Capítulo 1

1535 Words
El camino a casa estaba cubierto de árboles de jacarandá, sus flores moradas abundaban por ambos lados de la calle debido a la brisa qué las había arrancado de las ramas, dejándolas olvidadas sobre la acera. Durante la temporada de lluvias era inevitable qué esas flores cayeran, son frágiles y efímeras, pero quizás esa parte de ellas es lo más hermoso, qué su belleza es solo para admirarse por poco tiempo. Estaba a un par de calles de llegar, pero en realidad no tenía la fuerza ni la voluntad para dar otro paso más. Cambie el rumbo hacia el interior de un parque vacío, intuí que las nubes grisáceas, qué amenazaban con dejar caer gotas de agua fría, era el motivo de que el parque y mi banca favorita, qué usualmente siempre estaba ocupada por ancianos o mujeres con carriolas, estén vacíos. Me senté acomodando la falda del vestido color verde pistache qué mi madre había preparado para mí en la mañana, coloque el estuche de mi máquina de escribir sobre la banca y la observe un momento, no lograba entender cómo es que esa cosa podría cambiar el rumbo de mi vida. Era pesada, estorbosa y la verdad ni siquiera sabia utilizarla correctamente o al menos eso era lo que decía la nota que llevaba escondida en el bolsillo de mi falda. Estimado señor Baker: Es una desgracia para mí informarle el poco esfuerzo que ha demostrado su hija durante mis lecciones estos últimos meses, no tiene el talento y mucho menos la vocación para ejercer como mecanógrafa, sería mejor para usted y para su hija buscar otras alternativas en las que si muestre más interés y respeto. Todo esto se lo expreso con la finalidad de que usted no mal invierta en un futuro qué claramente su hija no desea tener. Anhelaba qué esas nubes descargarán su agua sobre aquel parque, sería la excusa perfecta para llegar tarde a casa, necesitaba pensar e intentar relajarme un poco. Deseaba destruir ese papel en mi bolsillo y tirar la evidencia en cualquier lado, pero sería muy cobarde de mi parte, tarde o temprano se sabría y prefería ser yo quien le explicase a mis padres el porqué no estaba en mi destino ser mecanógrafa, el único empleo viable para no morir de hambre en tiempos de guerra. Saque de mi bolsa un libro olvidándome por completo de la máquina a mi lado, podía escuchar una voz, no sabía si provenía de aquella máquina o quizás era mi cabeza la qué me decía: Inútil. Sentí como una gota de agua resbalaba por mi mejilla deduje qué había comenzado a llover, pero cuando la segunda gota de agua resbaló, me di cuenta de que eran lágrimas de vergüenza lo que bañaba poco a poco mi rostro. —¿Te encuentras bien, Emma? —cuestionó una voz angelical cerca de mí, al levantar la vista vi la figura de Bianca Dulliz, la única persona que podía considerar como mi amiga. Su cabello rubio, hoy tenía un peinado diferente, estaba suelto y rizado, además su vestido rosa combinaba con el color de sus labios y también el de sus ojos, verdes, ella era la criatura más bella y adorable qué había conocido en mis diecisiete años de vida. Limpie mi rostro al instante, pero ya era demasiado tarde. Se sentó a mi lado, apartando el estuche color negro de mi máquina de escribir, con obvia preocupación en su mirar, arrugando levemente su frente, tal vez tratando de comprender qué me afligía como para llorar en el parque, cuando evidentemente se acercaba una tempestad y ya tenía que estar en casa a esa hora. —Estoy bien— traté de disimular una sonrisa—lo mismo de siempre. —Oh, ya veo—musito entornando los ojos, deduciendo por sí misma qué era lo que me aquejaba—¿El señor Dudley te reprendió de nuevo? —Sí—respondí sacando un suspiro, recordando la fea expresión de mi profesor de taquigrafía al momento de sermonearme por lo torpe e incompetente qué era para tomar un dictado de diez párrafos, según su opinión. —No creas nada de lo que dice ese viejo decrépito—alegó con la intención de subir mi ánimo, pero me lo había dicho tantas veces que incluso comenzaba a creerlo, que no era más que un desperdicio de mi tiempo intentando aprender algo que simplemente no era para mí— por favor, tiene cincuenta y tantos años y aún no se ha casado, es seguro que está frustrado porque cada que llega a su casa está él y su estúpido gato. Se las ensaña con los que agachan la mirada y evitan verlo a la cara, deberías tomar valor y demostrarle qué eres más de lo que él afirma. —Sé cómo es el señor Dudley— me sentí más relajada al saber que no era la única a la que le hacían la vida difícil, pero eso no quitaba el hecho de que era lenta, torpe y olvidadiza—pero soy yo la del problema, me cuesta tomar notas y mis dedos son lentos al redactar un texto, quizás tiene razón y debería ver otras opciones de empleo. —No te aflijas—insistió—esfuérzate y si ves que esto no es lo tuyo, entonces véndeme tu máquina y busca algo que te apasione. —Es fácil decirlo— elevé la vista hacia las nubes, qué poco a poco se tornaban de un tono gris oscuro—cuando no sientes la presión de tus padres y la vida viniéndose sobre tus hombros. —¿Presión, dices? —cuestionó dejando escapar una risilla casi burlona—tienes diecisiete años, eres joven y tu vida no se ha acabado solo por ser lenta en este oficio, tu vida no tiene por qué girar en una estúpida máquina de escribir. Hay cosas mejores. Solté una carcajada, su expresión sería, era divertida en alguien que se la pasaba riéndose de la vida, pero quizás tenía razón, aunque lo que me preocupaba era lo que mi padre diría al respecto ¿Aceptaría qué la mecanografía no era mi profesión? ¿Y mi madre lo haría? Conocía las respuestas a esas preguntas, mi padre seguramente exigiría más de mi parte y me obligaría a demostrar que soy capaz de cualquier cosa y por supuesto, mi madre, me daría ánimos para seguir adelante, costara lo que costara. Así es como se supone que son los padres, pero pienso que no todos podemos alcanzar los estándares qué nuestros padres nos imponen para nuestro futuro y es ahí cuando ocurren las decepciones. No quería decepcionar a nadie, pero tampoco quería que mi vida gire en torno a algo que yo no deseo, sin embargo, no tengo opción. —¿De qué tanto te ríes? —cuestionó casi mostrándose ofendida por mi reacción, pero la verdad era qué admiraba su tenacidad y rebeldía y quizás por eso éramos buenas amigas, aunque no teníamos mucho en común, pero ella tenía algo que a mí me faltaba y quizás yo tenía algo que ella necesitaba en su personalidad, nos complementábamos de alguna forma extraña. Saqué el papel arrugado de mi bolsillo y se lo di. Ella lo miró extrañada por recibirlo en tan mal estado y posteriormente lo tomo extendiéndolo hasta encontrar el contenido. Después de unos segundos de lectura volvió a arrugar el papel del mismo modo y forma en qué yo se lo había dado y sonrió. —Es un bastardo—declaró con una enorme sonrisa que se convirtió en una carcajada. Arrojó el papel al aire y cayó un par de metros detrás de nosotras. —Mi padre debe firmarlo si quiero entrar a la próxima clase—declare señalando el papel que comenzaba a rodar con la fuerza del viento. —¡Demonios! Bianca se levantó inmediatamente y corrió en busca de la nota ya muy arrugada y medio húmeda gracias al césped del parque. Lo recogió y sacudió como si eso fuera a quitarle la suciedad, qué ya tenía encima, me miro y sonrió. —Ya estaba hecho un asco antes de arrojarlo—aseguro echándome la culpa por el mal estado del papel. —Tal vez, pero aun así debo dárselo a mi padre para que lo firme. —¿Y no crees que tendrás muchos problemas cuando se lo muestres? Asentí resignada a ser castigada y quizás encerrada el resto de mi vida o al menos hasta aprender a utilizar bien la máquina de escribir. Un ensordecedor trueno sonó por encima de nosotras lo que nos obligó a mirar al cielo, sentí que una gota fría cayó en mi mejilla, advertencia de que debíamos llegar a nuestros respectivos hogares antes de que el aguacero nos cayera encima. Bianca me extendió la nota y yo volví a colocarla en el mismo bolsillo de donde la había sacado, me dio el estuche de mi máquina de escribir y coloco su brazo por encima del mío para caminar a mi lado. Salimos del parque y seguimos calle abajo en silencio, Bianca parecía estar muy pensativa y yo pensaba en la mejor manera para revelarle a mi padre sobre la nota.
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