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Mi guerrero nórdico

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intro-logo
Blurb

Harald es un rey nórdico despiadado que ha viajado hasta tierras inglesas para conquistar un reino y tener más poder, en una de sus victorias se topa con la dulce princesa, Olivia de Sajir, una joven hermosa y de espíritu feroz que no esta dispuesta a ceder ante él. Harald queda hechizado por su belleza y su filosa lengua, él la quiere en su cama, pero ella lo lleva al límite con cada encuentro que complica todo, él no desistirá de su nuevo cometido, hacer que la dulce Olivia le suplique estar en su interior.

“—Jamás voy a ser tuya por voluntad propia…”

“—Solo quiero que sepas algo, jamás he perdido una batalla, y esta no va a ser la excepción.”

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Capítulo 1. Bestias.
Hola, antes de empezar, tengo que aclarar algunas cosas para evitar enojos innecesarios, esta novela es de romance Erótico, pero está ambientada en la edad vikinga que fue de los años 800 a 1000 d. de. C., en esta época los Vikingos eran comerciantes y guerreros, saqueadores y agricultores. Los Vikingos eran temerarios, tenían grupos de asalto, que tenían una extraordinaria habilidad para el combate. Estos hombres podían tener varias mujeres bajo su techo, lo cual no estaba mal visto, algunas de estas mujeres eran esclava*s. Algunos vikingos se podían casar con dos mujeres y todos los hijos que tuvieran eran legítimos. En resumen, los Vikingos eran temidos, porque eran sanguinarios, asesin*os y feroces, en los libros de historia hablaban de sus actos de salvajismo, sus saqueos y la falta moral que les llevaba a acabar con la vida de mujeres y niñ*os durante sus incursiones. No esperen que nuestro guerrero sea un hombre educado y bien vestido, él es un guerrero salvaje al que nuestra protagonista tratará de dominar, ya veremos si lo logra…(^o^)… Muy bien, ahora si…, disfruten mucho esta novela….:) ●●●●●●●● En el Reino de Sajir, un rey enojado caminaba de un lado a otro, hundido en la desesperación, todo lo que tenia, todo lo que había logrado, le estaba siendo arrebatado de las manos, y no había nada que pudiera hacer, ya era viejo, y pelear no era una opción. —¿Cuántos son?. —Mi señor, deben ser mas de cien hombres. —Que alguien vaya al reino de mi primo, que envié ayuda, ¡Cierren las puertas!, lleva a mi hija a un lugar seguro. —Si majestad. En las afueras, un grupo de Nórdicos destruían todo a su paso, no tenían piedad de absolutamente nadie, parecían bestias, llenos de barro y tan altos como gigantes, gritaban y aullaban como lobos, desencadenando la excitación entre sus compañeros, eran implacables. Enormes hombres tan brutos y tan buenos con la espada que las mujeres huían despavoridas, mientras que los hombres trataban de defenderlas de su crueldad. Aquellos Nórdicos eran guiados por un rey despiadado, sediento de poder y de gloria. El gran Harald Gorm, un hombre vikingo criado a lado de guerreros y educado con la mano dura de un padre desalmado, en el corazón de Harald no había otra cosa que dolor y desprecio, odiaba a los débiles y por esa razón, solo los mejores hombres caminaban a su lado, fue así como se ganó su apodo, el guerrero lobo. Llegó hasta las puertas cerradas de aquel lugar y sonrió, con su espada degolló al hombre que arrastraba y escupió su cuerpo. —Abran las puertas—Ordenó con aquella voz que causaba escalofríos, si de su boca salía una orden, ninguno de sus hombres dudaría en actuar. Mientras tanto al interior de aquel lugar, la joven Olivia, hija del rey de Sajir, se escondía junto con sus doncellas en una enorme habitación, tres guardias reales estaban con ella, la defenderían a cualquier costo, mientras que la joven princesa trataba de ocultar su miedo, pues esperaba que su padre pudiera controlar a estas bestias y las echara lejos. —¿Estaremos bien?—preguntó una de las damas muy asustada, era bien sabido que esos paganos eran unos hombres viles con las mujeres. Ninguna de aquellas mujeres quería caer en las manos de esas bestias. Olivia estaba preocupada por su padre, por su reino y por todas esas personas que gritaban afuera, en sus delicadas manos sostenía un rosario y sus labios se movían al compas de una plegaria. Harald por otro lado, empuñaba su espada a diestra y siniestra, sonriendo y caminando despreocupadamente. Llegó hasta el gran salón y enarcó una ceja al ver al rey gordinflón que parecía una burla ante sus ojos, ¿Cómo un hombre tan débil y viejo como ese, podía ser rey?. Algunos guardias reales se veían asustados, pero defenderían a su rey, Harald no se intimidó al verlos acercarse, hizo un gesto y escupió dejando ver el nulo respeto que les tenía. —Que lindo lugar tienes aquí— se mofó él mientras que sus hombres gruñían a sus espaldas y miraban a sus hombres con deseo de sangre. —¿Cómo te atreves a irrumpir en mi reino?, te ordeno que tomes a tus hombres y te vayas de una vez por todas. —He viajado mucho para llegar aquí, ¿Y quieres que me vaya así, sin más?, ¿Dónde está tu hospitalidad?. —Esta es tierra inglesa, tú y tu gente no son bienvenidos aquí, hablas mi lengua, pero eso no te hace igual a mi. Harald miró a ese hombre y su sonrisa se borró. —Claro que no somos iguales, mis dioses me acompañan a donde voy, me hablan y me dicen cual camino tomar, en cambio tú, apuesto a que tu dios misericordioso no te habla, te a olvidado y te a dejado a mis pies, ¿Qué tanto te ama como para dejarte a mi merced?. —¿Qué es lo que quieres?. —Quiero tu reino— dijo Harald sin intenciones de regatear. —Aunque me mates, mas guardias vendrán por ti. —Nadie vendrá, tu dios y tu gente, todos te han abandonado— Afirmó Harald. —Matémoslo ya Harald— dijo uno de los Vikingos. Harald miró una última vez a ese rey y sonrió. —Encárguense— dijo antes de dar media vuelta, ni siquiera iba a molestarse en encargarse el mismo, no valía la pena. Ante los ojos de Harald los ingleses eran débiles, usaban buenas armaduras y buenas espadas, pero sus técnicas eran débiles y fáciles de enfrentar, una burla. Miró a las mujeres que sus hombres habían tomado y en su interior nació el deseo, estaba cansado y fastidiado, olía mal y en su piel se pegaba la sangre de sus víctimas. Quería un par de mujeres y dormir un poco, celebrar y empezar a mandar en su nuevo reino, traería a su gente, tendrían comida, refugio, riquezas, un futuro prospero en este nuevo lugar. —Mi señor, encontramos a una princesa. Eso llamó la atención de Harald, había conocido a las princesas del reino de Carelton, mujeres muy horrendas, muy finas y educadas, pero sin una pizca de belleza. No esperaba mucho, aún así quería burlarse un poco más, odiaba a las personas de la realeza, que se creían superiores, quería hacerles ver que realmente, no valían nada. Caminó junto a sus hombres hasta los sótanos del reino y se recargó en la pared mientras que dos de sus lacayos golpeaban la puerta tratando de derribarla, y de pronto, esta cedió, él se enderezó y entró a aquel lugar, tres guardias lo apuntaban con sus filosas espadas, aún así, Harald no retrocedió. —¿Quién es la princesa?—preguntó mientras miraba a las hermosas mujeres jóvenes que estaban amontonadas reflejando en su mirada el terror, no era para menos, debían de tener miedo. —Se ha ido— dijo un guardia. Uno de los guerreros de Harald sacó un hacha y la clavó en la cabeza de ese hombre tan hablador. Las mujeres gritaron y sollozaron ante esa atrocidad. —¡Basta!, no mates* mas gente inocente. Fue ahí que una hermosa mujer salió de entre todas esas jóvenes, para Harald fue impresionante el modo en que la belleza de esa joven lo golpeo. La visión lo fascinaba, lo subyugaba, su entrepierna palpitó de un modo feroz, aquella mujer era radiante ante la tenue luz de las antorchas, sus cabellos blancos y esa piel tan tersa y limpia, sus labios rojos y carnosos tan apetecibles, sus hermosos ojos grises que brillaban llenos de pánico. Era una mujer muy limpia, muy fina, delgada y con curvas perfectas, el corazón de Harald latió fuerte mientras que su mandíbula se tensaba, pues ante el estaba su mayor conquista, solo que aún no lo sabía.

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