13

1332 Words
Un rato más tarde seguimos en el sofá como si esto fuera lo normal en nosotros: estar acurrucados con la manta echada por encima. He vuelto a ser consciente de la tormenta en cuanto la luz se ha ido y nadie se ha molestado en ir y subir los plomos. Los relámpagos que iluminan la habitación de vez en cuando se encargan de darnos toda la luz que necesitamos. Arrastro la mejilla por su hombro. Está mirando al techo, con un brazo flexionado debajo de la cabeza y el otro echado sobre mi cintura. Ojalá supiera en qué piensa tanto, pero temo que si le pregunto se cierre en banda. —¿Vas a volver a ir a tu casa? —No sé por qué he pensado que preguntando eso iba a ser diferente. Se revuelve y me empuja para que me levante. —Deberíamos subir antes de que a tu padre se le ocurra bajar otra vez. Y ahí está, cerrándose en banda. Con un resoplido me empujo de su pecho y recojo mi ropa del suelo y algunos cojines que hay tirados. Siempre es lo mismo con él. Ya casi ni recuerdo la última vez que pudimos tener una conversación larga y tendida sobre temas serios. Me sigue por detrás escaleras arriba, dudo siquiera de que vaya a despedirse. Por lo menos no me ha hablado mal ni ha sido un gilipollas. —Intenta descansar. —Ya... Buenas noches. La lámparita en mi mesilla de noche no se enciende, deberíamos haber subido los plomos. Me hundo bajo las sábanas hasta que cuando cesa un poco la tormenta soy capaz de dormir. --- El domingo pasa sin pena ni gloria. Sigue lloviendo a mares, Diego se ha ido antes de que me despertara, mi padre ha intentado ocultar que ha dormido en el sofá, y mi madre está enfrascada en papeles de la compañía de la luz. —¡Dos veces se ha ido la luz en toda la mañana! ¡Jesús! ¿Es que no pagamos para evitar eso? —Se ha ido la luz en toda la calle —replica mi padre—. Es lo que pasa todos los años cuando vienen estas tormentas. Yo ya dije en su día que lo mejor sería mudarnos de ciudad. Mi madre lo mira y lo señala con un montón de papeles. —Mira, no me digas lo que me dijiste porque sea lo que sea no pasó, estamos aquí y se nos ha ido la luz. —No pasó por que no quisite. Me levanto de la silla en silencio, retrocediendo hasta que salgo de la cocina. Como Diego no está, hoy su discusión se escucha más alta. Mi padre no para de reprocharle que perdió una oportunidad de trabajo por no mudarnos hace cosa de muchísimos años, y mi madre le reprocha que se lo siga echando en cara cuando ambos decidieron quedarse. Hablo con Patty y Vera, con los auriculares puestos y la música a todo volumen para que mis padres no me escuchen hablar de mis escarceos nocturnos con Diego, ni los gritos de mis amigas cada vez que cuento más cosas. Como que mi padre casi nos pillara anoche. —¡QUE! —chillan. Me río cuando parlotean a la vez. Entonces mi puerta empieza a abrirse. Diego me mira con el ceño fruncido y me arranco los auriculares. —¿Es que estás sorda? —Estaba hablando. —¿Con la música a todo trapo y los cascos puestos? Bajo un poco la música y desenchufo los cascos. —Hola Diego —canturrean Vera y Patty a través de la línea, se las escucha perfectamente reírse. —Hablamos luego, chicas —digo y cuelgo. Devuelvo mis ojos a Diego, todavía acostumbrándome a su presencia familiar ahí parada como si nada—. ¿Y tú quieres...? —Estudiar, pero la mierda de música que escuchas no me deja concentrarme. Señalo mi pequeño altavoz sobre mi escritorio. Lo tengo lleno de cosas y yo también debería ponerme a hacer algo, como encontrar qué quiero estudiar en la universidad. —Te dejo que pongas tu música de rap si quieres estudiar aquí. Yo debería hacer lo mismo un rato. Cinco minutos después estamos los dos encerrados en mi habitación, él sentado en mi escritorio y yo tirada en mi cama, mientras de fondo suena una canción que se me hace eternamente repetitiva y que solo dice groserías. —¿Qué estudias? —curioseo. He intentado releer por decimo cuarta vez los programas estudiantiles y las miles de opciones de miles de cosas que puedo estudiar. —Cosas. Resbalo de la cama. Me acerco lentamente a Diego, dejando que mis pies arrastren un poco por la tarima de la habitación. La música sigue sonando, una repetición interminable de ritmos demasiado "tun tun tun". Lo veo concentrado en sus apuntes. Diego siempre ha sido mejor estudiante que yo, con su letra fea y sus subrayadores amarillos fosforitos. Suspiro, deslizo mis dedos por el respaldo de la silla, rozándole la espalda. Me muerdo el labio, dudando un momento, hasta que dejo de pensarlo y, sin decir nada, me siento en su regazo. Noto lo tenso que se pone un segundo antes de de que, sin decir nada tampoco, apoye su cabeza en mi hombro y su mano descanse en mi muslo. Siento un escalofrío recorrerme al darme cuenta de lo natural que se siente estar así. Que no me encuentro rara teniendo esta cercanía con él. Podría pasarme la noche entera sentada en su regazo, pero los números de sus cuadernos y las miles de letras empiezan a aburrirme. Hemos apagado la música y el silencio es demasiado cómodo. —Te estás quedando dormida —murmura Diego, y su voz es un susurro cálido que me arrastra de mis pensamientos. No quiero moverme. No quiero que esto termine. —Puede... —Me estiro,tengo el culo entumecido de la posición y seguro que le he dormido la pierna—. ¿Te queda mucho que estudiar? La única mano que usa para pasar apuntes, cierra su cuaderno; la otra mano sigue acariciándome la pierna. —Seguiré en mi habitación. De repente, la idea de quedarme sola, sin él, me parece una locura. —Yo lo decía porque podríamos ver una película. —Levanto de su regazo y rebusco mi ordenador entre las sábanas revueltas de mi cama y los apuntes míos—. Tengo algunas apps de streaming. —Maggie... Diego ya está de pie, a punto de quejarse. —Porfiiii. Solo un rato, hasta que me duerma. Ni siquiera pienso en mis padres, en que podrían entrar y vernos. Sólo quiero descansar con Diego, y que me rodee con sus brazos como la otra noche. Le pongo mi mejor cara del Gato con Botas. —Está bien, un rato. Pero no me pongas una cursilada de las tuyas. Apilo mis papeles y los folletos de las universidades, y dejo el ordenador sobre las sábanas con una película de suspense cargando. Diego se tumba detrás de mi, recostado contra mi cabecero de brazos cruzados. Me medio conformo con ello mientras me hago un hueco entre mis almohadas y la película corre sola. Cada vez que me muevo, lo noto tensarse ligeramente, pero no se aleja. Al contrario, parece más presente que nunca. No puedo evitar esbozar una sonrisa al sentir que su brazo roza el mío, casi accidentalmente. Empiezo a quedarme dormida a mitad de proyección. Cierro los ojos, y con un poco de morro me doy la vuelta bajo las sábanas y me espatarro contra su cuerpo. Puedo notar como se tensa, y como resbala por el cabecero para que mi cabeza termine contra su pecho. —Maggie —susurra, y me muerdo la lengua para que parezca que estoy dormida—. Joder... Sea lo que sea que le pasa por la cabeza, no le detiene de envolverme con sus brazos y quedarse hasta que me duermo de verdad.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD