Curtis Wood Me quedo quieto, recostado contra la cabecera de la cama, viendo cómo se pone algo de ropa sin prisa, con ese andar sensual y natural que no necesita provocación para calentarme la sangre. «Qué sexy se ve con una de mis camisetas y ese sobretodo medio transparente que debería estar prohibido». No dice mucho, solo camina por la habitación como si el sexo salvaje que acabamos de tener no hubiera sido suficiente para romperle el alma. Como si no la hubiera hecho gritar. Rogar. Venirse sobre mi boca mientras le agarraba los muslos con fuerza. Y, sin embargo, está ahí. Serena. Divina. Como si no supiera que acaba de joderme la mente entera. Quiero decirle que se quede. Quiero levantarme, empujarla contra la cama otra vez, follármela hasta que olvide su maldita decisión de marc