Angelica White Lo sabía. Sabía que no debía confiarme solo porque este probador esté al final de la tienda, como si la distancia o la cortina de terciopelo verde que lo separa de la sala principal fueran suficiente barrera entre la tentación y yo. El lugar parece diseñado para el placer silencioso, con música instrumental flotando desde los altavoces, sillones mullidos, champán frío… y ahora, Curtis cruzando esa maldita puerta como si el mundo fuera suyo. Suelto un grito ahogado al verlo entrar sin aviso. Mis manos van directo a cubrirme, o al menos intentarlo. Ya no tengo el sujetador, las bragas son diminutas, y él ahí, mirándome como si nada más existiera. —Curtis, ¿qué haces? —le digo entre risas nerviosas, aunque mi cuerpo ya lo reconoce, ya reacciona. Sus ojos me recorren sin