—¿Brianna? —indago.
Se pasa las manos por el pelo levantándose del sofá.
—No tiene importancia —dice extendiéndome la mano—. Vamos.
—¿Y si no tiene importancia por qué te llama a las tantas de la madrugada un viernes? —señalo de vuelta al sofá viendo que si por él fuera dejaría correr el tema—. Planta tu culo aquí y dame una explicación.
—Te estoy diciendo que no es nadie.
—¿Sabes que mi mejor amiga y tu amigo están liados? Tipo muuuy liados. O lo suficiente como para que yo sepa que te has estado viendo con una chica. ¿Te vas a sentar y me lo vas a explicar o me pillo un taxi a casa?
Sopesa las opciones y finalmente se deja caer en el sofá. Es evidente que algo dentro de él ha cambiado demasiado si está dejando que yo le reclame cosas sin que me discuta de vuelta.
—No es nadie. Me la presentó una amiga hace cosa de meses y teníamos rollos tontos de vez en cuando —se rasca la nuca, parece avergonzado de estarme contando esto—. La he estado viendo estas semanas pero no hemos hecho nada.
—¿Nada?
Gruñe.
—Nos hemos liado —admite en voz baja—. Pero sólo eso. He estado viéndola por el campus y eso... sin más. ¿Qué quieres que te diga? Brianna no es un gran descubrimiento.
Ladeo la cabeza y lo miro con recelo.
—¿Es la chica que tenías encima en la fiesta? —Estoy segura de que sí, que agite la cabeza con pesar es sólo una doble confirmación—. ¿Vive en la residencia del campus? Por eso tu coche estaba ahí aparcado.
—¿Y eso qué tiene que ver?
En realidad, nada. Sólo me hace darme cuenta de que ha debido pasar tiempo con ella, más del que quería imaginarme. A ver, que no tenemos nada serio, ni lo hemos tenido en el pasado, así que técnicamente puede hacerse a su antojo. Sé que Diego no es ningún santo, muchos menos en el sexo o en lo que a estar con chicas se refiere.
—Nada, curiosidad.
—Se parece a ti —masculla entonces, tan acelerado y frotándose la cara que casi ni lo entiendo—. Físicamente, digo. Por eso me fijé en ella.
Wow. Eso me ha cogido desprevenida. ¿Porque se parece a mi? Es casi una confesión adorable de no ser porque los celos me carcomen por dentro. Hasta podría reírme por lo avergonzado que se le nota estar. Hace tiempo que no veo a Diego demostrando tantas emociones juntas, siendo humano, siendo un joven.
—¿Te gusta?
—¡Qué me va a gustar! —suelta, respondiendo a algo que le parece una locura—. Está bien para pasar el rato y ya, pero...
Se me levantan las cejas. ¿Pero qué?
—¿Pero? —indago.
—Pero no eres tú —dice resoplando, y se vuelve a levantar del sofá—. ¿Podemos ir a la cama ya? Mañana te responderé a más cosas.
El problema es que no sé si mañana las cosas serán como lo están siendo en este momento. Pasar la noche puede hacerlo recular, y nos despertaremos y será el c*****o de siempre, y se burlará de sus confesiones nocturnas.
Sin embargo me levanto, y Diego parece esperar a que camine delante de él los pocos pasos que son, o bien para tener un ojo en que no salgo corriendo, o para tocarme la cintura y guiarme. El cuarto es pequeño, y la pila de papeles que hay sobre el escritorio y parte del suelo lo hacen ver aún más angustioso.
Cada vez que pasa un coche por la carretera, los faros alumbran el cuarto, y se escucha a esos motoristas que había en el parking reírse y chocar sus botellas de a saber qué.
—Toma, ponte esto.
Se ha quitado ya parte de la ropa, y me ofrece su camiseta. Entre mis dedos, la tela negra se siente acogedora y huele como esa otra camiseta suya que aún tengo. Me quito la ropa, y sobre la interior me echo su prenda. Desaparece un segundo y lo escucho trastear, cuando vuelve, tiene el torso desnudo y unos pantalones del pijama a rayas cuadros negros y grises. Puedo notar como no deja de mirarme en la oscuridad mientras nos hundimos en la cama.
Esta es la primera vez que dormimos "en serio" juntos. Y no sé si tiene un lado preferido, si duerme con una o dos almohadas, si le gusta dormir tapado hasta la frente o si saca un pie fuera de la sábana a pesar del terror a que un monstruo inexistente se lo corte. Lo que me recuerda que por mucho que crea conocerlo, nunca lo he hecho —ni lo haré— del todo.
—¿Y si viene Nate?
—Ya le he dicho que no pase por aquí esta noche, se las apañará. Y las sábanas estás limpias, ha tenido la decencia de cambiarlas esta mañana.
Me pongo de costado, cara a cara con él. De repente me doy cuenta de que estoy más despierta que nunca, que no quiero cerrar los ojos por miedo a que, cuando los abra, todo esto se desvanezca. En la penumbra, su mano se apoya en mi mejilla y veo cómo sus ojos recorren mi rostro, como si intentara memorizar cada detalle. No digo nada porque el silencio es perfecto. Dejo que su mano me envuelva, que su otro brazo me haga me almohada, y que su cuerpo me acoja.
—Yo también te he echado de menos —susurra contra mi pelo.
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Por la mañana me despierta el sonido insistente de una discusión fuera y el runrun de los coches que pasan a toda velocidad por la carretera. Diego está tumbado encima de mí, atrapándome con su peso contra el colchón. Estoy boca arriba y él boca abajo, con la cabeza sobre mi pecho, con uno de sus brazos alrededor de mi cintura y el otro extendido en el espacio que tiene al lado. Me sofoca un poco, y aunque no me movería, necesito ir al baño.
Consigo resbalar de la cama sin despertarlo, y pese a que la tarima cruje y la cisterna suena demasiado, él sigue dormido cuando algo más aseada me arrastro en calcetines hasta la cocina para ver si Nate tiene aunque sea un poco de café. Entre latas envasadas, tarros con especias y un par de paquetes de tabaco, encuentro un par de cápsulas para la máquina.
Estoy medio enterada de la discusión de los vecinos cuando la puerta se abre y Nate y yo nos miramos bastante entendidos. Trae una sonrisa algo patosa, huele a haber fumado cosas.
—Buenos días —conturrea, y encesta las llaves en un cenicero de cristal que hay junto al televisor—. Asumo que las cosas fueron bien, ¿no?
—Algo así —digo en voz baja—. ¿Quieres un café?
—¿Es que tengo de eso? —La cara se le ilumina cuando le enseño las pocas cápsulas que he encontrado—. j***r sí, uno me vendría de la hostia. ¿Y ese c*****o?
Metiendo otro café en la máquina apunto a la habitación.
—Durmiendo.
No se molesta en quitarse la chaqueta de cuero ni los rastros del pintalabios rosado que Vera llevaba anoche restregados por el cuello y parte de los labios. Se desploma en uno de los taburetes de la pequeña isla y ese piercing en la ceja le destella.
Le pongo una taza de café delante y me quedo de pie al otro lado de la isla. Al rato, cuando Nate parece asentarse con el café, gruñe.
—¿De qué discuten hoy los vecinos? Esa tía está loca, casi me abre la cabeza tirándole el ordenador por la ventana al otro tío.
—Algo de que él le ha estampado el coche contra una farola —digo por lo que he oído—. ¿Mala resaca?
Se ríe y empieza a toser.
—Como la mierda.
Me saca una risa que se apacigua un poco cuando la tarima vuelve a crujir y Diego sale desperezándose de la habitación. Descamisado y con el pelo revuelto, me siento mucho mejor cuando me doy cuenta de como se le suaviza el gesto al verme.
—Buenos días, Romeo —por un segundo creo que Diego va a darle un guantazo por bromear tan temprano, o por bromear sobre nuestra situación.
Se limita a gruñir y a deslizarse hasta la pequeña cocina. Me pasa por detrás y su mano se desliza con suavidad por mi espalda, casi parece que está asegurándose de que estoy aquí. A mi también me viene bien saber que todo lo que hablamos parece haber servido de algo.
—¿Te llevo a casa en un rato? —me dice.
Esperaba pasar más tiempo con él y hablar de más cosas, por lo menos hasta hacerme a la idea de lo que sea que va a pasar con nosotros a partir de ahora; pero debería volver a casa, pegarme una ducha y organizar el resto de mi vida.
—Vale —accedo—. ¿Quieres un café?
—¿Pero aquí hay de eso?
—Ni yo lo sabía —murmura Nate bajando del taburete—. Me voy a pegar un lavado, ¿tenéis que entrar al baño? Voy a afeitarme.
Cuando Nate se encierra en el baño y la cafetera escupe otro café, me animo a dar media vuelta y encarar a Diego. Lo que hablamos anoche parece sacado de otra realidad.
—¿Te estás quedando aquí? —apunto a su maleta abierta y deshecha en un rincón del salón, y el inconfundible olor a su colonia impregnado por todas partes.
—Una temporada —dice, el café casi le salpica así que deja la taza sobre la isla y se encorva—. Hasta que tenga huevos a volver a mi casa.
—O... podrías volver a la mía. Aquí solo hay un cuarto que será de Nate, y por lo poco que me he sentado en ese sofá sé lo incómodo que es. —No sé qué puedo decirle que lo convenza. Le apoyo una mano en la espalda desnuda, sus músculos son como braile bajo mis dedos—. Porfi.
—¿Porfi? —resopla, repitiendo mi súplica con una media sonrisa, sin apartar la vista del café.
—Sí, porfi —insisto, ahora más cerca de él, mis dedos presionando suavemente su espalda. Él cierra los ojos un instante, como si estuviera concentrado en esa sensación, en ese pequeño punto de contacto entre nosotros. Finalmente, se endereza, suspira y me mira—. Total, ya pasas un montón de tiempo fuera, si quieres sólo ve a dormir. Pero porfi, vuelve.
El pecho le tiembla cuando suspira. Le da un par de tragos a su taza y tira el resto del café por el fregadero dejando la taza boca abajo. Por un momento, parece a punto de decirme que sí. Luego, con su estilo típico, se echa el pelo hacia atrás y se encoge de hombros.
—Ve a vestirte, anda —dice al final, quitándole peso a su propia respuesta.
Recojo mi ropa del suelo de la habitación. Me pongo los vaqueros y la camiseta que llevaba anoche, y salgo con la camiseta de Diego para tirarla en el montón de ropa revuelto de su maleta. No ha recogido nada, pero se está colocando una sudadera.
—¿No...? —empizo, justo cuando Nate sale del baño semidesnudo envuelto con una toalla. Las palabras se me frenan.
Nate tiene el pecho completamente tatuado, y un muy buen cuerpo. Fibroso, marcado... Escucho a Diego gruñir y meterme prisa para irnos.
—No sabía si os iba a pillar follando o discutiendo —suelta Nate—. Oye, Maggie, ¿te importa decirle a Vera que ya estoy en casa? Se me ha quedado el teléfono en el coche
—No... umm... Claro.
—Hazlo por el camino, vamos —me insta Diego, y cuando salimos farfulla—. j***r, casi se te cae la baba.
¿Esos son celos? Diego no parece la clase de chico que siente celos. Conozco a un par de chicas con las que ha estado y sé que siempre le han dado igual.
—Relájate. Tú eres el que anoche tenía a una tia encima en la fiesta.
Sacude la cabeza,como si el hecho de recordárselo le amargara. A mi me amargó la noche, y ahora que lo recuerdo un poco la mañana también.