El sol caía como un fuego pálido sobre los techos de mármol y pizarra de Ceviel. Las campanas repicaban desde lo alto de las torres, anunciando el inicio de la ceremonia en honor a la nueva unión imperial. Altea avanzaba junto a Leander por los corredores del palacio, sus pasos acompasados con el ritmo de la guardia que los escoltaba. El vestido que le habían preparado era un mar de bordados plateados y azules, símbolos del imperio de Ceviel, pesando sobre sus hombros como cadenas disfrazadas de seda. A su lado, Leander llevaba el manto real con la firmeza de un soldado que conoce el campo de batalla… aunque esta vez el enemigo era invisible, y se escondía en cada mirada que los esperaba afuera. Cuando las puertas principales se abrieron, la ovación del pueblo los envolvió. Miles de voce

