El eco de los gemidos de la chica de la cafetería sigue persiguiéndome cuando salgo de la oficina y me enrosco en mi bufanda. Atravieso las puertas giratorias hasta mi coche, el pobre que lleva aparcado aquí desde la semana pasada, y dejo las flores que he recogido de mi papelera en el asiento del copiloto. Son mías y me las llevo a casa en mi coche. Que le den a Dominic, y al pobre de Andrew que debe pensar que me hace de niñero.
Por primera vez en días, siento un pequeño alivio, como si hubiera recuperado un pedazo de mi libertad. Pero el alivio dura poco.
Cuando llego a mi puerta, algo no está bien. A la llave le cuesta girar, y no veo nada raro… pero lo siento. Es esa sensación de conocer tan bien un lugar que notas que algo a cambiado, pero no sabes qué. Dejo las flores en la mesita de la entrada y me quito los tacones, notando el frío de la tarima en mis pies descalzos.
—¿Bobby? —llamo, esperando el maullido perezoso de mi gato—. ¿Bobby?
Atravieso el salón, ojeando la cocina de paso, y entonces lo veo. Hay un vaso roto en el suelo junto a la encimera y la ventana sutilmente abierta. Corro a asomarme, pero no hay nada, así que la cierro. Con cuidado de no cortarme salto los cristales rotos. Mi cuarto es un desastre de ropa por el suelo, perchas rotas y cajones abiertos. Pero el mayor desastre es en la habitación de invitados que uso para trabajar, estudiar, y guardar mi colección de libros. Los cajones del escritorio están abiertos y revueltos, y mi portátil del trabajo, el que uso cuando puedo trabajar desde casa, no está. Y Bobby… Bobby no aparece por ninguna parte.
El pánico me aprieta el pecho.
—¡Bobby! —grito, mientras reviso cada rincón del apartamento: debajo del sofá, detrás de las cortinas, en el armario donde a veces se esconde. Nada.
Mi primer impulso es llamar a la policía, pero entonces pienso en la nota, en los corazones garabateados, en las palabras: “¿Qué cosas sabrás para que esa preciosa boquita tuya sea digna de defender?” Quien sea que entró aquí no buscaba dinero. Buscaba algo más. ¿El portátil? ¿Los documentos que nunca me traigo a casa? Por un segundo me siento mareada.
Entonces, el timbre suena, un sonido agudo que me hace saltar. Me acerco a la mirilla de la puerta de puntillas, sólo para ver a Andrew al otro lado.
—Sé que estás ahí. El jefe quiere que compruebe que ha llegado a casa —dice desde el pasillo.
Abro la puerta a toda prisa y le agarro del brazo metiéndolo dentro.
—Alguien ha entrado. No encuentro a Bobby.
El desastre que hay ahora es mucho mayor, he revuelto hasta los cojines del sofá buscándolo. Es un gato viejo, lo adopté hace un par de años porque lo iban a sacrificar en el refugio de animales, y cada vez es menos ágil.
En un abrir de cerrar de ojos, Andrew se ha puesto delante de mí y se ha sacado una pistola de debajo de la chaqueta.
—¡No! ¡¿Qué haces?! —chillo con el corazón en la boca—. Llevo media hora aquí volviéndome loca, no hay nadie. Yo he desordenado la mitad de las cosas buscando a Bobby.
Me mira como si estuviera loca. Soy una loca descalza a la que le falta un gato y le han allanado la casa. Loca me voy a volver como siga viviendo en esta situación.
—Señorita… —dice, guardándose el arma.
—“Señorita” nada. Se han llevado mi portátil del trabajo, me han revuelto papeles y no encuentro a mi gato.
Andrew se vuelve a cuadrar y me quedo con los pies clavados en la tarima viéndolo deambular por mi piso mientras llama a alguien. A Dominic. Cuando cuelga, me mira con seguridad.
—El jefe está de camino.
Genial.
La idea de Dominic aquí, en mi apartamento, después de lo que pasó en el Sapphire, después de los gemidos de la chica de la cafetería, me pone los nervios de punta. Pero también, en algún rincón retorcido de mi mente, siento un alivio extraño. Si alguien puede manejar esto, es él. Aunque sea la razón por la que estoy en este lío.
Mientras espero, sigo buscando a Bobby, llamándolo con voz cada vez más desesperada. Andrew revisa la cerradura forzada, los cajones revueltos, y murmura algo sobre “seguridad de mierda”. No sé cuánto tiempo pasa, pero el sonido del timbre me hace saltar de nuevo.
—Voy yo —avisa Andrew.
En cuanto abre la puerta Dominic entra sin esperar invitación. Sigue llevando los pantalones negros de traje y la camisa negra con mangas remangadas por debajo de los codos.
—¿Qué coño ha pasado aquí? —pregunta. Su voz es baja, pero hay una furia contenida que me hace retroceder un paso.
—Alguien ha entrado —respondo.
Dominic se detiene, mirándome fijamente. Es de las pocas veces que sus ojos me recorren desde los pies descalzos hasta los ojos y no parecen querer follarme viva.
—¿Tú estás bien? —me pregunta, y ya estoy asintiendo a toda velocidad—. ¿Qué te falta? Enséñamelo.
Me doy la vuelta y camino hasta la habitación esperando que me siga.
—Llama a Calvin, que revise las cámaras de seguridad cercanas —oigo que le ordena a mis espaldas.
Cuando llega a mi lado señalo el escritorio.
—Mi portátil del trabajo, y los papeles estaban revueltos pero sólo son mis facturas y cosas por el estilo.
—¿Y los otros papeles? —Maldice tan alto que él mismo rebusca entre mis cosas.
—¿Qué papeles? —dudo, frunciendo el ceño.
—Los que me importan a mí. Todas esas mierdas que apuntas en mis reuniones… —Se acerca, invadiendo mi espacio con furia, su aliento cálido rozándome la cara—. No me jodas, Olivia. ¿Dónde están los apuntes? ¿Los nombres, las cifras, todo lo que escribes cuando estás atenta en esas salas?
Estoy demasiado preocupada como para indignarme por su desconfianza a estas alturas.
—No tengo papeles —confieso—. Todo lo que apunto es para ti, pero siempre recuerdas las cosas, así que los trituro. Y en el ordenador sólo tengo cosas de la empresa, nada que te deba preocupar.
Sus ojos se estrechan, y por un segundo pienso que no me cree.
—Si tienes algo, cualquier cosa, dímelo ahora. Porque si descubro que me estás mintiendo…
—No te estoy mintiendo —digo, atropellada—. No soy una estúpida que guarda tus trapicheos en sus cajones. Por mucho que me saques de quicio no planeo joderte.
Dominic se queda en silencio, como si estuviera buscando una g****a en mi historia. Sus ojos oscuros prendidos en llamas buscan la mentira en mi mirada, pero no la va a encontrar. Si cae Dominic caigo yo, y por eso hago mi trabajo tan bien.
—Coge ropa que esta noche vas a quedarte en un hotel.
Dominic da un paso atrás. Se pasa una mano por el pelo, desordenándolo, y por un segundo parece humano, no el monstruo de traje que controla todo.
—No puedo irme, no encuentro a Bobby.
—¿Y ahora quién coño es Bobby?
—¡Mi gato! —Mi voz se quiebra, y odio que él lo vea, pero no puedo evitarlo. Las lágrimas me pican en los ojos, y me cruzo de brazos tratando no derrumbarme—. Es mayor y no lo encuentro. ¿Por qué iban a llevarse a mi gato?
Dominic no deja de mirarme y eso sólo me hace balbucear peor. Está pareciendo muy humano y no es propio de él. Levanta la mano tatuada y me la apoya en el hombro, mirando sobre mi cabeza a Andrew.
—Busca al maldito gato. Registra el edificio, los alrededores, lo que sea. —Luego me mira de nuevo—. Tú, coge tus cosas. No vas a quedarte aquí esta noche.
—No me voy sin Bobby —insisto, me tiembla la voz pero estoy firme.
Dominic aprieta la mandíbula, y por un segundo creo que va a gritarme. En cambio, su mano se desliza de mi hombro a mi barbilla, levantando mi rostro hacia el suyo. Sus ojos, oscuros y afilados, me clavan en el sitio, y su pulgar roza mi piel, un gesto tan inesperado que me hace contener el aliento.
—No voy a repetírtelo, preciosa —dice en voz baja—. Coge tus cosas, o te saco de aquí en brazos. Y no estoy de humor para juegos. No voy a dejar que te pase nada, pero para eso necesitas confiar en mí.