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Mi padre me comunicó ayer por la noche lo de Eduardo y tuve que hacerme la sorprendida para que ellos no supieran que los había escuchado, pero aún así no me costó mucho llorar de desilusión. Eduardo me había engañado, dejado sola y abandonada a mi suerte, con un bebé dentro de mi vientre y con toda la responsabilidad del mundo dentro de mi, lo odio. Después de “cenar”, subí a mi habitación y lloré hasta quedarme dormida, llena de inseguridades y miedo que se hicieron presentes al siguiente día que me tocó ir al doctor. Ya que era momento de revisar que mi bebé estuviera bien y tal vez saber si sería niño o niña, aunque yo prefería que no me dijeran nada por si me iba por el otro camino, algo que no me atrevo ni a mencionar.
Mi padre me abre la puerta de la camioneta y me ayuda a bajar dándome la mano. Debo admitir que a pesar de que sé que está molesto conmigo es sumamente cuidadoso conmigo y ahora más que sabe que debo andar con tiento para que no suceda un accidente. Luego ayuda a bajar a mi madre y cuando los tres estamos sobre la acera caminamos hacia el hospital donde el obstetra, amigo de mi papá de la preparatoria, me va a revisar. A veces por eso odio vivir en Ibiza porque o todos fueron amigos de mi padre o todos lo conocen de cierta manera y no hay forma de esconderte si eres un Ruíz de Con.
Al entrar, mi papá se dirige hacia la isla de enfermeras mientras mi madre se queda a mi lado viendo a la gente pasar. Yo, simplemente veo a la puerta, no sé porque aún tengo la esperanza de que Eduardo entre por ahí y me diga que no me preocupe, que todo estará bien y que llevaremos esto juntos. Mis esperanzas se mueren cuando mi mamá voltea y me dice.
―Tu papá hoy por la mañana terminó los negocios con el papá de Eduardo, así ya no tendrás que lidiar con la familia por el resto de tu vida.
Volteo para verla a los ojos y admito que me consuela que su mirada tierna no ha cambiado como lo hizo la de mi padre, al menos sé que en ella me puedo apoyar.
―Debió ser difícil― hablo.
―No tanto, simplemente lo hizo y ya, además coincidió que desde hace meses atrás él y David habían notado unas anomalías, así que se agarraron de eso para romper lazos.
―¿Eso quiere decir que David Canarias ya sabe de mi embarazo? ― pregunto y mi mamá acaricia mi cabello.
―Entre más gente te apoye mejor la llevarás, sé lo que te digo― me consuela.
Me pongo las manos a la altura de mi vientre que aún no está abultado y suspiro― al menos cuando tu te enteraste de tu embarazo ya habías logrado todo lo que te habías propuesto ¿qué no?, ya sabes, carrera, vivir sola…
―No, claro que no, aún hay cosas que me propongo y no he logrado― dice y me da un beso sobre el cabello― Julie, tienes diecisiete años, lo que decidas te apoyaremos, te juro que lo haremos, hasta tu padre que en estos momentos parece a punto de explotar.
Mi padre regresa con un par de hojas en una tabla sujeta papales― debes llenar esto, iré a hacer una llamada, regreso― nos avisa, y luego se aleja sacando el móvil de la bolsa del pantalón.
―¿Cuánto tiempo crees que dure molesto? ― le pregunto a mi mamá.
Ella me sonríe, ―se le pasará Julie, desgraciadamente le diste en una herida muy profunda que tiene y tardará en recuperarse pero eso no quiere decir que ya no te quiera, al contrario, te ama con su alma y le duele por lo que estás pasando. Ahora llenemos esto y después entremos a ver a tu bebé, hoy debes tomar una gran decisión y lo mejor será que pase pronto.
Mi madre y yo nos sentamos en los asientos de la sala de espera, para llenar los papeles que nos ha dado mi padre. Debo admitir que mientras pongo mi nombre y respondo todas esas preguntas sobre relaciones sexuales, periodos y salud s****l, me siento como esas adolescentes perdidas que veía en las películas americanas y de las que yo me burlaba tontamente; ahora soy una de ellas, pero mexicana.
― ¿María Julia Ruíz? ― escucho mi nombre y levanto el rostro para ver al doctor Estévez que me sonríe― ¡Ah!, Ruíz de Con, ¡qué sorpresa!
Mi padre entra de nuevo a la sala de espera y al ver al doctor Estévez sonríe ―¡Ey! ― le saluda.
― ¡Tristán!, ¡qué milagro!, no sabía que te vería por esto rumbos.
―Todo es posible en esta vida Ben― responde y luego pasa al consultorio seguido de yo y mi madre― mira, ella es mi esposa Ximena Caballero.
―Encantada― responde mi madre.
―Y ella es mi hija María Julia―me que do en silencio y sólo doy un ligero “hola”, porque si soy honesta no tengo muchas ganas de saludar.
―Bienvenidos ― y nos ofrece un asiento en frente de su escritorio.
―Y, ¿cómo está Ben?, me enteré por David Canarias que está siguiendo tus pasos.
―Sí, mi Ben quiere ser obstetra y se lo aplaudo, lo único que me preocupa es que quiere andar viajando a tierras inestables, digo, su sentido de humanidad me sorprende, pero para ser honesto no sé si quiera que se vaya a “Médicos sin Fronteras” ― dice con los ojos de un padre que sabe que su hijo no la cagó embarazando a alguien a los diecisiete años― y, ¿sólo tienes a María Julia?
―No, ella es mi hija menor, tengo dos más, Luz que vive en Madrid en este momento porque está estudiando Fotografía y Manuel, que está estudiando literatura en México…
«Y María Julia, la idiota que le hablaron bonito y ahora está embarazada y aún no sale del bachillerato», pienso.
―¡Los caminos de la vida! ― expresa Ben― si supieras María Julia lo difícil que era tu padre, era la mala influencia del grupo y ahora míralo, de traje y corbata― se ríe.
Me quedo en silencio observando la escena y de pronto la enfermera entra con esa ropa azul que te ponen en las revisiones y me la da ―allá está el vestidor, quítese todo menos la braga― me pide.
Tomo esas ropas ligeras y sin prestar atención a las cosas que mi papá habla con Ben, camino hacia el vestidor y comienzo a quitarme la ropa, aprovecho que hay un espejo en frente de mí para poder ver mi vientre que no ha crecido para nada aún pero que por dentro siento que el bebé vive.
―Sólo te aviso que no soy la mejor de todas las personas y que posiblemente no dures mucho tiempo ahí ― le hablo duramente ― tengo sueños, vida y pienso llevarlos a cabo.
Luego termino de quitarme todo, me pongo la bata y descalza camino de regreso al consultorio donde mis padres ríen con Ben; me alegro de que al menos ellos estén felices.
―Estoy lista― les digo y Ben me voltea a ver.
―Perfecto, vamos a ver a ese bebé, tu madre dice que tienes cuatro meses.
―Sí― respondo tímida mientras me recuesto sobre la camilla tratando de que no se me vea la braga.
Ben me pone una manta cubriendo la parte de abajo y luego descubre mi vientre― sentirás un poco frío ― me comenta y me pone un gel azulado que me eriza la piel por completo― ¿haz tenido nauseas?, ¿ascos?
―Ligeramente, pero pensé que era la comida que me caía pesada porque había tenido acidez― respondo.
―Es normal, muy normal, no te preocupes―él prende el monitor y escribe mi nombre, luego se sienta sobre una silla con ruedas y se acerca a mi con el transductor―¿lista?
Quiero decirle que no, que no estoy lista, no debería de estar en una cita con el obstetra sino en el cine, o en mi habitación con los auriculares puestos y escuchando mi música favorita mientras pienso en todas las cosas lindas que haré en Nueva York. El transductor comienza a recorrer mi piel y de pronto el sonido de un corazón latiendo inunda la habitación provocando que mis padres se acerquen a mí y tomen mi mano, uno de cada lado.
― ¿Ese es el bebé? ― pregunto un poco emocionada mientras veo unas pequeñas imágenes en la pantalla.
―Lo es, un hermoso y fuerte bebé que al parecer ya se sabe que será― me dice Ben y luego quita el transductor de mi vientre y desaparece― ¿creen que puedan dejarme con ella un momento? ― le dice a mis padres y ellos se ven mutuamente ― tengo que hablar con María Julia.
―Pero, es menor de edad…―murmura mi madre de inmediato.
―Te juro que no estarán más de un minuto afuera, sólo necesito hablar con ella.
Mis padres se toman de las manos y salen del consultorio dejándome sola con Ben, que en seguida vuelve a poner el transductor sobre mi vientre y el corazón del bebé vuelve a latir ― ¿me va a convencer? ― pregunto.
―No, sólo quiero saber qué es lo que tú quieres, pero a veces los padres pueden presionar bastante y me gustaría que tú tuvieras una maternidad deseada, no impuesta― al escuchar las palabras del doctor Ben me quedo en silencio, jamás pensé que una persona que prácticamente de dedica a traer bebés al mundo me dijera esto― mi hijo, Ben, fue parte de una maternidad impuesta por sus padres― explica― ella no quería a mi hijo y cuando lo tuvo simplemente lo puso en mis manos y me dijo ―cuídalo, yo no lo quiero y se fue.
― ¿En serio? ― pregunto un poco conmovida con la historia ya que no me puedo imaginar lo que él sintió.
―Es verdad. Ben creció sin madre. Ahora ya no le importa, pero es difícil criar a un hijo solo como padre soltero. Lo bueno es que mi hermana me ayudó, mis padres también y bueno, ya escuchaste. No tienes idea cuántas jóvenes como tú han pasado por esta camilla y me han dicho que no quieren ser madres…
―Y, ¿las has ayudado?
―Siempre hay opciones― me dice― sólo quiero que tú me digas que sientes cuando escuchas este corazón y cuando ves a tu bebé, lo que sientas dentro de ti es lo que sientes de verdad.
Veo hacia el monitor y suspiro, debo confesar que escuchar el corazón del bebé me conmueve mucho, está ahí, feliz, cómodo, sin preocuparse de nada―¿ya se puede saber el sexo? ― pregunto.
Ben asiente―¿quieres saberlo sola o le hablo a tus padres?
―Sola, quiero saberlo sola― le pido.
Ben vuelve a pasar el transductor sobre mi vientre y después de unos minutos me dice ― es niña.
―Sabina ― murmuro al acordarme de mi hermano y de lo que me dijo ― es Sabina.
―Sabina― repite él.
―¿Le puedo preguntar una cosa antes de que entren mis padres?
―Lo que desees.
―¿Criar a Ben solo?, ¿valió la pena?
―No estaba solo, aunque a veces así me sentía, pero no lo estaba y sí, valió la pena cada momento con él, cada mirada, cada sonrisa, cada llanto, cada paso, todo, absolutamente todo y ahora que lo veo pienso “diablos Ben, qué buen trabajo”.
Puedo sentir cómo las lágrimas caen sobre mis mejillas y como de pronto el corazón se me hace grande por esa pequeña bebé que vive dentro de mí es niña, y se llama Sabina.