Capítulo 5

1721 Words
— ¿Para qué es todo esto, buen señor? —aquellas palabras salieron de los labios de mi dueña, quizás con la intención de persuadir al guardia para darle un poco de información. —Protocolo, madame— le respondió serio y señalo hacia un pasillo amplio y bien iluminado— Siga por este corredor, llegará a la oficina de asuntos oficiales, ya han sido informados de su llegada, la esperan. — ¿Sabe usted el motivo por el que fui convocada al palacio?—insistió mi dueña con un tono de voz suave y hasta podría decir tierno, el mismo con el que se dirige a su nieta. —No lo sé, madame—expreso de forma severa, al parecer fastidiado de escuchar los cuestionamientos de una anciana o quizás porque el ambiente en este lugar era así, los guardias y todas las personas a mi alrededor tenían cierto aspecto, temible diría yo— Continúe su camino. No pensé que alguna vez en mi vida llegaría a ser testigo de algo tan insólito, mi dueña a pesar de su vejez nunca había permitido que alguna persona siendo esclava o libre se dirigiera a ella de esa forma; sin embargo, en esta ocasión tuvo que mantenerse callada, frunció el ceño y le dirigió una mordaz mirada que pudo asesinar al guardia imperial de haberlo querido, pero no podía. Ella, a pesar de ser libre, no dejaba de ser una plebeya cualquiera y además de eso, éramos extranjeras en un reino en donde no conocíamos las costumbres con las que se regían en este lugar y además, estaba segura de que era la primera vez que las dos visitábamos un palacio. Continuamos por aquel pasillo, lleno de pinturas de paisajes, supuse que eran panoramas ilustrados de algunas zonas del reino, pero no pude apreciarlas con toda claridad, mi dueña avanzo rápido tal vez en un intento de alejarse del guardia que la había tratado con desprecio. —Tú pagarás esta ofensa Annelie— murmuro con gravedad. Era obvio que al no poder desquitar su furia con el guardia debía castigarme, después de todo era mi culpa el que estuviéramos aquí. Asentí preocupada por la terrible advertencia, no podía hacer otra cosa. Rogué al cielo que por su vejez olvidara este castigo como muchas otras veces ya había ocurrido. Tal como lo había anunciado el guardia, encontramos la oficina de asuntos oficiales y aunque el lugar era inmenso un hombre ya esperaba por nosotras. —¿Madame Marie Bontelli ciudadana del reino de Enid?— pregunto con cierto aire suntuoso. Mi dueña solo asintió. —Síganme. Aquel hombre nos guio al interior de lo que se suponía era la oficina de asuntos oficiales, pero el interior de ese lugar era inmenso, las personas caminaba de aquí para allá, luciendo trajes hermosos, vestidos y capas bordadas, todo en un color azul intenso. Aquel hombre nos llevó hacia una sala donde nos permitió la entrada, mi dueña tomo asiento y yo me coloque detrás de ella como siempre solía hacerlo, mi dueña giro en búsqueda del hombre que nos guio, seguramente para cuestionarlo al igual que al guardia, pero ya no estaba, salió sin decir nada y sin que nos diéramos cuenta. La oficina era sobria, poco ostentosa, pero había una hermosa biblioteca detrás del escritorio, llenaba el muro de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, todo estaba ordenado por colores, desde el n***o hasta el rosa, pero en medio de todos esos libros se podía admirar la figura de una mariposa, alguien se había tomado la molestia de acomodar los colores de cada lomo de cada libro para que se notara el símbolo de su nación. Los segundos pasaban y mi dueña comenzaba a impacientarse, movía los dedos una y otra vez sobre el escritorio, los azotaba con fuerza para mostrar su molestia, para mí era evidente, pero para la persona que esperábamos no lo sería. Mientras observaba el resto del lugar note que había una placa sobre el escritorio en la cual se podía leer: H.C.R. Elrick Philius. Pero antes de poder inspeccionar otra cosa, la puerta se abrió y cerró rápidamente. Un hombre delgado y tez blanca se sentó sobre una silla plateada detrás del escritorio —Buenas tardes—expreso siendo la primera persona que se mostraba cortes con nosotras. — Mi nombre es Elrick Philius, honorable ciudadano regente de la oficina general de asuntos oficiales de la corte imperial. —Es un placer, señor Philius. Mi nombre es Marie Bontelli y ella es mi esclava Annelie Rosa, violinista y acto principal de mi espectáculo ambulante — manifestó mi dueña mostrándose más relajada ante este hombre. — Es un honor haber sido invitada al palacio Morpho Azul por su majestad imperial. —Me temo que es un terrible mal entendido— dijo el hombre frunciendo el ceño y arrugando el bigote confundido por las palabras de mi dueña. —su majestad imperial no ha solicitado su presencia, usted y su esclava fueron convocadas por su alteza imperial, el príncipe Kalef Frederick I — ¿El príncipe?— volvió a preguntar mi dueña como si no hubiese comprendido bien lo que le había dicho el hombre frente a ella. —Así es, señora— confirmo el tal Elrick con una sonrisa serena— El príncipe desea aprender a tocar el violín y ha encontrado en su esclava al instructor que buscaba o en esta caso instructora. — ¿Mi esclava? ¿Una instructora?— cuestiono en voz alta pero no preguntándole al regente sino a sí misma. Ella no me consideraba apta para enseñarle a alguien y mucho menos al príncipe, yo tampoco me creía capaz de hacer algo semejante— Discúlpeme, señor, pero es imposible que mi Annelie pueda enseñarle a tocar el violín a su alteza imperial. — ¿Está negándose a una orden imperial, señora Bontelli? —No señor, pero estamos hablando de una situación muy grave, me refiero a que mi esclava nada sabe sobre las costumbres de este reino y mucho menos de cómo comportarse ante la realeza, me temo que pueda cometer un error y ofender a alguien y por consiguiente conseguir ser castigada por ser lo que es, una ignorante. El regente comenzó a reír, cosa a la que yo no le vi nada de gracia. A pesar de que lo que había dicho mi dueña me ofendía, tenía toda la razón. Era cierto, era ignorante de todo lo que se debe y lo que no se debe hacer en este reino. —La oficina de asuntos oficiales ya ha previsto el asunto madame. Su esclava asistirá a clases de etiqueta un día a la semana para prevenir cualquier accidente, por supuesto esto no tendrá ningún costo para usted. —Bien— dijo mi dueña poco satisfecha al tener que ser obligada a acatar órdenes— Sin embargo, hay un asunto que no hemos discutido. —¿Cuál madame? —Verá, vengo de un reino lejano, Enid. Usted debe tener en cuenta la situación que se vive allá, es por eso que viajamos de reino en reino. Tengo una compañía ambulante que por el momento aguarda nuestra llegada a Enid para continuar con las funciones; sin embargo, esperar a Annelie aquí significaría detener nuestra fuente de ingresos, mis esclavos morirán de hambre y yo quedare desempleada— explico casi insinuando que no podía quedarse aquí, pero tampoco me dejaría sabiendo que sin mí la compañía no tendría las mismas ganancias y que dejaría a los demás morir, esperaba una recompensa por permitir hacer lo que ellos deseaban. —Entiendo la situación, Madame. No tiene nada de que preocuparse, la oficina de asuntos oficiales tiene en cuenta la situación que podría suscitarse al retener a su esclava y por consiguiente con usted en este reino, lejos de su hogar y de su fuente de ingresos. Pero el que su esclava trabaje en el palacio e instruyendo al mismo príncipe le traerá muchas recompensas. El regente dio un par de palmadas permitiéndole el paso a una joven de tez morena, llevaba puesto un vestido amarillo hermosamente elaborado, la falda simulaba las alas de una mariposa, ese detalle envolvía el vestido desde los hombros hasta el piso donde terminaba la falda. La joven colocó una caja sobre el escritorio, me di cuenta enseguida de que el material parecía auténtica plata, pero de ser cierto eso costaría una fortuna, quizás para que la compañía viviera cómodamente sin tener que trabajar toda una semana, pero la caja no era la recompensa en sí, sino lo que había en su interior. —Esto es un obsequio que el príncipe en persona ha enviado para usted, madame— le indico a mi dueña, ella se había quedado totalmente muda al ver la caja. La joven quito el seguro y abrió la tapa dejando observar a plena vista algo insólito. —Treinta corazones de plata como pago inicial por la asistencia de su esclava en el palacio—indico el regente— recibirá diez corazones más cada mes sin falta mientras su esclava sea instructora del príncipe. Con esas ganancias podrá despedir a todos sus esclavos, venderlos si así lo desea, vivirá cómodamente hasta el fin de su vida. —Yo no sé qué decir, esto es inesperado. —¿Permitirá a su esclava ser instructora de violín en el palacio? —Por supuesto que sí— dijo mi dueña. —¿Cuándo puede comenzar? —En tres días— le contesto el regente. —De acuerdo, mi Annelie estará aquí en tres días. —Ella es una de las asistentes del príncipe, ella le dará la información necesaria para que su esclava se presente aquí. —Muy bien— dijo mi dueña— pero, si me lo permite hay una cosa que no comprendo y que me gustaría saber antes de marchar. —Por supuesto madame, adelante. —Bueno, sé que su majestad imperial cuenta con una orquesta y hay cientos de violinistas más capacitados que mi esclava para instruir al príncipe. —Así es, madame. —Bien, mi pregunta es… ¿Por qué eligieron a mi esclava para tal honor? —El príncipe es ciego— pronuncio la asistente— pero su discapacidad ha afinado sus sentidos. Ningún violinista había logrado cautivar el oído del príncipe, nadie, excepto su esclava.
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