26

1195 Words
MAGGIE La idea de ducharnos juntos parecía simple y rápida, y no ha sido ni simple ni mucho menos rápida. He echado a Diego del baño hace un rato, para no levantar sospechas, y ahora, mientras me seco el pelo con una toalla, vuelve a llamar a la puerta con los nudillos. —¿Qué pasa? —dudo. Se ha vestido, con unos pantalones de chándal grises y una sudadera negra. El pelo todavía le gotea un poco y está guapísimo. Yo sigo enrollada en una toalla blanca que a penas me cubre. Me doy cuenta de que ya no parece tan alegre a como lo estaba en el jardín o en la ducha mientras me susurraba guarradas. Los ojos le oscilan por mi cuerpo, abriendo la boca un par de veces sin decir nada. —¿Diego? —insisto, acercando mi mano a su barbilla le obligo a mirarme— ¿Estás bien? Relamiéndose los labios, asiente. Sacude un poco la cabeza y se revuelve. —¿Me acompañas a mi casa? Quiero ver... ir, no sé, a ver cómo están las cosas. Vaya. Estas cosas las ha hecho con mi madre, a mi ni siquiera me ha contado nada sobre sus idas y venidas al notario o las cartas de las facturas que sé que le han llegado. Y entiendo que sea con mi madre con quién haga estas cosas, ella es adulta, sabe de esto, y siempre he estado segura de que ella conocía mejor a Diego que cualquiera. —Vale... Vale, sí. Deja que me vista. La idea de volver a pisar su casa me tiene un poco en vilo mientras encuentro qué ponerme. Al final me decanto por unos simples vaqueros y un jersey cualquiera que encuentro colgado de una percha. Salto en mis zapatillas antes de abrir la puerta y encontrar a Diego en la cocina con mi madre. Los dos me miran y ella le acaricia el brazo. Diego se acerca y me hace una sutil señal, aunque después me coge de la mano y eso no es para nada sutil. —No tengáis prisa, el tiempo que necesitéis —dice mi madre. Sé que no habla por mi, pero asiento igualmente y me despido con un rápido gesto. Admito que ella es mucho más valiente que yo, porque no hemos llegado a la casa y ya me sudan las manos. La casa de Lotte guarda tantos recuerdos... y el último que tengo es del funeral, algo bastante tétrico que ojalá pudiera olvidar. El camino hasta la casa de Lotte se siente como si estuviera dividido en dos: en una parte, el eco de las risas y los momentos felices que pasé allí, y en la otra, un vacío helado que siempre se queda detrás de las pérdidas. Diego no dice mucho mientras conduce. Su mano se ha aferrado a la mía, firme, como si temiera quedarse solo en esto. Y lo único que puedo hacer para consolar eso es apretar su mano con la misma fuerza. La casa aparece al doblar la esquina, igual que siempre, aunque el jardín parece más descuidado. Las macetas que Lotte cuidaba con esmero ahora son solo barro seco y hojas marchitas. Diego se saca el manojo de llaves del bolsillo y respira hondo. El olor me golpea primero: a madera, polvo, y a todo esos aromas hogareños que me faltan. Todo está exactamente igual que como lo recuerdo, pero al mismo tiempo, todo es diferente. Diego suelta mi mano, se adentra en la sala de estar, y yo me quedo parada en la entrada, sin saber si seguirle o quedarme allí, intentando procesar todo. Un manto de polvo ocupa todo, lo hace más viejo. Supongo que mi madre tampoco se ha atrevido a venir ella sola a limpiar como dijo que haría. Veo el sofá individual donde Lotte solía sentarse siempre y mecerse con una suave manta echada sobre las piernas. La mesita con las marcas de vasos que nunca se molestó en limpiar. El reloj de pared que ya no funciona. —¿Quieres que limpiemos un poco? —cuando no me responde yo misma decido que limpiar será lo mejor—. Sí, vamos a quitar el polvo y esas cosas. Ahora vengo. Encuentro fácilmente las cosas de limpieza. Al volver al salón veo que él está paseando por las fotos de las estanterías. —Diego... podemos irnos cuando quieras. —Quiero pasar aquí la noche —suelta tan deprisa que no sé si va enserio—. Será más fácil si lo intento contigo. Vine aquí una vez, a ver si podía dormir estando solo y terminé en casa de Nate puestísimo de porros. Sólo esta noche, te lo prometo. Esta debe de ser la primera vez que Diego me necesita realmente para algo. Algo importante. Y aunque me dé vértigo pasar aquí la noche, me veo asintiendo. No es fácil ver a Diego vulnerable, y menos aún darme cuenta de que, esta vez, yo soy su red de seguridad. El pensamiento me reconforta y me asusta al mismo tiempo. —De acuerdo... Lo que quieras hacer está bien. ¿Sabe mi madre que vamos a quedarnos? —Sí. —¿Qué le has dicho? Me mira despreocupado y se encoge de hombros. —Que vamos a estar aquí, no me ha preguntado mucho. —Pasa un dedo por la estantería y se lleva el polvo por delante. En completo silencio se encamina a las escaleras. Lo sigo en silencio mientras sube las escaleras. Cada paso hace crujir la madera, como si la casa misma estuviera despertando tras un largo sueño. La puerta de su habitación está entreabierta y, al cruzar el umbral, me encuentro con un espacio que parece congelado en el tiempo. Su cama, perfectamente hecha, contrasta con el desorden habitual que siempre tenía por aquí. Nada de calcetines por el suelo, nada de papeles desordenados, y ya ni siquiera huele a él. La casa es pequeña y acogedora, o por lo menos lo era antes. Diego se vino aquí a vivir tras el accidente con sus padres. No quiero preguntar nada ahora mientras parece asimilar el ambiente. Es extraño cómo el silencio puede ser tan ensordecedor. Sale de su cuarto y lo sigo hasta la otra habitación. La puerta está entreabierta, y el aroma familiar de madera vieja y lavanda se escapa por el hueco. Es el cuarto de Lotte. Diego coloca una mano en el marco, dudando por un instante, antes de empujar la puerta con suavidad. La habitación está casi intacta. La cama perfectamente hecha, con la colcha de flores que siempre usaba. Una pila de libros descansa sobre la mesita de noche, y el marco con una foto de él y Lotte sigue en su lugar, inclinado hacia un lado como siempre. Es como si el tiempo se hubiera congelado aquí, como si esta habitación no supiera que Lotte ya no está. Diego avanza lentamente, dejando que sus dedos rocen la cómoda, las esquinas del espejo, los detalles que parecen gritar su nombre. Yo me quedo en la entrada, dándole su espacio. No quiero interrumpir este momento, pero tampoco quiero dejarle solo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD