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1229 Words
Cuando me despierto, tardo unos segundos en comprender que Diego ya no está y que ha dejado mi ordenador sobre mi escritorio. Pateo las sábanas, aunque casi me enredo en ellas. Hoy la cafetera funciona perfecta porque ya no se va la luz, pese a que mi madre se sigue quejando de que algún día uno de estos cortes nos va a fastidiar los electrodomésticos. —Pasa todos los años, mamá. Es por las tormentas —le digo, intentando evitar enzarzarme en la misma discusión que tuvieron ayer mis padres. —Y todos los años es un incordio —replica, como si la rutina no fuera suficiente para recordárselo. La cafetera escupe mi café, y me aparto rápidamente para evitar que me salpique. Vivimos en una mala ciudad para alguien como yo, a quien le dan miedo las tormentas que persisten casi todo el invierno. Sin embargo, me gusta vivir aquí; hay algo en las calles conocidas, el olor a tierra mojada, y la sensación de que la vida, a pesar de todo, sigue su curso. —¿Papá se ha ido ya? —pregunto, intentando cambiar de tema. —Hace un rato. Sabes que si no se va pronto le pilla atasco en la autopista —mi madre mira por la ventana de la cocina, con una taza de café humeante entre las manos—. Sigue chispeando. ¿Por qué no le pides a Diego que te acerque al instituto? Podría, sé que sigue en su habitación porque mientras me vestía he oído ruido. —Sí, claro... —respondo. Ayer por la noche, todo fue tan… natural. Esa cercanía que tuvimos me tiene con la mente revuelta. —Y quiero empezar este fin de semana a buscar el vestido de tu graduación. —Su voz tiene un tono tan entusiasta que me estremezco. El dichoso vestido. Mi madre es una tiquismiquis para vestirse —o para vestirme—. Tengo recuerdos de cuando de pequeña tenía que conjuntarme los calcetines con el color de mi goma del pelo. Además, ir ahora a probarme vestidos y pensar en conjuntar zapatos con gomas de pelo parece demasiado normal. Parece incorrecto. Pero es mi graduación, y está a la vuelta de la esquina, y me doy cuenta de que mi vida no ha frenado por todo lo que ha pasado. —Vale, guay. Voy a buscar a Diego para que me lleve. Está sentado en el borde de su cama atándose las zapatillas. Todo impoluto. La alianza de su abuela, de Lotte, descansa sobre la cómoda. —¿Qué quieres? —Y ahí está el Diego ágrio. —Mi madre dice que podrías llevarme a clase. Se encoge de hombros, lazando los cordones de su zapatilla izquierda. Después agarra las llaves de su coche que tintinean mientras le sigo escaleras abajo. No es hasta que hemos girado en la esquina de la calle que me atrevo a abrir la boca. ¿Pero qué le pasa? —¿Puedo saber qué te pasa? —Nada —por como responde, no diría que "nada". —Yo diría que "algo". Anoche estabas mucho mejor. —Anoche me quedé porque me lo pediste, que no se te olvide. Abro la boca sorprendida por su forma de volver a hablarme. Estábamos teniendo días buenos para tratarse de nosotros. ¿A qué diablos viene esta actitud? —Bueno, que no se te olvide que tampoco es que estuvieras en negación a quedarte conmigo. —Ya, es que resulta que puedes ser de lo más pesada cuando te pones insistente. Sacudo la cabeza, y las manos, y todo. —¿Pero se puede saber cuál es tu puto problema? No hay quien te entienda —replico y me cruzo de brazos. Los nudillos le cambian de color mientras aprieta el volante girando cada vez más deprisa para soltarme cuanto antes. Estoy por decirle que me deje aquí, aunque tenga que caminar diez minutos hasta el insituto, pero mi cabezonería no me permite abrir la boca. Me bajo de su coche dando un portazo, y ojalá le tumbe el coche. Ya me ha fastidiado todo el día el muy... Durante la semana nos estamos evitando, o él me evita porque cuando lo busco para exigirle algún tipo de explicación, no está por ninguna parte. "Estudiando en la biblioteca" me dice mi madre cuándo le pregunto el lunes por la tarde. "Ha salido a cenar con amigos, creo" me dice el martes. "Le ha llamado el notario para que se pasara por su despacho" el miércoles me lo responde mi padre, porque mi madre se ha ido con Diego. El jueves y el viernes simplemente se encogen de hombros cuando les pregunto y yo no quiero mandarle un mensaje. Finalmente, el sábado por la mañana sé que está en casa porque escucho ruido en su habitación. —¡Maggie! ¿Quieres bajar? ¡Se nos va a hacer tarde y el parking del centro comerical se vuelve imposible! —chilla mi madre por toda la casa. ¿Tarde para qué? ¿Para ver y probarme vestidos todo el día? ¡Yupi! —¡Ya voy! Pasarme el sábado probándome vestidos no es el mejor plan, sobre todo cuando Vera y Patty hablan por nuestro chat sobre una fiesta esta noche. Paso por un vestido azul, otro morado y uno anaranjado con el parezco un cono de tráfico. Decido que no voy a dejar que esto me afecte más. A pesar de que los vestidos son bonitos, no hay manera de que me sienta bien con ellos. Las largas horas en el espejo solo me generan ansiedad. Si Diego estuviera aquí, tal vez todo sería más fácil. O tal vez no. Mi mente sigue divagando mientras me pruebo un vestido blanco que apenas me llega a las rodillas. No me gusta. —¡Maggie! ¡Necesito que salgas y me digas cuál te gusta! —grita mi madre desde detrás de la cortina del probador, pero solo consigo darme cuenta de que este juego de probármelo todo no es lo mío. —¡Ninguno! ¿No podemos hacer esto otro día? La escucho resoplar, aunque ya debería saber que cuando me pongo en este plan nada me va a gustar. Me duelen los pies de probarme tacones y estoy harta de subir y bajar cremalleras de vestidos a cada cual me queda peor. Finalmente, mi madre acepta que hoy no es mi día. Son las siete de la tarde cuando cogemos el coche para volver a casa. —¿Te pasa algo? Llevas una semana bastante al cuello. ¿Te va a bajar el periodo? —Dios, no, mamá. Será por el instituto, que me da pena que se termine. —¿Ya sabes qué estudiarás? Sé que no hemos hablado mucho de tus estudios últimamente. Será porque no me gusta hacerlo. No tengo claro qué quiero ser, qué quiero hacer. —No lo sé. —Ya deberías saberlo. —Lo sé. —¿Una ingeniería como Diego? Podéis ser compis de faculdad, y seguro que no le molesta ayudarte. Tengo que reírme porque seguro que sí que le molesta. —Ya veré —musito, apoyando la cabeza en la ventanilla y cerrando la conversación. Para cuando llegamos a casa mi padre está trabajando —como casi siempre ya—, y Diego no está —para variar—.
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