bc

Otra oportunidad para tenerte

book_age18+
403
FOLLOW
5.9K
READ
dark
family
HE
age gap
opposites attract
kickass heroine
drama
city
like
intro-logo
Blurb

Angelica White nunca imaginó que su mayor aventura se convertiría en su peor dilema. Un mes recorriendo el país junto a Curtis Wood fue suficiente para enamorarse de su encanto arrollador, su mirada intensa y la libertad que parecía prometerle. Pero el destino le tenía preparada una sorpresa cruel: Curtis no es solo el hombre que hizo temblar su mundo, sino el tío de su mejor amiga.

De la noche a la mañana, él pasó de ser su sueño más perfecto a un deseo prohibido, un infierno del que no quiere escapar. Curtis sabe que debe alejarse, pero Angelica nunca ha sido de las que siguen las reglas… y él siempre ha sido demasiado bueno rompiéndolas.

chap-preview
Free preview
Capítulo 1. Un expediente y un matrimonio concertado.
Curtis Wood «Aquí te tengo». Miro atentamente la carpeta que está sobre mi escritorio. Una sensación similar a la curiosa emoción me recorre. —Hasta que voy a saber con certeza quién eres —murmuro con satisfacción, al mirar los documentos que pedí anoche y que ya están justo frente a mí, esperando para que los revise. A pesar de que mi solicitud fue apresurada, llegaron a tiempo, sin retrasos ni excusas, como debe ser. Hace menos de doce horas que hice el encargo y ahora, a primera hora de la mañana, están aquí, listos para ser desglosados con la atención que requieren. Como me gusta. Y como deseo. Porque la intriga me puede. Algo tiene esa mujer hermosa que me atrae como una polilla a la luz. Y no soporto más. Cuando quiero algo, lo tomo, cueste lo que cueste. Necesito saber qué puedo obtener de ella. E ir a por todas, sin importarme las garantías. Pude haber esperado hasta hoy para comunicarme con mi equipo de investigación, ser paciente y darles más margen para trabajar, pero ese nunca ha sido mi estilo. Les pago lo suficiente para que sean eficientes, para que obtengan resultados sin importar la hora en la que los requiera. Ya están acostumbrados a que los moleste en plena madrugada con peticiones importantes, a que sus horas de sueño se vean interrumpidas por mi necesidad de información. No se quejan. No pueden darse ese lujo. Si es urgente o puro gusto, eso no interesa. La paciencia es una palabra cuyo significado entiendo perfectamente, pero está lejos de ser una de mis virtudes. Nunca lo ha sido. Y menos aun cuando la urgencia por obtener respuestas supera cualquier apariencia de calma que pretenda proyectar. Necesito saber y lo necesito ahora. Esto… esto que tengo ante mí, es lo que me hizo no dormir anoche. A la espera. Y la razón de que esté en mi oficina tan temprano cuando podría llegar aquí a la hora que me dé la gana. Desde que puse mis ojos en ella, a través de esa fotografía que tiene junto a mi sobrina, mi curiosidad comenzó a crecer, lenta, pero constante. Y no suelo sentir este tipo de cosas por… nada, ni nadie. Pero esa mujer es una jodida adicción. «Y apenas he visto una maldita foto suya». No fue solo la casualidad de verla en la imagen lo que captó mi atención, sino el hecho de que su nombre apareció nuevamente en los registros de la fundación en la que, asumo, ambas están involucradas. —Una coincidencia demasiado perfecta como para ignorarla —susurro, pellizcando mi barbilla con una calma que apenas siento. Tomo el folio que me llama desde que lo dejaron para mí y paso los dedos por la portada antes de abrirlo. —Angelica White… —mi mirada se detiene en las letras impresas en negrita, las leo como si estuviera reverenciando un puto nombre. El nombre de la desconocida intrusa que se está metiendo en mis pensamientos. Y justo debajo, la foto que la acompaña. Sus ojos verdes son hipnotizantes. Del color de una playa caribeña, con tonos medio azulados. De esos que tienen la capacidad de atraparte aun a través de una foto. De los que quieres seguir mirando a toda costa, como si pudieras encontrar en ellos alguna respuesta. Hay algo en su expresión que me resulta intrigante. No sé si es la determinación, o la sensación de vulnerabilidad, como sea, me gusta lo que veo. Y me afecta. Aunque no de mala manera. El instinto sobreprotector innato en mí se despierta sin que pueda evitarlo. No se supone que eso pase… ¿será que tiene algo que ver por su cercanía con Vanessa? Frunzo la boca. Esto me irrita. Pero no puedo ignorarlo, no quiero ignorarlo. Abro al fin la carpeta para poder leer toda la información que me han conseguido sobre ella. Tengo que saber quién es realmente Angélica White. —Psicóloga de profesión. Una sonrisa ladeada se forma en mis labios. No puedo evitar imaginar lo insoportable que debe ser alguien así, analizando a las personas en todo momento, creyendo que siempre tiene la razón, interpretando cada gesto, cada palabra, cada silencio, como si el mundo entero fuera un caso de estudio para ella. —Me pregunto si con su propia vida hace lo mismo… O si, como suele pasar, le es más fácil desentrañar los problemas ajenos que enfrentarse a los suyos propios —sigo murmurando, incapaz de detener mis pensamientos. Tiene veintiocho años, la misma edad que Vanessa. Solo seis años menor que yo. Continúo pasando las páginas del expediente, absorbo cada dato. Sus padres son políticos, embajadores en el extranjero, una familia acomodada, influyente. No es una sorpresa. Hay cierta elegancia innata en su porte, incluso en las fotografías informales. La clase de mujer que ha crecido en un entorno donde la imagen lo es todo, donde la perfección es una fachada bien ensayada. Mis ojos se deslizan por las fotos incluidas en el archivo. Es linda… demasiado. Me detengo en su cuerpo esbelto, curvo en los lugares exactos donde debe serlo. El tipo de cuerpo que invita a perderse en él, a explorar sin prisas, a tentarse con la idea de lo prohibido. —Y a mí me encanta jugar con la manzana del Edén. Paso las páginas, buscando la información que me interesa más de lo que quiero aceptar. Personas relacionadas, además de sus padres, que parecen ser su única familia. Pero no hay nada. Angelica White está soltera. —¿Por qué? La pregunta sale de mí sin poder contenerla y el eco de mi voz en mi despacho solitario debería ser una alarma para mi comportamiento. No es que me importe, no debería importarme. Pero lo hace. Y eso, más que cualquier otro dato en este expediente, me hace fruncir el ceño. Me quedo por un largo rato mirando las fotos, observando cada detalle de su rostro, de su expresión. Hay algo en ella que me atrapa, algo que no logro definir del todo, pero que definitivamente despierta mi interés de una manera en la que ninguna mujer lo ha hecho en mucho tiempo. Hace demasiado que no me siento atraído por alguien más allá de lo físico. El sexo ha sido solo eso; un acto para satisfacer mis instintos, para apagar el deseo cuando se hace insoportable. No soy un maldito célibe, no veo razón para negarme un placer tan básico cuando el cuerpo lo exige, pero nunca ha sido más que eso. Un desahogo, sin más implicaciones. Y sin embargo, esta mujer… esta rubia de ojos hipnóticos, la imagino de formas que van más allá de una simple noche de placer. La veo en mi cama, enredada entre mis sábanas, su piel desnuda contrastando con la oscuridad de mi habitación. La imagino debajo de mí, con la respiración entrecortada, con mis manos recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Follándomela duro, porque no hay nada dulce o suave en la manera en que la deseo con solo un vistazo a lo que ella es. Y lo peor es que, sin tener todos estos datos, no puedo sacarla de mi cabeza desde el momento en que puse los ojos en ella. Ha estado ahí, en mi mente, colándose en mis pensamientos de la forma más inoportuna posible. Tal vez por eso mi urgencia por saber más, por descubrir si hay alguien en su vida que tenga algún tipo de derecho sobre ella. Porque si lo hay, si resulta estar con alguien y realmente es un hombre que valga la pena, podría dejarlo estar. Quizás. Pero si no… si su corazón no pertenece a nadie o si el idiota que está a su lado no sabe lo que tiene, no me molestaría en absoluto hacerle entender lo que es estar con un verdadero hombre. Porque una mujer como ella merece ser adorada. Y yo sé exactamente cómo hacerlo. Aunque, una cosa es su estado civil y otra muy diferente, es que haya algún hombre queriendo captar su atención. Pero tampoco es algo que me preocupe mucho. Porque cuando ella me conozca, voy a encargarme de que no se olvide de mí con facilidad. —Y eso será pronto. Mi móvil suena y veo el nombre de Angelo. Maldigo por lo bajo, porque si hay algo que me molesta demasiado, es el hecho de tener que tolerar a este aprovechado tan temprano en la mañana. A él, junto con toda la mierda que no ha dejado de repetir sin cesar los últimos meses. Mucho más, el matrimonio con su hija. No voy a negar que Ginevra es cogible. He pasado el rato con ella porque es demasiado fácil, basta una mirada o una sonrisa de mi parte para darle entrada y ya la tendré en la habitación de un hotel, o en su propia casa, de piernas abiertas esperando a que me entierre en ella. A pesar de que tenga el papel de mi “prometida”, para mí es menos que eso. Es una maldita imposición que le pusieron a mi vida y de la que quiero librarme. Ignoro la llamada de su padre cuando un pensamiento se me cruza en la cabeza. Vuelvo a ver la foto de la hermosa rubia que tengo entre mis manos y pienso que quizás, ella pueda ayudarme para mis planes futuros, aunque necesito conocer si es tan insoportable como creo que es. Angelo insiste y no tengo más remedio que responder la maldita llamada para que me deje en paz de una vez por todas, porque sé que estará llamando todo el maldito día hasta que yo le responda, porque así de insistente e irritante es. —¿Qué quieres? —soy escueto, porque no me interesa socializar demasiado con él. —¿Así le hablas a tu socio y futuro suegro? —me cuestiona. —Estoy ocupado, ve al grano. —Necesito que vengas a mi casa, hay unos asuntos que tenemos que tratar. —¿Y tú estás mal de una pierna o qué? Puedes venir aquí —replico y escucho su risa del otro lado. —Estoy viejo, Curtis. Eres un hombre educado y con valores, a pesar de nuestras diferencias. Ven aquí y solucionemos esto, que nos conviene a ambos, nos dejará buenas ganancias. No sé qué ganancias, si últimamente no pone una que le dé algo bueno. Sus proyectos de negocio, sus ideas, siguen siendo tan malas como hace una década atrás. Y sí, pudiera evitarlo, darle una excusa barata, pero necesito algo de tiempo para lidiar con su mierda y esta es la mejor manera de aplazar los planes. —Pasaré por allá pronto. Cuelgo la llamada sin esperar su respuesta y le doy una última mirada a la foto que tengo en mi mano. Un cosquilleo extraño se extiende por mi interior el tiempo que demoro en detallar cada parte de ella. «No hay manera que yo pueda contener esto más tiempo». Necesito conocerla. Necesito verla en persona. Admirarla. Seducirla. Hacerla mía. La próxima donación a la fundación, ya no será a través de mis empresas. Mi presencia en la gala benéfica será para ver esos ojos verdes y ese rostro, frente a frente. No importa que tenga que viajar de Italia a New York. No me importa nada. Dejo la foto en mi escritorio, cierro la carpeta y la guardo en el primer cajón de mi escritorio. Salgo de mi oficina poco después, al encuentro del hombre que cree que me manipula como se le viene en gana. Cuando la realidad es que yo siempre voy un paso adelante, aunque él no esté enterado de eso. Tolero a Angelo Di Castro porque vengo cargando con él por culpa de mi padre, pero si por mí fuera, ese incompetente no estaría cerca de mis negocios. De ninguno. Ni siquiera este que tenemos en común y que, si soy sincero, poco me aporta. No sé qué estaba pensando mi padre cuando decidió incluir a la familia Di Castro en sus proyectos de negocio. Puedo entender que en aquel entonces lo moviera la ambición, que su ego necesitara la validación de toda una ciudad a sus pies, pero más bruto no pudo ser. Esa gente no aporta nada importante, ni capital, ni presencia, ni influencia… Nada. Y terminó atándome a mí a alguien que no necesito en mi vida para nada. Ni Angelo, ni su hija. Que son los más beneficiados hoy en día con ese maldito negocio. Franco me mira cuando me subo al auto, la pregunta tácita. —A la residencia de los Di Castro. —El fastidio es notable en mi voz. —Sí, señor Wood. Me acomodo en la parte trasera y cuando el auto se incorpora a la avenida, me enfoco en lo que vamos dejando atrás para intentar minimizar esta irritación que me causa tener que visitar a estos idiotas. Mi tiempo es oro; y me hacen perderlo. Me reclino en el asiento y mi mente viaja inevitablemente a esa rubia de ojos verdes que me causa… intriga. Es la mejor amiga de Vanessa, y por lo que pude comprobar con la investigación, ha sido parte de su vida desde siempre. Leal, amiga fiel y socia de los proyectos filántropos de mi sobrina, de similar estatus económico e influencia en la ciudad de New York. ¿Por qué me causa tanta curiosidad? ¿Por qué, si no la conozco, no logro apartar esa mirada de mi mente? La mirada pícara que transmiten sus fotografías. La sonrisa malvada, el cuerpo de infarto. La elegancia y pulcritud. Es toda una delicia verla y mis manos pican con las ganas de tocar algo que está a miles de kilómetros de distancia. ¿Una nueva obsesión? No lo creo. No suelen ser mujeres. Más bien, negocios, contratos, dinero… Pero lo que vi de ella en esas hojas llenas con su información fue suficiente para saber que, mi próxima donación, la haré yo mismo solo para conocerla. Quizás así deje de idealizar a una desconocida. Llego a la mansión de los Di Castro con mejor humor, aunque no por ellos. De hecho, el medidor baja demasiado cuando me bajo del auto y subo las cortas escaleras que tienen justo en la entrada. La puerta se abre cuando ni siquiera he llamado y el mayordomo, un señor casi tan viejo como el que tengo en mi propia mansión, me da el paso y me avisa que el señor de la casa me espera en su despacho. Camino sin perder el tiempo hasta el lugar donde debo. Generalmente no cuento con mucha paciencia, pero cuando entro a este lugar la tengo menos. Tampoco soporto que me digan qué hacer o que me hagan esperar; esto se siente como una variación de eso que no tolero. La puerta está abierta cuando hago mi aparición y veo a Angelo Di Castro sentado tras su escritorio, fumándose un puro y riendo de algo que dice uno de sus empleados. Su sombra, su hombre de los recados. «Porque está claro que, a estas alturas, necesita uno». —Ah, Curtis, hasta que llegas —exclama cuando me ve entrar y, para fingir que sigue teniendo poder en su propio espacio, ordena algo que ya hice—. Entra, no te quedes ahí afuera. Ya somos casi familia, estás en tu casa. Me contengo de rodar los ojos. «No soy parte de su familia, y no tengo intención de serlo». Su entusiasmo es tan ensayado que me cuesta no mostrar el repudio que me provoca. Hago un gesto con la cabeza y sigo cruzando la habitación sin perder el tiempo. Mi mirada se fija en su escritorio, lleno de papeles desordenados. No me extraña, es un desordenado de primera y no ayuda que su desesperación por recuperarse sea evidente. Sus números están en puros rojos. Me detengo frente a él y, sin mediar palabra, espero a que se digne a darme una razón real para estar aquí. La última vez que tuvimos una reunión, ni siquiera fue para hablar de negocios. Solo me arrastraron a su pantomima de un acuerdo. Ahora quiero saber qué es eso que tanto quiere decirme sobre una inversión. —¿Cómo estás, hijo? Ocupado como siempre, me imagino. No hago gesto alguno. Solo lo miro. La repulsión que siento al escuchar la manera en que me llama la dejo a un lado y le muestro mi impaciencia. —Ya sabes que mi agenda es una bastante ocupada, pero aun así, insistes en que venga aquí. Generalmente no saco nada bueno de estas… visitas. Se le nota lo poco que le gustan mis palabras, pero yo no me retracto. Él mira a su empleado y con un rápido gesto le pide que salga del despacho. Podría sentarme, cruzar mis piernas y ver con diversión qué carajos quiere esta vez, pero no quiero durar un segundo de más en esta casa. El silencio se hace mientras el hombre sale de la habitación y en cuanto la puerta se cierra detrás de él, vuelvo a escuchar la voz ronca y desganada de Angelo Di Castro. —Todo está listo para el acuerdo que firmamos hace años. El matrimonio de Ginevra y tú es la siguiente etapa. Ya sabes que a su 28º cumpleaños, todo se sella. Un pequeño sacrificio para ambos, ¿no? El simple hecho de mencionar el matrimonio me causa un nudo en el estómago. La idea de casarme con Ginevra es tan ridícula que apenas puedo mantener una expresión neutral. «Me pregunto si él realmente cree que voy a aceptar algo tan absurdo». No es solo la mujer, ni la edad que ella cumplirá, ni las formalidades del acuerdo. Es el hecho de que todo esto fue planeado hace años, como si mi futuro no fuera más que un par de piezas en el tablero. Lo que más me irrita es saber que mi padre estuvo de acuerdo con todo esto, quitándome el derecho a decidir mi vida. «O intentándolo». —Es curioso que lo llames sacrificio —murmuro, manteniendo la calma y evaluando cada gesto que hace el viejo ante mí—. Y aún más curioso que me llames por negocios… pero me hables de esto. Angelo se recuesta en su silla, como si todo estuviera resuelto, como si este matrimonio fuera tan sencillo como firmar un contrato. Bueno, no lo será. No soy un hombre que se deja manipular, no lo hará este tipejo que no sabe ni gestionar su propio patrimonio. Me importa una mierda con quién deba casarme, siempre que esa sea mi decisión. En mis planes, ni a corto ni a largo plazo, está hacerlo, en realidad. Mis objetivos solo incluyen, por ahora, reunir a mi familia y recuperar lo que nunca pudimos ser. Me debo a ello. Es mi responsabilidad. Y no voy a estar cargando con una familia de incompetentes y menos, darle el lugar a mi lado a la mujer más insoportable de todas. —No te preocupes, Curtis —añade, con una media sonrisa que ya conozco—. Ginevra es una mujer increíble. Entiende lo que significa el acuerdo, lo que significará ser tu esposa, el peso que tendrá sobre sus hombros. Sería algo así como una primera dama, teniendo en cuenta el poder que tienes aquí en Roma. Levanto una ceja. Nunca antes había sido tan lame botas. «Está claro lo que quieres, viejo. No seas tan obvio». —Lo único que necesitamos ahora es que tú aceptes dar el siguiente paso —continúa. Yo solo lo miro desde arriba, delante de su escritorio y sin inmutarme con lo que dice—. Después, todo será mucho más fácil para todos, ¿verdad? Aceptes. Esa puta palabra me escuece. A mi ego no le gusta para nada que este imbécil se crea con la suficiente autoridad para decirme lo que tengo que hacer. Puede que, cuando mi padre vivía, esto era justamente lo que ambos pretendían que sucediera. Unir a las familias por el matrimonio y tener una asociación con todas las ventajas. Pero mi padre murió y con ello, yo asumí toda la responsabilidad de un gigante conglomerado. No tengo tiempo, ni interés, en una corporación que me quita más de lo que me da. —Sí, claro —respondo, mi voz deliberadamente plana, para que no se note lo mucho que estoy conteniendo mi lengua. No porque le deba nada, sino porque es demasiado temprano para perder saliva y energías con alguien como él—. Todo será más fácil, Angelo. Como todo en la vida. Angelo sonríe como si todo estuviera bajo control, como si de alguna manera estuviera ganando algo. Y, en cierto sentido, lo está haciendo. Este maldito acuerdo lo beneficia, igual que a su hija, y yo... yo soy solo un peón más. Pero solo a sus ojos. No hay nada más fuera de la realidad. —Eso es lo que quería escuchar. Ahora hablemos de negocios. Por favor, siéntate, hazle compañía a este viejo. Lo hago solo porque insistirá hasta irritarme y no estoy para eso. De todas formas me da mucha curiosidad el saber qué se le ocurrió y cómo pretende hacerlo funcionar. Una hora después, estoy lo suficientemente consciente de que Angelo está desesperado por ganar algo y, sobre todo, formalizar el matrimonio, para conseguir la completa fusión. He estado viendo sus estados de cuenta, sus deudas cada vez más grandes, aunque él ignora que yo sé eso. Pero nada se me resiste en la maldita Roma. —Ginevra está en casa. ¿Pasarás a verla? —No lo creo —aseguro, levantándome y acomodando mi chaqueta para largarme—. Tengo trabajo que hacer. —Unos minutos de tu tiempo para atender a tu prometida no harán la diferencia. Lo miro, el punto fulminante en mi mirada es inevitable. —En minutos gano el triple de lo que ganas en meses, Angelo, qué te hace pensar que mi tiempo es tan inútil como el tuyo. Sus dientes chirrían. Puedo escucharlos. Pero me importa una mierda. Segundos después muestra una falsa sonrisa. —Solo era una recomendación, hijo. Sé que Ginevra quiere verte. No ruedo los ojos, pero es lo que quiero hacer. —No todos los caprichos deben ser cumplidos. Me giro para irme y me alejo, sin despedirme o mostrar el respeto que él espera y no se ha ganado. —Nos vemos, Angelo. Para la próxima, recuerda que mi tiempo es invaluable. No me hagas perderlo por gusto. Salgo del despacho y apenas pongo un pie en el pasillo, aparece la mujer que se ha convertido en un dolor de cabeza. —Curtis… qué placer tan delicioso tenerte por aquí —saluda con ese tono seductor que siempre usa y se acomoda las tetas que están por salirse de su vestido ajustado. —Ginevra —saludo y trato de pasar por su lado. Pero su mano se cierra alrededor de mi brazo. Y sus uñas se encajan, las siento aun por encima de la tela de mi chaqueta. —¿Tan pronto te vas? Tengo algo que quiero mostrarte. Me guiña un ojo. Sé perfectamente qué es lo que quiere mostrarme. —Tengo una reunión ahora, voy justo de tiempo. Ginebra chasquea la lengua. —Vamos, Curtis, nos conocemos. Sabes que no necesito mucho tiempo. En cuanto te tengo en mi boca, pasan maravillas. La manera en que lo dice me da risa. Y le muestro el gesto burlón, uno que probablemente ella malinterpreta. Se me acerca, me pega las tetas al torso y cuando menos se lo espera, la tomo del cuello y la empujo contra la pared. No me pego a ella. La suelto cuando la escucho gemir. «Maldita enferma». —¿Quieres este matrimonio, Ginevra? Deberías entender que mis palabras no deben tomarse a la ligera. Saca más pecho, sus manos se vuelven más pegajosas que nunca. —Quiero este matrimonio, quiero tu cama y quiero darte todo lo que esperas de una esposa. Estoy por decirle que nadie ocupará ese lugar, pero en ese instante se escuchan los pasos de Angelo en el despacho y su hija, tomándome desprevenido, me arrastra hasta la habitación que está a sus espaldas. Cierra la puerta detrás de mí y antes de que pueda decir nada, se arrodilla a mis pies. Desde abajo, me hace un gesto de silencio con un dedo, lleva sus manos a mi bragueta y ya sé lo que espera de esta visita. —Soy todo lo que necesitas, Curtis. Yo te daré todo. En el pasillo se escucha la voz de su padre, llamándola por su nombre. Puedo alejarme de ella. Puedo rechazarla. Puedo hacer mil cosas y elijo no hacer ninguna. La verdad es que no me importa cogérmela, aun cuando ella cree que gana algo con esto. Me basta tomar sin dramas lo que me ofrece de gratis. La miro meterse toda mi longitud en la boca sin hacer una sola arcada y cuando el placer me golpea, cierro los ojos y me imagino a alguien más. Alguien que, presiento, me quitará la puta cordura.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Profesor Roberts

read
1.5M
bc

Quiero huir del diablo

read
82.6K
bc

Enamorada de mi CEO

read
13.5K
bc

Mi Sexy Vecino [+18]

read
78.6K
bc

Prisionera Entre tus brazos

read
99.5K
bc

Salvada por el CEO

read
9.4K
bc

La esposa rechazada del ceo

read
211.5K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook