Capítulo 17

1323 Words
Perpleja no pude más que ruborizarme, no esperaba una declaración como aquella. —Yo no sé qué decir—respondí sintiendo sobre mi piel la caricia de sus dedos. —No digas nada—expresó con melancolía—sé que no es el momento para hablar de esto, pero tenía que hacerlo para... Se quedó en silencio reflexionando, quizás las palabras apropiadas para terminar su declaración. —En verdad necesito prometerte que a partir de este momento te protegeré así me cueste la vida. Pensé en sus palabras y en la seriedad con las que las había pronunciado. Desde el día en que lo conocí siempre pensé que Peter tendría un futuro mejor que el de cualquier esclavo, no por el hecho de ser el padre adoptivo de Penny y por ello tener el favor de su dueña, sino por la determinación en su corazón, el cual estaba lleno de honestidad y nobleza. Él no me estaba mintiendo, deseaba protegerme, pero ¿Bajo qué costo? En este momento no podía hacerlo porque las circunstancias así se lo impedían, lo que me hacía preguntarme ¿Qué consecuencias tendría mi sufrimiento en otro momento? ¿Qué haría él para redimir mi dolor? —Peter, por favor, no necesitas hacerme ninguna promesa—respondí sintiéndome avergonzada y más que eso apenada de no poder responder a sus sentimientos. Mi corazón debia ser de piedra al no querer ver lo mucho que me quería y estaba dispuesto a sufrir por mí, pero tampoco podía engañarlo y dejarlo ilusionarse cuando lo único que sentía por él era respeto y admiración—no creo poder pagarte todo lo que haces por mí. —No necesitas pagarme nada, con el hecho de verte a salvo, estaré más que satisfecho. Continuo su andar e inevitablemente me llevo con él sin apartar su mano de la mia, cuando llegamos frente al salón de castigos, mi mano se aferró a la suya. Había intentado controlar mi miedo al dolor de la fusta sobre mi piel, a las llagas y heridas que los golpes me ocasionarían, pero al final no era más que una cobarde, Peter se equivocaba respecto a mí, no era libre ni mucho menos fuerte, solo aparentaba tener dominio sobre mis sentimientos, de esa forma nadie tendría la oportunidad de pisotear la poca dignidad que me quedaba, cualquier esclavo que tuviese la decencia de mirar su reflejo lo sabía. Me detuve cuando la puerta se abrió ante nosotros y el esclavo encargado de los castigos salió a nuestro encuentro. —Puedo tomar tu castigo, si tú quieres, no tienes que pasar por esto—sugirió Peter dando un apretón a mi mano dándome la fuerza suficiente para tomar una decisión. Lo miré y nuevamente negué con la cabeza, tenía miedo, sí, pero eso no significaba que debia huir de mi destino, era una cobarde, lo sabía, pero no para dejar que alguien más pagara por mí. —Lo haré. Solté su mano y me adentré en aquel salón. El pasillo que conducía a la sala era oscuro, tal vez para atemorizar aún más al esclavo condenado al castigo, al avanzar unos metros note que la sala estaba iluminada por antorchas y estas alumbraban objetos y otros artefactos de tortura, cuchillos, navajas, ganchos, fustas para animales adaptadas para causar más dolor y suplicio, el piso lleno de manchas marrones y rojizas Me detuve en seco al observar a mi alrededor, aquí y en mi reino, no había mucha diferencia entre las salas de torturas, ese lugar me hizo estremecer al recordar los castigos que la señora Marie me aplicaba, según ella, por no ser obediente o simplemente porque le apetecía golpearme. —Me quedaré a tu lado—me susurro Peter tomando mis hombros para darme ánimo. El esclavo encargado me miro e hizo un gesto de desaprobación, me había reconocido y quizás no esperaba verme ahí, al menos no tan pronto. —Su dueña parece ser una mujer muy firme con sus esclavos—dedujo el hombre mirándonos a los dos. —Para nuestra desgracia—exteriorizo Peter. —Entonces ya saben qué hacer—concluyo el hombre moviendo la cabeza indicando el lugar a donde debia colocarme para comenzar con el castigo. Mis pasos fueron lentos y pesados, mientras más me acercaba al cepo, más lento caminaba, ninguno de los dos hombres hizo un comentario al respecto, ellos ya debían cuan difícil era mostrarte sumiso ante un castigo que no merecías. El cepo era una especie de tronco de madera en el que encontraban unas esposas para inmovilizar las manos, en el suelo había una almohadilla rellena de semillas donde debías hincarte para que sujetasen tus pies con otras esposas que sobresalían del suelo. Cuando llegue y alce la vista, Peter ya me esperaba listo para sujetar mi mano si así lo necesitaba. —¿Lista? —su voz se escuchó triste y llena de rencor, esto seguramente le dolía más a él que a mí. Ladee la cabeza, las palabras se negaban a salir de mis labios, de hecho había comenzado a derramar algunas lágrimas silenciosas, era vergonzoso, tener que someterme a la orden de una vieja tan despreciable como la señora Marie y lo peor de todo que Peter fuese testigo de ello. Me arrodillé, desviando la mirada de Peter, pero él alzó mi rostro con la punta de sus dedos. —Algún día dejaremos de sentir miedo—dijo, pero lo hizo como si fuese una promesa que tal vez podría cumplir muy pronto y entonces ya no temí por sino por él. Di un pequeño salto del susto al escuchar el sonido de las llaves de las esposas, el esclavo del salón de castigos debia asegurarse de que mi cuerpo estuviese bien sujetado para evitar que escapase de la orden de mi dueña. Peter tomó mi mano aprisionada y la oprimió como si con ello fuese a darme fortaleza para resistir los azotes, funciono. Nunca antes alguien me había tomado la mano durante un castigo, de hecho eso podía considerarse como prohibido porque los esclavos, ya fuesen niños, mujeres o ancianos, debían enfrentar su realidad solos. Tener a Peter ahí era alentador de cierta forma, no me sentí sola. Di un grito al sentir el primer azote, la mano de Peter tomó mi rostro. —Por favor, perdóname —aludió como si él me hubiese azotado—solo un poco más Sabía que eso no era cierto, para poder abandonar este lugar, debia sangrar, así que debia aguantar muchas que lo que él había dicho. Los azotes continuaron, ya no pude seguir mirando a Peter, el dolor no me lo permitió, pero entre mis gritos, gemidos y súplicas, pensé en esa sensación de bienestar y protección que había sentido una horas atrás, cuando mi piel había tocado la del príncipe, mi cuerpo añoraba esa sensación de calidez y ternura. Era absurdo pensar en ello, pensar en el príncipe, pero ese pensamiento, me ayudo a resistir. —No ha sangrado aún—dijo el esclavo—deberé aplicar un par de azotes con un flagrum. —No seas estúpido, le romperás una costilla con un solo golpe—replicó Peter furioso. —Solo serán tres golpes, con eso podrán irse, ¿o prefieres que siga golpeándola con la fusta hasta que se desmaye? Peter se quedó en silencio, ni él ni el esclavo volvieron a pronunciar palabra alguna y al notar esa ausencia de ruido me animé a preguntar que era eso que a Peter tanto le preocupaba. —¿Qué es un flagrum?—cuestione tratando de mirar de reojo hacia atrás. Era un látigo con mango corto y con varias cadenas finas de hierro que terminaban con pequeñas bolas, quizás del mismo material, instintivamente me agache y me aferre al cepo huyendo de aquella cosa. —¿Qué es lo que prefieren?—expresó el otro en voz grave—¿Tres golpes o cien?
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