AMELIA —¿Y esto? —me preguntó mi madre, y me enseñó una maqueta de madera de un descapotable—. Es igual al coche que tu padre tenía cuando nos conocimos. —Le encantará, le gustaría que le regalases aunque fuera un collar de macarrones —aseguré. Se nos hizo un poco tarde para las compras de Navidad y nos veíamos corriendo de un lado a otro por el centro comercial rebuscando los últimos regalos. Solíamos regalar cosas en conjunto, pero siempre Erick y yo intercambiábamos nuestras pequeñas tonterías: un jarrón deforme y mal pintado, tarjetas con chistes o manualidades graciosas que decoraban nuestras habitaciones. Ese año le hice a Elliot un collar de macarrones como una pequeña gracia, pero le compré unas joyas para que renovara su colección y grabé detrás de una pulsera su nombre. Er