Capítulo Uno
POV de Ashley
Mi alarma me despertó justo a tiempo para hacer mis tareas matutinas. Aunque todavía tenía sueño y los ojos me pesaban, tenía que despejarme y terminar mis quehaceres antes de que mis padres se despertaran, o no me gustaría enfrentar las consecuencias después.
Entré al baño y me eché agua en la cara para despejar el sueño, luego bajé las escaleras para empezar mis tareas diarias. Las hice en silencio, para no despertarlos. Recordé aquella vez que los desperté por accidente por el ruido que hacía al limpiar la casa. Mis padres se enfurecieron tanto… Mi padre me golpeó con la aspiradora tan fuerte que no pude comer durante una semana porque tenía las costillas hinchadas.
Desde que nuestro negocio familiar quebró hace cinco años, mis padres, frustrados, desarrollaron problemas de ira y se volvieron muy agresivos conmigo. Al principio me maltrataban emocionalmente, pero con el tiempo comenzaron a hacerlo físicamente. Las drogas que consumen tampoco ayudan en nada. Muchas veces he querido denunciarlos a bienestar social o a la comisión de abuso infantil, pero no me atrevo. ¿Y si no me creen? ¿Y si me llevan a una familia de acogida que resulta ser igual que ellos? Todos esos “¿y si?” me frenaron cada vez.
Ni siquiera mis amigos en la escuela saben lo que pasa en mi casa. Suelo usar maquillaje para cubrir los moretones. Los que no puedo cubrir, miento y digo que me caí por las escaleras, o de la cama, o que choqué con una mesa o una pared. Por eso mis amigos me apodaron “la chica torpe”. Si tan solo supieran la verdadera causa de las heridas. Si tan solo supieran.
Por suerte, logré terminar todas mis tareas y preparar el desayuno sin que mis padres se despertaran. Deben haber tenido una noche larga ayer. Llegaron a casa alrededor de la una de la madrugada. Aunque estaba despierta, ni siquiera me atreví a bajar; si lo hacía, probablemente terminaría en el hospital… si es que despertaba.
Corrí a mi habitación, me di una ducha rápida, me vestí y salí apresurada de la casa. Solté un suspiro que ni siquiera sabía que estaba conteniendo.
Llegué a la parada justo cuando el autobús escolar llegaba.
—Buenos días, señor Joe —saludé al conductor mientras subía al autobús. Busqué un asiento junto a la ventana y me senté. Saqué mis auriculares, los conecté al teléfono, cerré los ojos y disfruté el resto del camino.
—Gracias por el viaje, señor Joe —le dije al bajar del autobús, despidiéndome con la mano. Él me devolvió el saludo. Aunque no es obligatorio saludar o agradecer al conductor, creo en apreciar a las personas por lo que hacen, incluso si les pagas por ello. No te cuesta nada hacerlo, pero para la otra persona puede significar sentirse querida e importante.
Llegué a mi casillero y fruncí el ceño. Normalmente, mis amigas y yo nos reunimos allí para charlar y reír un poco antes de ir a clase juntas. Pero hoy, ninguna estaba. Miré la hora en mi teléfono y fruncí más el ceño. A esta hora, Sophia y Lisa ya deberían estar aquí.
Esperé cinco minutos más, pero nadie apareció. Tal vez decidieron no venir hoy, pensé. Pero ¿por qué no me avisarían? Me pregunté. Mis amigas son una de las razones por las que todavía conservo la cordura. Cuando estoy con ellas, olvido todo el dolor que siento.
Empecé a caminar sola hacia el aula —algo que no pasaba desde hacía mucho.
—¡Hola, Ashley! ¡Buenos días! —me saludó Cole, un compañero.
—Buenos días, Cole —respondí con una sonrisa.
—¿Por qué estás sola hoy? ¿Dónde están tus hermanas? —preguntó. Todos en la escuela nos llaman “las hermanas”. No están del todo equivocados; nos tratamos como si realmente lo fuéramos.
Me encogí de hombros. —No lo sé. Llegué hace unos minutos.
—Tal vez ya estén en clase —sugirió.
—Puede ser —respondí y seguí caminando. ¿Por qué no pensé en eso? Tal vez creyeron que no venía hoy y se fueron antes. Después de todo, la semana pasada no vine y les dije que estaba enferma. Aunque no era cierto. Mi madre me golpeó con una sartén y me dejó una herida en la frente. Necesitaba que sanara antes de salir; no soportaría las miradas ni las preguntas de la gente.
De repente, alguien me agarró del brazo y me arrastró dentro de un aula. Todo estaba oscuro y no podía ver nada.
—¿Quién está ahí? ¿Qué quieres de mí? —pregunté asustada. Nunca me han hecho bullying en la escuela, así que no entendía qué pasaba.
—¡Feliz cumpleaños a ti! ¡Feliz cumpleaños a ti! ¡Feliz cumpleaños, Ashley! ¡Feliz cumpleaños a ti! —cantaron muchas voces familiares en la oscuridad.
Debían haberse equivocado, porque hoy no es mi cumpleaños. Justo cuando iba a decir algo, alguien encendió las luces, y allí estaban mis amigas, sonriendo y sosteniendo un pastel.
—¡¡¡Feliz cumpleaños, Ashley!!! —gritaron todas al mismo tiempo. Me conmovió lo que hicieron, pero no entendía por qué pensaban que era hoy.
—Gracias chicas, de verdad lo aprecio. Pero hoy no es mi cumpleaños, es la próxima semana —les dije, confundida. Todas me miraron con cara de sorpresa.
—¿Qué? —pregunté al ver sus expresiones.
—No puedes hablar en serio. ¡Saca tu teléfono y mira la fecha! —ordenó Lisa. Lo hice… y mis ojos se abrieron como platos.
—¡¿Qué?! ¡No lo puedo creer! ¡Ya es diecinueve! Pensé que era la próxima semana. ¿Quién en su sano juicio olvida su propio cumpleaños número dieciocho? —me dije en voz alta.
—¡Obviamente tú! —bromeó Elsa. Ni siquiera me había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta.
—¿Cómo demonios pudiste olvidar tu propio cumpleaños? —preguntó Lisa. Yo tampoco lo sabía. Y pensar que había esperado este día para poder liberarme de mis padres.
—Hablaremos de eso después. Ashley, pide un deseo y sopla las velas, que ya se están derritiendo —dijo Unice, acercándome el pastel. Soplé las velas y cerré los ojos, haciendo un deseo silencioso en mi corazón.
—Para celebrar tus dieciocho, ¡vamos al club esta noche! —anunció Lisa emocionada. Mi corazón empezó a latir con fuerza.
—Em… —empecé a decir, pero Unice me interrumpió.
—Ni se te ocurra decir que no. Vamos todas y punto —dijo. Y antes de que pudiera responder, sonó la campana y todas corrimos a clase.
Durante todo el día no dejé de pensar cómo podría salir de casa sin que mis padres se dieran cuenta.