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1149 Words
El hotel es ridículo, uno de esos lugares que parecen sacados de una película: columnas de mármol, lámparas de araña, recepcionistas con sonrisas perfectas que me miran como si no encajara con mi abrigo arrugado y mis zapatillas gastadas. Andrew me escolta hasta una suite en el último piso. La habitación es más grande que mi apartamento, con ventanales que muestran la ciudad como un cuadro brillante y una cama que parece tragarse todo el espacio. Mi mochila parece patética cuando la dejo en una silla. El sonido de mi teléfono me saca de mis pensamientos. Es un mensaje de Lena: “Oye, hay un señor cambiando la cerradura de tu piso” La idea de que Dominic se esté haciendo cargo de todo este caos me deja un poco más tranquila, hasta que recuerdo que es por su culpa. “He perdido las llaves de casa” añado: “Y Bobby se ha escapado, ¿lo habéis visto?” Espero, mirando la pantalla como si mi vida dependiera de ello. Lena responde casi de inmediato: “¿Se ha escapado? Ese gato tuyo cada vez está más senil” “Estaremos atentas” Tiro el móvil a la cama con un resoplido y me froto las sienes. Bobby. Mi pobre gato, viejo y torpe. Me dirijo al baño, buscando cualquier cosa que me saque de este torbellino. El baño es tan exagerado como el resto de la suite: una bañera de hidromasaje que parece un jacuzzi, baldosas de mármol n***o, espejos que reflejan cada ángulo de mi cara cansada. Abro el grifo, dejando que el agua caliente llene la bañera, y me quito la ropa con movimientos mecánicos. El vapor sube, empañando los espejos, y me meto en el agua, dejando que el calor me envuelva. Por un momento, cierro los ojos y trato de imaginar que estoy en otro lugar, en una vida donde no hay notas amenazantes, ni portátiles robados, ni Dominic Russo. Pero su rostro aparece en mi mente: sus ojos oscuros, su sonrisa ladeada, sus manos en mi piel en el Sapphire. Gimo, hundiéndome más en el agua, como si pudiera ahogar esos pensamientos. No sé cuánto tiempo paso allí, pero cuando salgo, mi piel está enrojecida por el calor. Me envuelvo en una toalla blanca que huele a lavanda. Salgo del baño, ajustando la toalla, y me detengo en seco. Dominic está sentado en el sofá junto al ventanal, con un vaso de whisky en la mano y mirando a la ciudad. Sus ojos me recorren, deteniéndose en la toalla, en mis piernas desnudas, y siento un calor traicionero subiendo por mi cuello. —¿Qué haces aquí? —Mi voz sale más aguda de lo que quiero, y aprieto la toalla contra mi pecho como si pudiera protegerme de él. —Quería asegurarme de que estabas bien —dice finalmente, poniendo sus ojos en mi cara y no en otra parte de mi cuerpo. —Han cambiado la cerradura de mi puerta —digo. Él asiente, y remueve el vaso de alcohol. —Dejaré que mañana vuelvas a tu piso —¿espera que le dé las gracias por eso? —¿Por qué no dejas que me vaya? Dominic. Me iré de la ciudad si es lo que quieres. Se levanta del sofá, lento, deliberado, como un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. El hielo de su vaso tintinea a cada paso que da más cerca de mi. No sé por qué no soy capaz de moverme, y cuando lo proceso, tengo que levantar la cabeza para mirarlo. —Porque estés aquí o en j***n… —empieza a decir, y su dedo atrapa una gota de agua que me cae por el pecho —. Eres un puto problema, Olivia. Pero eres mi problema. Mi respiración se atasca. Quiero retroceder, poner distancia, pero mis pies están clavados al suelo. Su dedo traza un camino lento desde mi pecho hasta el borde de la toalla, y el roce es tan ligero que me hace estremecer. —¿Y por qué no me haces desaparecer como a tus otros problemas? Sé lo bien que se te da eso. Su mano se detiene en el nudo de la toalla. —Porque tu sitio está justo aquí, conmigo. Antes de que pueda responder, su boca choca contra la mía, dura, exigente, con un hambre que me toma desprevenida. Mi mente grita que lo empuje, que corra, pero mi cuerpo traiciona toda lógica, respondiendo al calor de sus labios, al roce abrasivo de su lengua. La toalla cae al suelo con un tirón rápido de su mano, y el aire frío golpea mi piel desnuda, pero el calor de su cuerpo lo compensa cuando me aprieta contra él. Sus manos recorren mi espalda, bajando hasta mis caderas, y me levanta como si no pesara nada, llevándome hacia la cama. Deja el vaso en algún sitio, escucho el suave golpe del cristal contra la madera, pero no tengo la cabeza para otra cosa que no sea él. El colchón se hunde bajo mi peso cuando me deja caer, y él se cierne sobre mí, mientras mis dedos desabrochan ansiosos su camisa. La parte de mi que no piensa en el mañana, sabe que me merezco que Dominic me folle por todo lo que me hace pasar. La camisa cae al suelo, dejando al descubierto su brazo derecho tatuado y el resto de sus músculos perfectamente definidos. —Siempre haciéndote la dura —murmura, con voz áspera mientras sus manos separan mis muslos, y sus dedos rozan mi piel con una lentitud que me vuelve loca—. Para nada. Quiero negarlo, pero un gemido traicionero escapa de mi garganta cuando sus dedos encuentran mi centro, deslizándose con una precisión que me hace arquear la espalda. —Te odio —jadeo. —Qué mentirosa… ——sus labios me rozan el cuello, chupando con fuerza hasta que un gemido se me escapa—. Quieres odiarme, pero esto… —Sus dedos se mueven más rápido, arrancándome un grito que no puedo contener—. Esto es lo que quieres. Quiero decirle que está equivocado, que no quiero esto, pero mi cuerpo me traiciona, arqueándose hacia él, buscando más. Sus labios bajan por mi pecho, su lengua traza círculos alrededor de mis pezones, y el calor que me recorre es casi insoportable. —Dominic… —Su nombre sale como una advertencia. Sus besos paran, y al bajar la mirada por mi cuerpo tengo sus ojos oscuros mirándome. —Pídemelo. Dí que eres mía y que te mueres por sentir cómo te follo. Estiro la mano, y la paso entre los mechones ondulados de su pelo tirando suavemente de ellos. Ya no es momento de arrepentirme. —Más te vale ser tan bueno cómo prometes —digo en su lugar, empujándole la cabeza entre mis muslos.
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