Capítulo Dos

1567 Words
Nerviosa no era suficiente para describir cómo me sentía en ese momento. Lisa me había enviado la dirección del club más temprano. Quedamos en encontrarnos frente al lugar para entrar juntas. Llevaba puesto un vestido corto rojo lava que se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel. La espalda del vestido estaba completamente descubierta, dejando mi piel al aire. Lo combiné con tacones rojos y labial del mismo tono. Me miré al espejo y apenas podía creer que esa fuera yo. En un día normal jamás me vestiría así. Bueno, en un día normal ni siquiera iría a un club. Unice me había regalado el vestido y me hizo prometerle que lo usaría esta noche. Debo admitir que me veía muy atractiva. Como tengo curvas en los lugares correctos, el vestido me quedaba perfecto. Mi mayor problema era cómo salir de casa sin llamar la atención de mis padres. Me quité los zapatos y los sostuve junto con mi bolso. Bajé las escaleras de puntillas, intentando no hacer el más mínimo ruido. Logré llegar al primer piso y me dirigí a la cocina; planeaba salir por la puerta trasera. Pero al entrar, tropecé con una botella que alguien había dejado tirada en el suelo. Me quedé completamente quieta, con el corazón latiendo descontroladamente. Temía que mis padres se despertaran por el ruido. Si lo hacían, seguramente terminaría muerta. Esperé unos minutos sin escuchar movimiento alguno, y solté el aire que no sabía que estaba conteniendo. Corrí hacia la puerta y salí de la casa. No me detuve hasta que estuve a unos tres minutos de distancia. Me puse los zapatos y esperé el Uber que había pedido mientras aún estaba en mi habitación. ⸻ El coche me dejó frente al club. Había una larga fila de personas esperando para entrar. Saqué mi teléfono para llamar a mis amigas y avisarles que ya había llegado cuando escuché que alguien gritaba mi nombre a lo lejos. Caminé hacia la dirección de la voz y vi a todas mis amigas paradas allí. Contuve el aliento al verlas. ¡Dios! Se veían impresionantes. Elsa llevaba un vestido n***o corto con un profundo escote en V que dejaba ver gran parte de su pecho. Unice llevaba algo parecido, pero en color azul oscuro, mientras que Lisa usaba un vestido blanco tan corto que parecía de una niña de diez años. —Chicas, ¡todas se ven increíblemente guapas esta noche! —las alabé mientras llegaba a donde estaban. —Tú también, Ashley. Pareces una versión más sexy y ardiente de ti misma —respondieron entre risas. —¿Y cómo vamos a entrar al club? La fila es larguísima, tardaremos una eternidad —se quejó Elsa. Tenía toda la razón; la fila había crecido al menos con treinta personas más desde que llegué, y eso que solo habían pasado cinco minutos. —Déjenmelo a mí —dijo Lisa con una sonrisa pícara y se dirigió hacia uno de los guardias de seguridad que estaba terminando una llamada justo al lado. En cuanto colgó, ella comenzó a hablarle mientras pasaba sus manos por su pecho. Lisa siempre lista para coquetear. En cada grupo de amigas hay una jugadora, y Lisa era la nuestra. Después de unos minutos, Lisa nos hizo una seña para que la siguiéramos. El guardia nos llevó por un costado del edificio hasta una puerta aislada. —Esta puerta solo la usan los empleados —explicó el guardia—. Pueden entrar por aquí, sigan derecho y llegarán al salón principal del club. Le dimos las gracias. —Nos vemos luego, ¿verdad? —preguntó él a Lisa. —Claro que sí, guapo —respondió ella, dándole un beso en la mejilla antes de entrar. —¿De verdad lo vas a ver más tarde? —preguntó Unice. —Tal vez sí, tal vez no. No está nada mal —respondió Lisa mientras llegábamos al salón. El lugar estaba lleno de gente: algunos bailaban, otros bebían, y varios se besaban apasionadamente. —¡Vamos a la barra! —sugirió Elsa. Nos dirigimos hacia allí y tomamos asiento. —Buenas noches, chicas hermosas. ¿Qué les puedo ofrecer? —nos preguntó un camarero muy atractivo. —¿Y si te ofreces tú mismo? —dijo Unice, mordiéndose el labio para coquetear con él. No podía creer que estas descaradas fueran mis amigas. El chico soltó una carcajada; tenía una voz profunda y encantadora. —Por más que quisiera ser su pedido, lamentablemente no estoy en el menú —dijo mirándola directamente, esperando su reacción. —Qué pena. Al menos dinos tu nombre —insistió Unice con una mirada seductora. No entendía por qué decía “nosotras” en lugar de “yo”. No recuerdo haber dicho que también me interesara el camarero. —Me llamo Caleb. ¿Van a ordenar algo? —volvió a su tono profesional. —Sí, tráenos un one man army shot —ordenó Lisa por todas. —Em… Yo quiero una bebida suave, por favor. Algo sin alcohol. Gracias —pedí. Nunca había bebido antes y no quería que hoy fuera la primera vez. Necesitaba mantenerme sobria para poder volver a casa sana y salva a las once. —¿En serio un refresco? Eres demasiado correcta, deberías relajarte un poco —dijo Lisa. No le respondí. Ellas no entenderían lo que es vivir mi situación. —Aquí tienen, señoritas —dijo Caleb, sirviendo las bebidas. Cada una tomó su vaso, y Elsa levantó el suyo. —Un brindis por nuestra cumpleañera —dijo sonriendo. —¡Por ella! —respondimos todas y bebimos un sorbo. Poco después, mis amigas ya estaban alegres y seguían bebiendo. —¡A bailar! —gritó Lisa entre la música. Fuimos todas a la pista y comenzamos a movernos al ritmo de las luces y el sonido. Mientras bailaba, sentí una mirada fija sobre mí. Reuní valor y me giré. Allí estaban los ojos del hombre que me observaba. Estaba sentado con cuatro amigos, no podía ver bien su rostro, solo su silueta, pero sabía que era atractivo. Aunque sus amigos le hablaban, yo podía sentir su atención clavada en mí. Su mirada me dio una confianza que no solía tener. Me giré de nuevo y comencé a mover mi cuerpo al ritmo de la música, de forma más provocativa, sabiendo que me miraba. Después de unos minutos, volví a mirar y, para mi decepción, ya no estaba. Justo entonces, sentí unas manos en mi cintura. Me giré dispuesta a reclamar, y allí estaba él —el hombre que me había estado mirando. Me atrajo hacia sí y susurró en mi oído: —No soy el tipo de hombre al que se le provoca y se sale ilesa, mia cara. Su voz era baja y peligrosa, me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Había algo en él que me decía que era un hombre peligroso. Pero en lugar de alejarme, rodeé su cuello con mis brazos. —¿Y quién te dijo que quiero salir ilesa? —le respondí con una sonrisa atrevida. —No tienes idea de lo que estás pidiendo —rió suavemente. Tenía una risa encantadora, podría escucharla todo el día. Empezó a mover nuestros cuerpos al ritmo de la música, y yo lo seguí. Me giré y lo rocé con mis caderas; él respondió acercándome más. Ya no había espacio entre nosotros. Sentía su cuerpo firme completamente pegado al mío. Me moví de forma más provocativa hasta que sentí su dureza contra mi espalda. Me sentí orgullosa de provocar esa reacción. Él comenzó a dejar suaves besos en mi cuello desnudo, encendiendo mi cuerpo por completo. Me mordí los labios para no gemir. —No tienes idea de lo que me haces sentir, mia cara —susurró con voz ronca en mi oído. Y justo antes de que pudiera responder, sonó la alarma de mi teléfono. Lo había atado a mi pierna para saber cuándo debía irme. Como Cenicienta, era hora de partir. —Tengo que irme —le dije al hombre, y sin esperar su reacción, salí corriendo. Me acerqué a Elsa y le toqué el hombro para avisarle que me iba. Me hizo un gesto con la mano y siguió bailando. Busqué a las demás para despedirme. Vi a Lisa besándose con un chico en un rincón y a Unice bailando sensualmente con otro. No quise interrumpirlas, así que decidí marcharme. Solté el teléfono de mi pierna y vi un mensaje del conductor del Uber: llevaba esperándome media hora. Corrí fuera del club. —¡Perdón! —le dije al subir al coche. Durante el trayecto, me toqué el cuello mientras pensaba en el hombre con el que había bailado. Me di cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. Pero no importaba. Disfruté cada segundo de ese baile. El coche me dejó a cinco minutos de mi casa. Le pagué al conductor y caminé el resto del camino. Hacía frío y con el vestido tan corto, el viento me helaba la piel. Me quité los zapatos al llegar al césped y entré a la casa de puntillas, directo a mi habitación. Logré entrar sin que me descubrieran. Me cambié y me puse mi pijama, cayendo rendida en la cama con una gran sonrisa en el rostro. Esa noche soñé con el misterioso y atractivo desconocido con el que había bailado.
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