas para saber a dónde iban cuando salían de paseo, o los amuletos que los magos adultos les daban a sus hijos y nietos, para saber sí algo malo les pasaba, esas cosas que Lilith no conocía, Harret tampoco podía saberlas.
Después de que Ofelia fuera puesta sobre la cama de su dormitorio, la directora Lacroix vio la esfera que representaba a su nieta, romperse, llegó a los dormitorios, usó magia para despertar a su nieta y veinte minutos después, ella le contó todo lo que había pasado.
El incendio, lo que Miriam, la gata de Cinthia vio y las acciones de Lilith. La directora Lacroix la buscó en la academia, pero ella ya no estaba, después acudió al ministerio, que en ese momento se encontraba en caos por la alarma de incendios y mientras ella reportaba el incidente, la llamada de Lilith entró.
– Yo la interrogaré.
– No.
– Esa maldita niña hirió a mi nieta – dijo la directora – no voy a confiarle el caso a ustedes y a su hechizo de la verdad.
El capitán Leblanc frunció el ceño – esa habitación es nuestro método, en el instante en que usted entre, yo no podré usar el interrogatorio como evidencia.
– Mi nieta ya confesó – alzó la voz – esa niña inició el incendio de la biblioteca, hay cuatro estudiantes heridos, ¡al diablo con los métodos de los mundanos!, hágala confesar y castíguela.
Dentro de la habitación Lilith cerró los ojos y pesadas lágrimas bajaron por sus mejillas.
– Sabes lo que pasará ahora, ¿cierto? – dijo Harret, sentado en una silla a su lado – espera, estoy en tu mente y no lo sabes – se burló – te lo diré, te acusarán por el ataque a los chicos en la biblioteca y a los residentes, daño a la propiedad privada, alteración de la paz, quizá te acusen de ser una seguidora del abismo, que es de lo que todos hablan hoy en día y te envíen a prisión.
Lilith alzó la mirada – sí yo voy a prisión, tú irás conmigo, ¿cierto?, estarás atrapado y no podrás lastimar a las personas.
A Harret no le gustó esa parte – olvidaste a tus padres, los despedirán de su trabajo por lo que hiciste y sí hacen algo para intentar salvarte, irán a prisión, ¿quieres eso? – sonrió de pronto – aunque, quizá los dejen estar en la misma celda, podría ser – subió las piernas a la mesa – felicidades, lograste j***r toda tu maldita vida.
Lilith desvió la mirada.
El capitán Leblanc, a regañadientes, respondió su celular, la llamada era del consejo de magia y le daba a la directora Lacroix derecho a usar su hechizo de la verdad e interrogar a la sospechosa. El capitán Leblanc odió la burocracia y se hizo a un lado para que la directora pasara.
Lilith escuchó la puerta abriéndose, levantó la mirada y vio a la directora, no tuvo tiempo de decir ni una sola palabra, vendas blancas la envolvieron y la ataron a la silla, cada parte de su cuerpo, desde sus dedos hasta su cabeza estaba fuertemente atada.
– Mi hechizo toma en cuenta la memoria celular, ya sea que tu mente lo haya bloqueado, uses un hechizo del olvido o te fuerces a creer una mentira – señaló la directora – no funcionará.
Los hechizos de la verdad se basaban en la percepción, no en la verdad absoluta, por poner un ejemplo, sí se ponía un lapicero rojo sobre la mesa y se le preguntaba a una persona daltónica, de qué color era, esa persona diría “gris” y esa sería la verdad, aunque el lapicero fuera claramente rojo.
Los magos que sabían cómo funcionaba, cerraban los ojos para decir que no vieron algo, o usaban hechizos para olvidar y poder decir; no lo recuerdo.
Pero el hechizo de la directora Lacroix era de un nivel más alto, se aferraba a las extremidades y usaba impulsos para determinar acciones, sí la persona no recordaba, su cuerpo lo hacía.
– ¿Fuiste esta noche a la biblioteca?
– Sí – respondió Lilith.
– ¿Subiste al tercer piso?
– Sí – respondió y entendió a qué se refería – espere, no – se quedó sin voz, entre más intentaba hablar, más se cerraba su garganta.
La directora Lacroix continúo – ¿viste a cuatro estudiantes en el tercer piso?
No, los vio abajo, en el segundo piso mientras subían los escalones, así que respondió, pero sus labios dijeron – sí.
– ¿Manipulaste una esfera de fuegos artificiales para que explotara?
Lilith negó con la cabeza y nuevamente sus labios dijeron – sí.
– ¿Golpeaste a cuatro residentes en los dormitorios de la academia?
Lilith sintió que caía en un abismo – sí.
La respuesta se basaba en su memoria muscular porque su cuerpo realmente lo hizo, pero no era ella quien lo controlaba, era el demonio, intentó explicarlo y en cada ocasión sintió que se ahogaba, no era una mentira, era la respuesta a una pregunta que la directora Lacroix no había hecho.
– No le interesan tus razones – dijo Harret, sentado a su lado – le basta con condenarte, en tu mundo las personas dicen una frase celebre, “quiero a mi abogado”, intenta decirlo.
Después de todas las mentiras, Lilith no creía en Harret, pero conforme pasaba el tiempo, las cintas se apretaban – quiero – intentó decir y volvió a sentir que se ahogaba, Harret no mintió, a la directora Lacroix no le interesaba la verdad. Lo que ella quería, era castigarla.
– ¿Activaste la alarma de incendios del ministerio? – preguntó la directora Lacroix.
– Sí – respondió Lilith con lágrimas en los ojos.
– Llame al fiscal, yo hablaré con los padres de los estudiantes que están en el hospital para que presenten la denuncia – se dirigió a la puerta.
– Directora – la llamó el capitán Leblanc – ¿no olvida algo?
Ella giró la mirada, vio a Lilith aún envuelta en las vendas y giró la muñeca para tenerlas de vuelta.
Lilith puso las manos al frente para no golpearse contra el escritorio, tenía marcas en los brazos de dónde estuvieron las vendas y le dolía la garganta, presionó su cuello y habló para saber sí aún podía hacerlo.
El capitán Leblanc tomó una silla para sentarse – “vengan rápido, por favor, necesito ayuda” – leyó, la hoja que tenía en las manos era la transcripción de la llamada al número de emergencias que hizo Lilith a bordo del taxi – ¿qué fue lo que sucedió?
A diferencia de la directora que llegó haciendo preguntas directas que la acusaban por todo lo que pasó, el capitán Leblanc le hizo sentir que la escucharía – hace tres meses un ladrón entró a la tienda de mi tío, uno de sus empleados fue a ayudar, él atrapó al demonio, pero no fue así, sigue aquí – se señaló – dentro de mí, la liberación y el contrato ya se completaron, todo lo que hice antes, en la biblioteca y en los dormitorios, fue él, no yo. Recuperé el control en el taxi, tomé el teléfono y los llamé, no quería que hiciera eso, traté de evitarlo, pero no pude.
El capitán Leblanc la escuchó atentamente – hablé contigo hace menos de una hora.
– No era yo.
El capitán Leblanc se levantó.
– Mi familia – dijo Lilith – son profesores en la academia Vitreri, me llamaron hace un rato y el demonio les dijo que estaba durmiendo, por favor, dígales que estoy bien.
Más tarde, después de que saliera del ministerio y le ayudaran a sacar a ese demonio del interior de su cuerpo, les confesaría a sus padres que no tenía talento mágico.
– Eso no pasará – dijo Harret, aún sentado a su lado – la mujer que vino primero tiene una autoridad más alta, no te dejará ir después de que golpeaste a su querida nieta. Esas personas te acusarán antes de que amanezca y te enviarán a prisión – giró la cabeza para mirarla – la única forma de salir de aquí, es con mi ayuda.
– Yo no hice esas cosas, fuiste tú – reclamó Lilith con las manos apretadas – ¿esto es lo que planeabas?, por eso le hiciste daño.
– Mi plan – enfatizó – era ir al campo, abrir el espejo y recuperar la estrella, ¡ese era mi plan!, el que tú arruinaste – apretó los dientes – siendo parte de mí pudiste tener más poder que cualquier otro mago de esta era, no tendrías que preocuparte por pequeñeces como esa mujer. Sí no lo hubieras arruinado.
De todo lo que pasó en esos últimos meses, había una sola cosa de que la Lilith estaba orgullosa, y esa era, recuperar su cuerpo.
En la cabina Julián cruzó los brazos y observó.
El capitán Leblanc entró a la habitación – ¿qué opinas?
Para responder Julián señaló el video y lo retrocedió unos minutos, justo después de que Leblanc saliera de la habitación, Lilith miró hacia su izquierda y movió los labios sin emitir sonido alguno.
– Opino que será un dolor de cabeza – dijo Julián – Lacroix dirá que está fingiendo, cometes un crimen, culpas a un demonio y obtienes un pase libre de prisión, no sería la primera vez que un mago lo intenta.
– Te pedí tu opinión, no que me dijeras lo obvio – lo regañó el capitán Leblanc.
– Pongo las cosas en perspectiva, el escáner nos dirá sí realmente hay un demonio dentro de su cuerpo, después de ahí sabremos como seguir, lo que mencionó de hace tres meses, ¿quién llevó su caso?
El capitán Leblanc resopló – Antonio.
– Tenía que ser.
– Es el caso del espejo.
Julián recordó algo y corrió a su oficina para buscar el informe de Carlos, el técnico del departamento de eliminación