Fue la primera de infinitas charlas y la primera indirecta de infinitas indirectas que existieron entre nosotros en los meses siguientes.
Desde ese día, nos sentamos muy cerca los seis en el salón y entablamos una muy bonita amistad, aunque estaba claro que entre Eva y yo había mucho más que eso.
Ninguno de los dos era capaz, y tampoco quería, disimular la química que había entre ambos. Y aunque tampoco éramos capaces de aceptarlo por nuestra timidez, nuestras miradas eran constantes y fulminantes. Estábamos en contacto permanente, contándonos todo lo que nos sucedía sin ningún tipo de incomodidad, y acompañándonos en las distintas instancias que los primeros días de clase en la Universidad, tenían para nosotros.
Fueron muchos los momentos de descanso en los que fuimos a conversar todos al parque de enfrente al campus, los almuerzos que compartimos, y las tardes en las que estudiamos juntos en la biblioteca y en la casa de alguna de las chicas o en la de Manuel.
También fueron muchos los fines de semana en los que salíamos de noche a cenar o a tomar algo a alguna terracita de Madrid para distendernos un poco luego de días repletos de historia y teoría del derecho constitucional, civil y hasta del eclesiástico, y para seguir conociéndonos ella y yo, que cada vez nos acercábamos más.
Si bien nuestros amigos en común siempre se esforzaban por dejarnos solos cada vez que podían, y cuando no, se inventaban la forma de conseguirlo… generalmente aprovechábamos esos momentos para hablar. Por esa entonces, éramos los dos muy jóvenes y tímidos y teníamos muy poca experiencia con personas del sexo opuesto, por lo que generalmente dudábamos de dar un paso más por miedo a que todo pudiera arruinarse entre nosotros y disimulábamos las ganas de comernos a besos, escondiendo todo ese miedo en una amistad grupal que existía entre el resto, pero no entre nosotros. Es decir que apelábamos a lo más simple: estar cerca y disfrutarnos muy de cerca, pero no tan cerca. Juntos, pero no revueltos.
Una de esas noches, con algunas cervezas de más encima, me las ingenié para deshacerme del resto de los chicos sin quedar en demasiada evidencia y acompañarla yo solo a su casa.
Reconozco que algo de efecto debió hacer en nosotros el alcohol, pues cuando me acerqué a ella para despedirme en el portal de su casa, en lugar de darnos un beso en la mejilla como acostumbrábamos, nos quedamos mirando fijamente, y como por acto reflejo de ambos fuimos capaces de ignorar nuestra timidez y nos besamos apasionadamente.
Esa noche fue la primera de muchísimas noches en las que fui realmente feliz teniéndola entre mis brazos… saboreando sus dulces besos y llenándola de caricias.
Al rodear su cintura con mis brazos la sentí estremecerse y yo hice un viaje exprés y sin boleto de retorno al paraíso. Ella se aferró a mi cuello con muchísima fuerza y de tanto que estábamos disfrutando del beso, se nos hizo tan eterno que pensamos que habían pasado horas cuando en realidad habían transcurrido algunos minutos.
Al separarnos para tomar un poco de aire, sonreímos y nos volvimos a mirar fijamente hasta que instantes después fuimos capaces de hablar…
Franco - ¡Me gustas muchísimo, desde el primer día que te vi en la Universidad! (acariciando su rostro con una de mis manos) ¡No he podido dejar de pensar en tus ojos ni un solo instante! ¡Me encantas!
Eva - ¡Tu también me gustas muchísimo! (mordiéndose el labio inferior y acabando de llevarme a la locura) y no quisiera que esto acabara jamás… (ambos sonreímos y continuamos mirándonos fijamente, como expresando el deseo de que eso que decía se hiciera realidad) ¿Te quieres quedar conmigo esta noche? (sonrojada) Mi familia estará en la finca en Vizcaya hasta el lunes…
Ni siquiera lo dudé un instante. Asentí y enseguida me tomó de la mano y me guió hacia la puerta de entrada de su casa. Íbamos dando rienda suelta a nuestro amor juvenil y sonriendo tanto, que apenas podía coordinar sus movimientos y, de los nervios, se le cayeron las llaves al intentar colocarlas en la cerradura.
Al agacharnos los dos para tomarlas, chocamos nuestras frentes y luego de reírnos de nuestra propia torpeza, nuevamente nos tomamos tiempo para besarnos, y acariciar el rostro del otro varias veces, entre sonrisas y palabras bonitas.
Cuando por fin ingresamos a su casa y como si no existiera nada ni nadie más en el mundo, la volví a tomar de la cintura y la besé apasionadamente hasta que fue capaz de reaccionar y separarse para tomarme de la mano y guiarme escaleras arriba, hacia su habitación.