El sótano de la casa era amplio, con docenas de cajas apiladas que intentaban estar ordenadas, durante varios minutos los chicos que llegaron a la casa fueron cambiando todo de lugar y ordenando las cosas según las ordenes de Samantha.
– Con permiso – dijo uno de los chicos y Brenda se hizo a un lado.
Esa versión era extraña, Lilith no la reconocía, su madre era una mujer dura, que siempre hablaba alto para hacerse escuchar en una clase con más de veinte estudiantes, no era flexible, no regalaba calificaciones y no se quedaba en una esquina con los brazos recogidos para no estorbar.
La profesora Brenda Santiago, a los dieciséis años, era una persona muy diferente.
– Bien, haremos el primer ensayo – anunció Samantha – todos a sus posiciones – dio la vuelta – Gaby, te vez preciosa, Adolfo, dame un monstruo aterrador y tú, la que no está haciendo nada, necesito que te salgas del cuadro.
Brenda se apartó de la pared y se sentó en los escalones, Lilith se sentó a su lado.
Era fácil para los hijos olvidar que los padres fueron jóvenes y que cometieron errores, era más fácil creer que toda la vida fueron personas adultas con reglas estrictas. Pero, solo para aclarar – esto no lo justifica – dijo en voz alta.
La grabación continúo durante dos horas, después todos comenzaron a recoger el equipo, el vestuario y dejaron atrás basura, cajas desacomodadas y un jarrón roto.
Brenda bajó de nuevo con una bolsa de basura.
– Son unos cerdos – dijo Samantha, Brenda no sabía que ella seguía ahí y se asustó al escucharla – pero las lámparas son pesadas y no podíamos cargarlas entre Paty y yo, lo siento – se disculpó recogiendo la basura.
– Entiendo – dijo Brenda.
Samantha sonrió – arriba pidieron pizza, todos vamos a cooperar menos tú, es para darte las gracias por prestarnos tu casa – le guiñó el ojo – y yo terminaré de limpiar, sube.
La dueña de la casa parecía Samantha, no Brenda, ella subió los escalones de vuelta y Lilith la siguió.
– ¡Ayuda!
Lilith, que estaba a la mitad de las escaleras, escuchó ese susurro extraño y se detuvo, Brenda siguió su camino de vuelta a la sala, abajo estaba Samantha y supuestamente, no había otras personas.
– ¡Ayuda!, por favor.
El susurro se repitió, Lilith bajó los escalones y vio a Samantha caminando muy despacio.
– Hola, ¿quién está ahí?, Roberta, ¿eres tú?, porque no es gracioso.
– Ayúdame – gritó una niña de nueve o diez años aferrándose al brazo de Samantha, al instante ella gritó, Lilith también, fue una aparición muy súbita, ninguna lo esperaba.
Samantha tragó saliva – ¿quién eres?
– Ayúdame a salir, por favor – lloró la niña.
Samantha miró hacia abajo, a su brazo y notó algo extraño, no podía sentir las manos de la niña, movió su brazo y la atravesó, después le buscó los pies y los vio casi transparentes – eres un fantasma.
La niña bajó la mirada – por favor, ayúdame a salir.
Samantha aparentaba ser una mujer madura, después de ver eso intentó componerse, se aclaró la garganta y miró a la niña – de acuerdo, la puerta está abierta, sí quieres irte, puedes hacerlo.
La niña negó con la cabeza – no me dejarán, el hombre de allá arriba – lloró – me lastimará otra vez.
La expresión de Samantha cambió – ¿a qué hombre te refieres?
– El señor Santiago, él me hizo esto – lloró – por favor, no dejes que vuelva a hacerme daño.
Los ojos de Samantha se humedecieron y se agachó para estar a la misma altura que la pequeña, quería abrazarla y hacerla sentir mejor – escucha, cuando salga de aquí llamaré a la policía, dime tu nombre, dirección o el número de tu casa, yo haré que te encuentren.
La pequeña negó con la cabeza – no quiero que mi familia sepa lo que me hizo, no llames a la policía, no lo hagas.
Samantha lloró y se cubrió la boca con las manos.
– Por favor – dijo la niña – antes de matarme ese hombre me quitó el brazalete que me regaló mi mamá, es todo lo que quedó de mi cuerpo, por favor, llévaselo a mi familia, así estaré con ellos.
– Lo haré, dime, ¿dónde está el brazalete?
– Allá afuera, ese hombre lo enterró en una caja debajo de los rosales.
Samantha asintió, le prometió a la pequeña que no tardaría y corrió los escalones, Lilith no supo si debía seguirla o quedarse ahí, estaba en shock, ese recuerdo significaba que sus abuelos asesinaron a una niña y atraparon su alma en el sótano.
¿Por qué?
Samantha volvió veinte minutos después con las manos llenas de tierra – aquí está, ¿es este?
– No lo sé, no puedo verlo – dijo la pequeña.
Samantha puso el brazalete delante del fantasma – aquí está.
Arriba gritaron – ¡LLEGÓ LA PIZZA!
– Póntelo – dijo la niña – tal vez sí te lo pones podré verlo.
Samantha hizo lo que le pidieron, se colocó el brazalete y la niña le sujetó las manos enterrando sus uñas tan largas, como garras, la expresión inocente, la sonrisa, todo desapareció, Samantha empujó la cabeza hacia atrás, sus ojos se pusieron en blanco y su alma, un destello blanco, muy brillante y cristalino, salió de entre sus labios y entró en la boca de la niña.
Lilith retrocedió.
Segundos después Samantha se levantó, excepto que esa ya no era la mujer de veinte años que daba instrucciones a sus compañeros, era un cuerpo poseído por un demonio y lo primero que hizo fue subir los escalones.
– ¡Mamá! – exclamó Lilith, sabía que todo era un recuerdo, que su mamá estaba bien, que nada le pasó, pero sintió pánico.
Arriba todos se repartían la pizza, Brenda estaba en la cocina viendo cómo nadie quería usar servilletas y un pedazo de pizza caía sobre el sillón.
– Gracias – dijo Patricia – por prestarnos la casa, cuando salga el cortometraje te daremos el crédito por la locación.
– No lo hagan, sí mis padres se enteran me matarán.
Samantha volvió a la sala y subió los escalones directamente, Brenda la vio desde la cocina y corrió – disculpa, no pueden subir – le dijo, pero ella llegó al piso superior, quitó un retrato de la pared, abrió la caja de seguridad y bebió una pócima, abajo, Brenda retrocedió.
Con los ojos de matiz muy claro, Samantha volvió a bajar los escalones y pasó junto a Brenda.
Patricia tenía un plato con un trozo de pizza – Samy, te aparté un pedazo.
El demonio sonrió, acarició las mejillas de Patricia pasando los dedos de manera seductora, se acercó y la besó.
Los chicos en la parte de atrás silbaron, Patricia soltó el plato y este cayó al suelo junto con la pizza, terminando el beso, se desmayó.
– ¡La mataste! – exclamó un chico a manera de broma.
Pero quienes estaban más cerca vieron que Patricia tenía los ojos abiertos, los labios morados y la expresión pálida.
– Oye, no se ve bien, Paty.
– Déjala, oigan, queda una rebanada de pizza de champiñones.
Brenda corrió, se agachó junto a Patricia, tocó su cuello buscando el latido de su corazón y después miró a Samantha, estaba asustada, se notaba enseguida, pero trató de sobreponerse, con un movimiento de sus manos, formó un escudo de luz – todos, aléjense de Samantha y salgan de la casa.
– ¿Qué es eso?
– Oye, grábalo.
Nadie la escuchó, estaban más impresionados con el destello de luz sobre su mano.
– ¡Escuchen!, tienen que salir de la casa.
El demonio golpeó el aire con su brazo, el escudo se destrozó en pedazos y Brenda fue empujada contra la pared.
Las risas pararon, los estudiantes que antes bromeaban y se burlaban del beso, permanecieron en silencio, comprendiendo que algo no estaba bien, uno de ellos se agachó para buscar el pulso de Patricia y se alejó con una expresión ceniza – está muerta – luego miró a Samantha – ¿Qué clase de broma es esta?
El demonio le sujetó el cuello y se lo rompió, el sonido que produjo hizo que todos se alejaran corriendo, pero nadie pudo llegar a la puerta antes de que esta se cerrara.
Desde el suelo Brenda vio como todos caían y sus almas se convertían en alimento, como pudo se levantó, formó una cadena y la extendió hacia el demonio con toda su magia, pero nada cambió, sus cadenas eran tan sólidas como un caramelo para el demonio que las rompió con las manos y dejó caer los pedazos al suelo.
La chica que se encargaba del maquillaje corrió a los escalones y subió de prisa, el demonio la miró y la dejó ir, poco después se escuchó un grito, la chica se aventó por la ventana y cayó de manera estrepitosa.
Brenda lloraba, solo se sabía tres hechizos y ninguno estaba funcionando. De las once personas que entraron a su casa quedaban dos con vida, ambos escondidos en la cocina, rezando por no ser encontrados.
El demonio caminó hacia Brenda – diles a tus padres, que el juego terminó.
Después de que se fuera los gritos vinieron de la cocina, Brenda permaneció sobre el suelo, le dolía la cadera, no podía levantarse, tampoco caminar, lo que hizo fue arrastrarse sobre el suelo hasta llegar a dónde estaba Patricia y tocar su hombro.
Ella nunca despertaría, tampoco reencarnaría ni volvería a ser parte de ese mundo.
Pasó cerca de una hora, durante todo ese tiempo Brenda estuvo recostada sobre el suelo frío, repitiendo el primer verso de una canción. A su alrededor había mucho silencio, pasado el tiempo miró el cuarto atrás de la sala, se arrastró, tomó el teléfono y marcó el número del ministerio de magia – por favor, vengan pronto.
La escena desapareció, su madre, los estudiantes muertos y el desastre, en un segundo la casa se reformó, ahora había más espacio, el teléfono estaba en la sala y recostada sobre el sillón, con la pierna enyesada y la mirada perdida, estaba su madre.
La puerta de la entrada se abrió, Brenda se incorporó levemente, por su semblante parecía que había vuelto a la vida – mamá.
La abuela llegó, miró a Brenda y la golpeó en el rostro – las reglas eran muy claras, te lo dije muchas veces, hay artefactos mágicos en la casa, nunca, nunca, dejes entrar mundanos, y tú, decidiste que era una grandiosa idea meter a once – fue alzando la voz.
El rostro de Brenda se llenó de lágrimas.
– El ministerio de magia quiere culpar a tu padre de homicidio, irá a prisión por tu culpa – lloró y se sentó en el otro sillón.
– Lo siento – susurró Brenda.
– Debieron decírtelo en la Academia, la importancia de seguir las reglas en nuestro mundo, no somos como los mundanos, nuestras acciones tienen consecuencias graves, pensé que lo entendías.
– Ella no tuvo la culpa – dijo Lilith en voz alta, pero nadie la escuchó.
Brenda se talló los ojos – mamá, ¿por qué había un demonio en el sótano?
La mirada de la abuela se agudizó – no es tu problema, iré a ver a tu padre, es quien más nos necesita ahora.
– Mamá – dijo Brenda, pero la abuela se fue y ella, sin muletas o una silla de ruedas cerca, se apoyó en el sillón y avanzó dando pequeños brincos para llegar al baño. No usó su magia.