4

2280 Words
AMELIA El domingo llegó volando y la primera persona que llegó fue Erick, nos sentamos en las hamacas delante de la piscina y le seguí hablando de lo del viernes obviando algunos detalles como, por ejemplo, lo rápido que me latió el corazón por estar tan cerca de Elliot.  —Mike es un idiota, no sé cómo mi hermano sigue saliendo con ese tipo —dijo.  Yo me encogí de hombros sin más y le di un trago a mi limonada.  —Da igual, ¿tú cómo pasaste la noche? ¿Sigues hablando con esa chica de clase? —cotilleé.  Los sentimientos de Erick a veces eran demasiado obvios, pero yo nunca pude darle algo más que una amistad y me alegraba cada vez que me decía que hablaba con chicas. Mirta Smith era una buena chica, y estaba en el club de atletismo conmigo así que la conocía un poco y me caía bien, pero nunca fuimos muy amigas porque tenía unas amistades que no encajaban conmigo. Creo que nunca tuve verdaderas amigas durante los años anteriores porque todas ellas empezaron a fijarse en chicos y ese era el único tema de conversación que las rodeaba; a mi me gustaban los chicos y salí a un par de citas con algunos compañeros, pero no me gustaba hablar sobre ellos todo el rato, sobre sexo, o sobre fiestas. Yo era alguien familiar, tranquila, con conversaciones diferentes.  —Mmmm... bien. Es agradable —dijo algo desinteresado—. Quiere quedar mañana para ir a desayunar.  —¡Eso es genial, Erick! Porque vas a ir, ¿verdad?  —¿Ya estáis cotilleando como viejas? —Elliot asomó la cabeza entre las hamacas y sonrió con sorna.  Erick resopló y yo puse los ojos en blanco por su intromisión, aunque por dentro el corazón me saltó con fuerza y las manos me picaron. Erick le dijo algo pero yo estaba clavada en su cara, en el pequeño corte sobre la mejilla y la zona morada que lo rodeaba, y en su labio que parecía que nunca había recibido un golpe. Me picaron los labios por preguntarle si le dolía, pero no lo hice delante de Erick ni de nadie.  —Eres de lo más molesto —dijo Erick.  Elliot me miró y cuando fui capaz de procesar las cosas, le tiré lo que más a mano tenía, una de mis chanclas, pero la atrapó antes de que dejara mi mano.  —Lárgate, estamos hablando —dije, pero hasta yo misma me di cuenta de que no sonaba como lo solía hacer antes de esa noche.  —Me voy porque me lo pides con una amabilidad abrumadora —bromeó, soltó mi chancla en el suelo y me tiró del pelo, y también fue diferente. Sus dedos se enredaron en más cantidad y fueron más suaves mientras lo hacía.  Se fue con el resto de chicos a la barbacoa y aunque me quedé hablando con Erick sobre su cita con Mirta, no dejé de mirar de reojo a Elliot y varias veces lo pillé mirándome. —Pero si algo sale mal te llamo y voy a fingir que eres mi tía de granja a la que le ha dado un infarto —me dijo, y me entró la risa.  —No tienes ninguna tía en ninguna granja, Erick.  —Eso ella no lo sabe. Entre risas pusimos la mesa, y Elliot nos ayudó mínimamente colocando los vasos. Como siempre, se sentó delante de mí y me puse más nerviosa de lo que debería por nada. No era nada, sólo Elliot.  —¿Y a ti qué te ha pasado en la cara? —le preguntó el tío John, aunque en realidad era sólo tío de Elliot y Erick.  —Un gilipollas —dijo, y me miró—. Se pasó de listo.  —Por lo menos te has quitado el piercing —comentó su madre como algo positivo, y él sonrió un poco.  —Sea lo que sea seguro que le has partido la cara —aseguró el tío Nick, y Carol, su novia, le regañó—. Lo siento, nena.  Pero Elliot sonrió con orgullo y me hizo preguntarme qué tan mal había quedado Mike. Más tarde, cuando estaba recogiendo la mesa y guardando algunas cosas a solas en la cocina, él entró y se lo pregunté.  —Cómo un cuadro abstracto —respondió, y me ayudó a guardar un par de cosas en sus armarios.  No fue hasta que se pasó la lengua por los labios que recordé que tenía algo suyo. —Oh —solté, y me miró secarme las manos—. Tengo algo tuyo. Ahora bajo.  Aunque no lo hice, porque él me siguió hasta mi habitación. Entró como había hecho otras muchas veces, y se sentó en la silla giratoria de mi escritorio jugando con los niveles de esta. Yo abrí el cajón de joyería que guardaba en mi pequeño tocador personal y el piercing de Elliot brilló con fuerza. Lo cogí y él abrió la mano.  —Pensaba que a ti tampoco te gustaba —me dijo, y se lo empezó a poner.  —¿Porqué no? Te queda bien —confesé.  El pelo liso y n***o le cayó por la frente tapándole los ojos y se lo apartó antes de resignarse, pero sin saber muy bien porqué tipo de impulso, yo estiré la mano y se lo aparté.  —¿Qué tal estás? —le pregunté en un susurro.  Me miró y dejó de tocarse los labios jugueteando con el piercing entre los dedos.  —Bien, no duele tanto —se hizo el fuerte y me hizo reír—. Pónmelo tú —fue una orden que quise cumplir.  Cogí el piercing entre mis dedos y me incliné sobre él sintiendo su respiración mezclarse con la mía. El pelo me estorbó a mí también y sentí su mano subir por mi espalda hasta enredarse en mi pelo y sujetarlo en una coleta. El corazón me bombeó con fuerza y se me resecó la garganta.  —No quiero hacerte daño —dije, y me tembló el pulso—. ¿Porqué no te compras uno de esos de mentira?  —No me jodas, Amelia —se rio, y me tiró del pelo, y yo le di un golpe en el brazo—. Si no tienes fuerza, no vas a hacerme daño. Venga.  Cogí aire y me acerqué más acertando esa vez a ponerle el piercing. El momento de miradas se repitió y esa vez duró mucho más. Y fue más peligroso porque por primera vez deseé que me besara. Que Elliot cogiera las riendas de una vez y se atreviera a hacer algo que a mi me apetecía. > Nos conocíamos de toda la vida y nunca, o casi nunca pensaba así, ¿porqué entonces no podía dejar de pensarlo?  —Amelia, ¿quieres jugar al...?  Elliot me soltó y yo me alejé de él como si me quemara. Erick, desde la puerta, se quedó con la boca abierta y el ceño fruncido mientras nos miraba. Vale, sí, fue una situación bastante comprometedora para dos personas que supuestamente se irritaban mutuamente.  —¿Al futbolín? —continué en un intento de salir de allí corriendo—. Claro, vamos, vamos. Lo arrastré hasta la planta de abajo y antes de que preguntara nada ya estaba golpeando la bola en el juego. Elliot no tardó en bajar y se asomó al salón. Aunque no me atreví a mirarle, sé que se quedó recostado en el marco un rato antes de marcharse de casa. Cuando lo hizo, Erick agarró la bola del futbolín y la sacó del juego.  —¿Que ha sido eso de ahí arriba? —me preguntó aún sorprendido. —No ha sido nada, Erick, sólo le he devuelto su piercing.  —¿Os estabais besando?   No voy a negar que me produjo un extraño sentimiento el pensar en besar a Elliot, y me regañé mentalmente por ello. ¡Era Elliot!  —¿Qué? ¡No! —aseguré—. Pensé que... que estaba sangrando otra vez por lo que tú ya sabes, eso es todo. Yo nunca besaría a tu hermano.  Menuda mentirosa.  Los celos de Erick eran otro de los motivos por los cuales yo nunca le contaba mis temas amorosos. Salí con chicos y él nunca lo supo. Una cosa era que respetara sus sentimientos por mi y otra que me convirtiera en una retraída por ello. Fue otro de los motivos por los cuales quería que conociera a una chica, y Mirta podía ser la indicada.  Conociéndolo, pensé que de verdad me llamaría durante su cita para que le rescatara, pero no lo hizo y cuando nos reunimos para que me contara sobre su cita, no es que fuera de lo más emocionante. Me habló de que aunque Mirta era agradable, no era su tipo porque se había pasado el desayuno con el móvil en la mano y hablando demasiado sobre sus amigas y una fiesta que había esa noche.  —Deberíamos ir —dijo pedaleando a mi lado en un paseo agradable por el vecindario—. Van a ir amigos de clase y nos vendría bien salir y divertirnos una noche.  —¿Dónde es?  —En casa de esa chica que se ha graduado, ya has estado en su casa. Entonces... ¿vamos?  Ya había asistido a algún par de fiestas, pero sentía que la gente me invitaba porque invitar a gente guapa a tu fiesta siempre estaba bien visto. Yo me conocía, me había visto al espejo y no era ciega, sabía que tenía algo que a la gente le resultaba atractivo, supongo que lo mismo que mi padre vio en mi madre, y la gente se aprovechaba de ello muchas veces queriendo ser mis amigos porque "quedaba bien". Y yo me dejaba llevar a veces porque sentía la necesidad de ampliar mi círculo. Creo que mi físico es por lo único por lo que socialicé en el instituto. Y lo odiaba. ELLIOT  Greg y yo nos reunimos a solas en el bosque y me enseñó un par de fotos que le había hecho a la cara rota de Mike. Nos carcajeamos de él.  —Oye, esta noche hay una fiesta —comentó y enterró la colilla en el suelo—. Habrá chicas universitarias.  No necesité más. Pensé que debía sacarme los extraños momentos con Amelia de la cabeza y no había mejor cosa que un par de universitarias de fiesta.  —Allí estaré. En el fondo sabía que el plan era una mierda porque volvería a ver a Amelia rondando cerca y volvería a fijarme en sus piernas.  De vuelta a casa escuché a Erick pedirle permiso a nuestra madre para poder ir a la fiesta. Estaban en su habitación y ella me tiró del brazo para meterme allí con ellos. Me pidió vigilarlo pese a que Erick ya tenía pelos en los huevos y que aunque yo no lo hiciera él iba a ir a la fiesta. —Y no bebáis, ninguno de los dos —nos advirtió con un dedo levantado.  —Claro, mamá —dijo Erick, y yo resoplé lo que a él le hizo resoplar.  —¡Bien! —chilló nuestra madre, y dio una palmada—. Me alegra ver que sois taaaan cercanos. —Ya, para que veas —susurró por lo bajo—. Me voy a duchar.  —Date prisa porque yo también lo necesito —dije.  Cuando el agua de ducha empezó a correr, yo me busqué en el armario y escuché la puerta de mi habitación cerrarse. Mi madre se cruzó de brazos apoyada en ella y yo seguí a lo mío rescatando una camiseta blanca de una percha y unos pantalones negros; como seguía allí sin decir nada me senté en mi cama mirándola como ella me miraba.  —¿Qué? —pregunté.  Dio un paso dentro de mi cuarto y giró la silla de mi escritorio sentándose en ella.  —Sólo quiero hablar con mi hijo, ¿es que no puedo?  Me preparé para otra de sus charlas sobre malas compañías, drogas, alcohol y sexo; pese a que sabía más de todo eso que ella.  —¿Sobre qué? Porque ya he escuchado esta conversación demasiadas veces y me la puedo repetir a mi mismo.  —Es sobre tu hermano —me cortó—. Sobre los dos. Elliot, no sé a que viene esta rivalidad que os traéis, pero es tu hermano y sólo te pido que lo cuides.  —Ya te he dicho que lo voy a vigilar.  —No me refiero a eso, que también —se levantó y se sentó a mi lado en la cama frotándome el hombro en un gesto—. Me refiero a todo, a que intentes dejar de discutir con él.  —No discutimos, nos molestamos, que es diferente.  —Tampoco le moles, ¿vale? Y si puedes, que no se te note tanto, empezáis a pareceros demasiado con eso.  —Qué no se me note, ¿qué?  Soltó una risa y se puso de pie para después revolverme el pelo.  —Que esa chica te gusta —respondió, y debí poner cara de tonto—. ¡Venga ya! Lo llevo sabiendo años, cariño, hasta Sofía lo sabe. Se te nota.  Me levanté como un resorte de la cama y caminé hacia la puerta. No estaba listo para admitirlo en voz alta.  —No sé de qué me hablas.  —Oh, sí que lo sabes —canturreó y me dio unos golpecitos en el pecho—. Cuida de ella también esta noche.  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD