La cena estaba servida, pero nadie se atrevió a probar un solo bocado, todo en la mesa representaba para nosotros una tentación en la que ninguno estaba dispuesto a caer, sin embargo, la señora Marie había autorizado que consumiéramos todo lo que quisiéramos, una especie de celebración por las ganancias que había recibido en el palacio y que seguiría ganando a costa mía.
La comida no era del todo un lujo para la señora Marie, había un tazón de puré de papa, un poco de sopa blanca, una ensalada y carne asada, pero para nosotros que usualmente comíamos avena, sopas y un poco de pan, la resultaba el aperitivo de un rey, el olor nos atraía a sentarnos y la apariencia nos invitaba a probarla, aquello era un verdadero manjar; sin embargo, nadie se fio de sus palabras, ella siempre fue cruel con sus esclavos sobre todo los nuevos, los obliga a comer sobras del suelo como a un perro, un tipo de iniciación, quizás por esa razón nadie quería comer.
—No se abstengan, coman, es una orden— dijo tratando de parecer severa, pero sin lograrlo, 30 corazones de plata ponen de buen humor a cualquiera.
Peter tomó el puré de papas dejándose llevar por el consentimiento de la señora, comenzó a servir en los platos vacíos que estaban frente a cada uno de nosotros y después completo el platillo sirviendo un poco de sopa de un lado y del otro la carne. La ensalada permaneció sola en medio de la mesa mientras nos mirábamos unos a otros, no muy seguros de que hacer. Nunca había probado la carne, ningún esclavo puede, no porque esté prohibido, sino porque los dueños no desean desperdiciar tal manjar en nosotros, era extraño y hasta cierto punto conmovedor porque era anormal ser tratado con cortesía y consideración.
Mire mi plato, me pareció que tenía más puré y el pedazo de carne era mucho más grande que las demás, supuse que era la impresión de ver la carne por primera vez tan cerca de mí, pero al mirar de reojo los platos de mis compañeros, me di cuenta de que el mío era diferente. Todos tenían casi la misma proporción, excepto uno, el de Peter. Las porciones de su plato eran pequeñas, apenas de media cucharada de puré y sopa, además su carne era la más pequeña y tostada. Justo en ese momento levanto la vista y se percató que lo observaba, le sonreí al no poder ocultar mi falta de cautela al observarlo, fue en ese momento que recordé la declaración que me había hecho Dalia sobre Peter y yo. Es mi amigo y no podría verlo más allá de eso, en primer lugar por la ley contra la sobre población de esclavos y por último y más importante Dalia está enamorada de él, no podría traicionarla aunque ella me lo pida.
Últimamente, se había comportado más considerado conmigo, en un principio pensé que se debía a mi presentación para obtener mi libertad en este reino, me sonreía mucho más alegre y conversaba conmigo temas que sabía que poco le interesaban, por supuesto todo eso lejos de la vista de la señora Marie y de los demás. En ocasiones me hablaba sobre telas, botones e hilos o incluso sobre el nuevo cargo en la administración de las funciones que la señora Marie le había asignado y yo solo le escuchaba sin decir nada por qué no entendía exactamente su extraña fascinación por el trabajo que realizaba diariamente. A veces yo le hablaba de mi violín y sobre mis presentaciones, el, en cambio, opinaba sobre el tema, me hablaba sobre las canciones que le gustaban y que deseaba algún día asistir a una de mis presentaciones como espectador y no tras bastidores, tontamente creí que se debía a que le interesaba la música o que decía todo eso para animarme; sin embargo, me equivoque, lo que le interesaba era yo.
Baje la mirada y tome una cucharada de puré, llevándome a la boca un bocado enorme que me distrajera de aquella vergonzosa escena. Era un tema que debía evadir por ahora, pues mi preocupación más grande se debía a lo que el regente le había sugerido a mi dueña, vender a sus esclavos. En total, la señora Marie tenía cuarenta y cinco esclavos, diecinueve mujeres y veintitrés hombres, a pesar de la crueldad que la señora Marie tenía con todos nosotros, teníamos una vida más o menos cómoda, teníamos tres comidas al día, podíamos bañarnos y tener ropa nueva gracias a las talentosas manos de Peter y además de eso, teníamos camas en donde dormir. Pocos esclavos tenían la suerte de presumir tener un lugar caliente lejos del suelo donde dormir. Con el pasar del tiempo y las penas que hemos pasado juntos nos hicimos una enorme familia, no podía simplemente fingir que no ocurría nada cuando la señora Marie tenía la opción de hacer con ellos lo que deseara, en esta caso nos separaría por culpa mía. Deje escapar un suspiro que la pequeña Penny no pudo ignorar.
— ¿Estás nerviosa?—cuestiono evidenciando la preocupación que sentía por mí. Su voz fue una luz de esperanza en el mar de pensamientos en el que me estaba hundiendo.
—Por supuesto—admití con total sinceridad— ¿Tú como te sentirías si estuvieras en mi lugar?
—Afortunada— expreso sin dudarlo dos veces— Yo sabía que eras la mejor y ahora el príncipe lo sabe también.
—Es muy considerado de tu parte Penny— le expreso Peter a su hija acariciando su mejilla. — Seguro que se siente afortunada, ahora termina tu comida.
Penny le frunció el ceño a su padre, pero no cuestiono su orden. Volvió la mirada hacia su plato y comenzó a ingerir lo que quedaba de su porción. El ambiente en la mesa se sintió de la misma forma, tenso, nadie quería decir nada y al fin y al cabo no había nada interesante que nosotros pudiéramos mencionar que a nuestra dueña le concerniera.
—Annelie— su voz, estricta, atravesó el silencio y llego hasta donde yo me encontraba. Mi nombre en sus labios ocasionaba que mi cuerpo se congelara. Me levanté de mi asiento mientras los demás se quedaron en su sitio, sin mover un solo músculo, ni siquiera para comer. Al igual que yo, percibieron esa esencia de impaciencia en la señora— Las clases de violín deben durar al menos un año y medio, si puedes que sean dos.
De todo lo que podía pedirme la señora, había solicitado algo fuera de mi alcance. No podía alargar las lecciones durante mucho tiempo, un año, quizás, pero tarde o temprano alguien podría darse cuenta de las intenciones de prolongar el aprendizaje del príncipe solo para beneficio de mi dueña. Era un riesgo que no podía tomar muy a la ligera, aunque ella me lo ordenara, yo podría ser castigada.
—Tal vez el príncipe sea ciego, pero no estúpido, señora— replico Peter, enfrentándola— ha solicitado a nuestra violinista eso quiere decir que tiene buen oído, así que no le será difícil aprender. Seis meses por mucho.
— ¿Seis meses?—cuestiono mi dueña atónita, enfadada por ser corregida por el—No voy a dejar que se me escape una fortuna de mis manos solo por estúpidas suposiciones tuyas.
—No deje que su avaricia la ciegue, podrían castigarnos a todos si descubren sus intenciones.
Me sorprendió saber que el había pensado exactamente lo mismo que yo, era un riesgo estúpido, Peter lo sabía. Al menos el podía encararla y decírselo, pero yo no, solo permanecí ahí de pie, sin decir nada, con la cabeza gacha.
—Estoy harta de tu insolencia— murmuro en un intento de que Penny no hubiese escuchado esas palabras, pero con el silencio que nos envolvía, hasta el sonido de un alfiler cayendo podía oírse. Su nieta giró a verla frunciendo el ceño, enfadada con ella.
—¿Por qué le hablas así a mi papá?— refunfuño la pequeña poniéndose de pie en el asiento. Peter la sostuvo para evitar que cayera en un falso movimiento.
—Es una pelea de adultos cariño, no es de tu incumbencia—la expresión de la señora cambio ante el repentino enfado de su nieta. En una pelea entre la señora Marie y Penny siempre ganaba la pequeña, pero el costo era alto.