Capítulo 2

1410 Words
Yo estaba sentado en uno de los bancos de la entrada del campus universitario con mis amigos de toda la vida, Alejandro y Manuel, cuando ella llegó con sus amigas. Iba muy radiante con su vestido blanco estampado con flores y su chaqueta de jean, bolso y botas marrones con un leve tacón que hacía resaltar todavía más su esbelta figura, y su larga y morena melena suelta enmarcando el rostro más bello que mis ojos habían conocido, y que justo en aquel momento en el que hicimos contacto visual desplegó la gran y perfecta sonrisa que hasta el día de hoy es capaz de hacerme olvidar del mundo que me rodea. En ese momento fui el centro de las burlas de mis amigos, quienes de inmediato se dieron cuenta que me había dejado completamente maravillado una de las chicas, aunque no tenían certeza de cuál, pues no solamente dejé de participar de la interesante conversación que manteníamos hasta el momento sino que además, giré mi cabeza hacia el lugar desde donde podía observarla pasar… Pero cada una de esas burlas valieron la pena, al darme cuenta que cuando siguió su camino hacia la entrada del centro educativo volteó a verme y respondió nuevamente a la cara de tonto que llevaba yo en ese momento completamente maravillado por su presencia, con una gran sonrisa y luego miró al suelo, sonrojada, y volvió a mirarme y a sonreír, mientras acomodaba su cabello detrás de su oreja. Alejandro - ¡Bro! ¡Bro! (pellizcándome el brazo, aunque yo no podía sentir nada, al tiempo que se reía con Manuel) Manuel - ¡Hello! (pasando su mano frente a mi rostro, todavía volteado en dirección a la entrada de la Facultad) ¡Tierra llamando a Franco! ¡Hello! Torre de control… ¡Hemos perdido el contacto! El cerebro ya no hace sinapsis... Alejandro - ¿Cuál de esas tres tías te ha gustado? (riendo y llamando al fin mi atención) Franco - ¿Qué dices? Alejandro - ¿Qué cuál de las tres te ha gustado? (mi rostro me delató al ponerse completamente colorado, y a lo único que atiné fue a voltear a ver si no estaba por allí ella o alguna de sus amigas escuchando la conversación) Manuel - ¡Pero estás peor que nunca! ¿Te has ido de nuevo? Franco, Franco… ¡Te estamos hablando! (nuevamente me había ausentado de la charla) Alejandro – Si así está en el primer día de clases, no vamos a querer saber cómo estará en dos semanas. Manuel, hermano… lo hemos perdido. ¡Creo que este semestre estaremos solos, hermano! (suspirando y abriendo sus manos, al tiempo que miraba al suelo) Franco - ¿Qué bobadas dices? (completamente feliz de la vida) Venga… ¡Vamos de una vez! (parándome y haciéndoles gestos para que hicieran lo mismo) ¡Vamos a ver si tengo suerte de que esté en nuestro mismo salón y me ayudan a pensar cómo puedo averiguar su nombre! Manuel - ¿Qué no puedes hacerlo tu solo? ¡Deja ya tu timidez! Vas y le preguntas cómo se llama. ¿Por qué tantas dudas? Solo es una chica… Pero no. Ella no era solo una chica. Era LA chica. La mujer de mi vida, y no tardaría mucho en convencerme de ello, aunque hasta entonces, y aun sin saber su nombre, ya me tenía en las nubes, como nunca otra mujer me había tenido hasta el momento, y como no me lograría tener ninguna más, hasta el día de hoy por mucho que lo intentara. Yo jamás había sido creyente de la existencia del amor a primera vista hasta ese día. Sin embargo, además de la felicidad que sentía, me embargaba una enorme sorpresa, pues siempre había sido el más aplicado y el más centrado y concentrado en los estudios de los tres e iba muy creído de ser capaz de pensar solamente en los libros hasta que ella apareció para darle a mi aburrida vida de biblioteca la esperanza de sentir el amor verdadero que me acompañara en el camino al éxito. Al ingresar al centro educativo y averiguar dónde quedaba nuestro salón, la volví a ver. Y al indicarle a mis amigos de cuál de las chicas se trataba, Manuel, ni tonto ni perezoso, se acercó a ellas para tratar de solucionar el primero de mis problemas: averiguar su nombre mediante alguna clase de artilugio coherente. No se lo preguntó de primera, pero aplicando el escaso conocimiento que teníamos hasta el momento para la oratoria, comenzó a hablarles… Manuel - ¡Buenos días, bellas damas! Mi nombre es Manuel… (las saludó cordialmente y con una gran sonrisa a las tres mientras se metía en su pequeña ronda conversacional de una manera que las hizo sonreír a todas). ¿Saben ustedes si la clase de Derecho Civil es en este salón? (señalando la puerta contigua) Mis amigos y yo estamos un poco perdidos… … - Si, es aquí. Tomaremos la misma clase (risueña y mirando a sus amigas muy poco disimuladamente) Manuel – Pues… ¡Genial! Seremos compañeros de curso, entonces… ¿cómo son sus nombres, señoritas? Así ya nos vamos conociendo (fingiendo anotar en un papel y todo) … - Eh… (todavía algo sorprendida por su elocuencia) pues yo soy Carla, ella es Eva y ella es Marta. Manuel - ¡Pues un gusto! (saludándolas a todas nuevamente) ¡Vengan! (haciéndonos señas, mientras yo caminaba un poco más retrasado que Alejandro, pensando qué le diría a ELLA cuando la tuviera enfrente) Les presento a mis amigos… él es Alejandro el divertido, y este es Franco un apasionado de la vida en biblioteca y del derecho internacional, seguro podrá ayudarlas con sus dudas en esa materia... ¡Saluden a Carla, Eva y Marta! Vamos… ¡No se me pongan tímidos ahora! (sonriendo y haciéndome gestos como de que debía agradecerle por la gran investigación que había realizado, mientras yo me sonrojaba de los nervios) El caso es que tanto Alejandro como Manuel habían sido compañeros míos de la escuela y también del secundario. Nos entendíamos y complementábamos como nadie, pues estábamos acostumbrados a pasar muchísimo tiempo juntos. Nos conocíamos de memoria, y sabíamos todo de cada uno de los otros. Sin embargo en ese momento, no sabía si agradecerle o tirarle con algo por la cabeza, pues me estaba dejando en bastante evidencia, desde mi punto de vista. Pero el caso fue que no entendí ni quise hacerlo tampoco, quién era Marta y mucho menos quién era Carla. Cuando su dedo apuntó a Eva, supe que mis días de paz mental estaban acabados. A partir de ese momento, mi corazón estaba en sus manos y ella… Ella me seguía mirando con la misma sonrisa que tenía cuando cruzamos miradas en la entrada y me estaba estirando su mano para saludarme formalmente, aunque sin saber que la mirada tierna y la sonrisa enorme que me había dedicado al voltear, instantes antes, las llevaría tatuadas de por vida en mi mente, en mi corazón y en mi piel. Eva - ¿En serio te gusta el derecho internacional? (intentando sacarme alguna palabra, cuando yo lo único que hacía era mirar su rostro, completamente embobado) Franco - ¡Desde siempre! (sin pestañear siquiera, para no perderme ni un instante posible de admirar la belleza que tenía enfrente) Eva – A mi me gusta mucho también… pero no se si acabaré dedicándome a esa rama. También me gusta el derecho penal y me gustaría especializarme en género… pero tengo mis dudas porque no se todavía con cuál de esas voy a tener mejor salida laboral… Franco – Pues… más que en la salida laboral deberías enfocarte e ir a por la rama que más te gusta y apasiona, ¿no? Eva - ¿Y tu vas por todo lo que te gusta y te apasiona? (sonriendo pícara) Franco - ¡Generalmente! (bajando la cabeza sonrojado, dos minutos después, cuando comprendí la indirecta al escuchar las risas del resto de los presentes, momento en el cual recordé que no estábamos solos) Alejandro - ¡Esto se pone picante! (aclarando su garganta y provocando la risa de todos) ¿Entramos al salón o esperamos a que nos cierren la puerta en la cara y nos pongan falta? (abriendo los brazos y sonriendo de oreja a oreja)
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