Capítulo 2: "Duelos".

2478 Words
Esa noche, Isabel tuvo pesadillas. Recordó la información que le había dejado Damián Bustamante, el disparo que había recibido su padre y la tortura que habían ejercido sobre ella en Culturam. Golpes. Maltrato. Sangre. Dolor físico y emocional. Se levantó llorando y se dirigió a la cocina. Tomó agua con desesperación. Sentía que las piernas le temblaban a causa de la angustia que sentía. —Papá, Sammy ¡Los extraño tanto! —sollozó. Papi. Papi. Murió frente a mis narices. Papi. Sintió el impulso de fumar un cigarrillo, pero descartó la posibilidad de comprarlos. Había dejado de fumar desde el asesinato de Benjamín Medina. A él nunca le habían gustado sus malos hábitos. La tristeza estaba consumiéndola. Sintió la necesidad de tomar un poco de aire. Salió al porche de su hogar. Hacía frío, por lo tanto, tomó un abrigo y se sentó en la entrada de su vivienda, en pijamas. Apoyó la cabeza sobre la pared helada. Respiró profundamente varias veces, mientras intentaba calmarse. Recordó aquella noche que, luego de soñar con Sam, se cruzó con él en la vereda durante la madrugada. Se sentía devastada al saber que él ahora no vendría. No vendría a por ella ¿Lo encontraría? Dejó escapar lágrimas amargas. Su papá se había ido y ella no dejaba de recrear su asesinato una y otra vez en su cabeza. Su cuerpo aún no había sanado al cien por ciento. Su corazón extrañaba a Benjamín y a su primo con cada una de sus células. Sam. Isabel pensó en la llamada que le hizo Salomé, contándole que, en lugar de ir a Culturam, debían empezar buscando información en la vivienda de Horacio Aguilar. —Castellán no me dio ninguna información útil —había protestado la señorita Hiedra—, pero no importa. Iremos mañana a la casa de Aguilar. Si no hallamos nada allí, marcharemos a Culturam. Pero no nos daremos por vencidas. Y no lo harían. —Te encontraré, mi amor —murmuró para sí misma, e imaginó que su amado la envolvía en sus atléticos brazos. Unas horas más tarde, Salomé e Isabel se reunieron para ir hasta la vivienda de Horacio. —¿No sería mejor que fueran de noche? —Juan Cruz se veía sumamente preocupado—. ¿Y si algún policía las ve? —No, es sólo una casa —la joven Hiedra negó con la cabeza—. No pasa nada con que vayamos de día. —Debe estar custodiada. —Ya lo imaginábamos —intervino Isabel—, pero no te preocupes, hermanito. Estaremos bien. —Micaela y yo vivimos con el corazón en la boca por su culpa —revoleó los ojos. —Estaremos bien, hermanito —Isabel le dio unas palmaditas en el hombro—. Estaremos bien —repitió por tercera vez. Sin embargo, comprendía la paranoia de su hermano. Tenía miedo de perderla a ella también. Papá. Papá. Sangre. Dolor. Melancolía. La tristeza punzaba en su interior. Sin embargo, el deseo de buscar a Sam la motivaba para levantarse de la cama. —Chicas, anden con cuidado —intervino la viuda de Damián Bustamante. Se veía resignada: estaba acostumbrada a que Isabel siempre hiciera lo que deseaba. Se despidieron del joven Medina, de la pequeña Hiedra y de Soledad, y fueron hasta la casa de Horacio Aguilar. Mientras caminaban hasta allí, Salomé inició una conversación. —Aún no me acostumbro del todo a nuestra amistad. Recuerdo que estaba súper celosa de tu relación con Samuel. Anhelaba tanto que me mirara de la misma forma que a vos… que lo besé frente a todos en el local —sacudió la cabeza, arrugando la nariz ante el recuerdo—. Pasaron sólo un par de meses, pero parece que hubiera sido una eternidad. ¿Seguiría enamorada de Sam? La señorita Medina no se atrevió a preguntárselo. En cambio, replicó: —Es cierto… pero teníamos más cosas en común de lo que pensábamos… —Isabel se sintió melancólica al recordar aquellos tiempos—. Una vez más, te pido perdón por haberte jalado del cabello cuando te encontré con mi hermano. Ahora que te conozco, sé que te contuviste para no desmayarme de un golpe. —Ya —le dio unas palmaditas en el hombro—. Yo hubiera reaccionado igual si viera a alguien besándose con Micaela. —Mica no ha cumplido los diez años siquiera, falta mucho tiempo para que eso ocurra. —Pero en algún momento, sucederá. Soy demasiado sobreprotectora con ella ¡No permitiré que nadie le ponga las manos encima! —Tampoco podés prohibirle que viva una adolescencia normal. Lo que podés hacer es investigar a su pretendiente. —Es buena idea. Supongo que me ayudarás. —Claro… aunque sería invadir la privacidad de tu hermana. Te controlaré para que no te excedas. Continuaron dialogando un rato más, hasta que Isabel tocó un tema sensible para Salomé: —¿Le contaste a Magdalena que estamos buscando a Sam? Negó con la cabeza. —Necesito estabilidad en mi vida, necesito paz. Si le contara lo que estoy haciendo ¿Cómo creés que reaccionaría? —Se pondría celosa —conjeturó Isabel. —O peor: quizás me abandonaría. Mi hermana y yo por fin somos libres, y sin embargo… siento que el peso de todo lo que nos ha ocurrido empezó a caernos encima ¿Me entendés? No sería capaz de arriesgarme a perder a Magda. —Comprendo. Cuando estabas siendo explotada por Culturam, sólo pensabas en escapar de esa situación, y ahora que lo hiciste, te sentís triste. Los cambios siempre conllevan sacrificios… Lo que nunca hubiésemos imaginado, es que eso le hubiera costado la vida de su padre, la de Luis y la desaparición de Samuel. Salomé se encogió de hombros, seguramente había pensado lo mismo. —Cuento con vos para que Magdalena no se entere. —No le diré nada, quédate tranquila. Si lo llegara a saber, me echaré la culpa de todo. Te cubriré las espaldas. —Gracias, sos una buena amiga… —Hablando de eso… Umma está celosa de vos. Dice que compartimos demasiado tiempo juntas. —¿Ella sabe que estamos buscando a Sam? —Sí, y también a Ezequiel. Lo entiende, pero no puede evitar sentirse celosa. —Es lógico… debe sentirse dejada de lado ¿Ustedes tienen amigas del colegio? Isabel negó con la cabeza. —No soy buena socializando. No soporto a la gente de mi edad ¡Es muy estúpida! Umma suele reunirse con algunos chicos de la escuela, pero yo no. —Me pasa igual, pero creo que tengo menos paciencia que vos todavía. —Ya lo he notado —Isabel ocultó una sonrisa—. ¿Has empezado a cursar? —No, pero lo haré. Me he tomado unos días para procesar todo lo que ha ocurrido… se sentirá raro vivir con normalidad. Durante años estudié bajo la tutela de Culturam… me costará adaptarme. Entre los demás temas sobre los cuales dialogaron, comentaron la posibilidad de no encontrar información en la vivienda de Horacio. —Entonces iremos a la sede de la ex-sociedad secreta —anunció Salomé con seguridad—. Y contactaremos a Ibáñez, de quien no he escuchado nada en semanas. —¿Te has mantenido en contacto con los demás enemigos de Culturam? —Sólo con Magdalena, quien todavía llora por el desgraciado de Benítez. Debería buscar a Ibáñez y a los demás para preguntarles por Sam y por Ezequiel. Quizás existe una remota posibilidad de que nuestros mutantes estén juntos. Acevedo no es capaz de subsistir por sí mismo… —Sí, pero avancemos de a pequeños pasos. Primero revisaremos la vivienda de Aguilar, luego nos comunicaremos con los enemigos de Culturam y sino encontramos nada, iremos a la edificación que está en reparación ¿Te parece? —Sí. También podríamos ir a la casa de Heredia. —¿Fuiste alguna vez? —De niña, sí. Víctor pasaba más tiempo en la sala de transacciones que en su propio hogar, pero es posible que encontremos allí alguna pista que nos lleve hasta Ezequiel. —Mm… hablando de Roma ¿Por qué su apellido es Acevedo si fue criado en Culturam? —Porque su padre biológico, quien lo entregó voluntariamente para los experimentos, se apellidaba así. Ahora que lo mencionás, otra posibilidad es que Ezequiel esté buscando a su verdadera familia… Isabel se encogió de hombros, y comentó: —A pesar de todas las acciones malas que ha hecho, como contarle a mi papá que Samuel era su sobrino, mostrarme el video de Sam y comportarse como un misógino, entre otras cosas, siento pena por él. Nunca conoció el verdadero afecto. —No. Nunca nadie lo quiso de verdad. Si él no se hubiese comportado como el perro faldero de Heredia, podría haber creado un vínculo genuino conmigo y con Sam —suspiró—. Creo que las únicas personas que sentían algo por él eran las chicas con las que se acostaba. —¿Vos creés? —Sí… su miembro era tan… —hizo un gesto con la mano. Isabel se obligó a contener la risa—, que todas estaban locas por él. —Veo que lo conocías demasiado… Salomé le propinó un codazo a la joven Medina, quien se sintió normal por apenas unos minutos: ella y una amiga, hablando sobre el miembro de un chico. —Lo he usado por necesidad, jamás sentí nada por él —sus mejillas se habían enrojecido. —Cada uno hace con su sexualidad lo que le plazca… hasta tener sexo con un idiota sólo porque la tiene grande —se mofó Isabel. —¡Ya! Una vez que llegaron a la propiedad de Horacio Aguilar, se sorprendieron al descubrir que no había guardias y ninguna clave que protegiera la vivienda. —¿Qué ha pasado aquí? Salomé tomó una posición defensiva. —Dejame revisar a mí primero. La joven Hiedra corrió hasta la puerta, y cuando la quiso empujar, un holograma de color azul formó unas palabras gigantescas sobre las paredes de la vivienda: >. —¡Hijos de perra! —aulló Salomé—. ¡Dejaron a Samuel sin hogar! ¡Ratas oportunistas! ¡Son una mierda! —Deben haber confiscado todo lo que había en el interior para su uso personal. Se aprovecharon de la desaparición de Sam para poder adueñarse de las propiedades de Aguilar —Isabel se sentía furiosa ¡Los gobernantes del Valle eran unos delincuentes! —Ellos creen que no hay nada en el interior para proteger, porque deben de haberse llevado muchos de sus inventos y computadoras. Sin embargo, pusieron las advertencias para evitar vandalismo —observó Salomé. —¿Habrá cámaras de seguridad? —Seguramente. Intentaré cortar la luz de la vivienda, ya vengo. Salomé pateó una ventana y brincó como una felina hacia el interior de la casa. Isabel no podía evitar sentirse preocupada. Aunque sabía que ya no había riesgo de muerte para ellas porque Aguilar y Heredia habían muerto, no quería meterse en problemas legales con el gobierno. A su vez, temía que las autoridades pusieran sus ojos en Salomé ¿Y si decidían investigarla en profundidad? Le habían tomado declaraciones y había evidencias de que ella no había asesinado a nadie por voluntad propia. Sin embargo, seguía siendo más habilidosa que cualquier ser humano promedio. Era muy veloz y ágil ¿Y si querían indagar sobre su metabolismo? Al cabo de un rato, la puerta principal de la vivienda se abrió. El cartel hologramático no apareció. Salomé le hizo una seña a su amiga para que ingresara a la morada de Aguilar. —Cambiá esa cara y entrá, que el corte de luz no durará mucho. Le hizo caso a su compañera. La señorita Hiedra abrió las ventanas para que la luz del sol iluminara el interior. Se trataba de un lugar lleno de tecnología: Horacio Aguilar probablemente no hacía absolutamente nada por la vivienda. Había máquinas que cocinaban, limpiaban, pantallas y sensores por doquier. No le había prestado tanta atención aquella vez que había ido con Sam y Juan Cruz a utilizar la máquina de los recuerdos. Suspiró. Pensar en su primo le provocaba punzadas de dolor agudas en el pecho. Caminaron hasta lo que supusieron que era el estudio de Aguilar, pero no encontraron ninguna computadora, ni chip ni nada que pudiera servirles para sacar información. —Se llevaron todo —gruñó Salomé. Isabel decidió caminar por el pasillo de la vivienda, y encontró dos puertas caídas en el suelo. En los marcos de estas, había hollín. —¿Qué pasó acá? —Activaron las trampas. En Culturam había explosivos, lásers, entre otras armas custodiando ciertos lugares. Cierto. —Vamos a investigar. Una de las habitaciones que Aguilar se había encargado de vigilar, era el laboratorio. Isabel no pudo evitar pensar que, hacía un mes y medio y en aquel entonces, su papá todavía estaba vivo y Sammy no se había contactado con los enemigos de Culturam. Recordó cómo su hermano y ella habían tocado todo lo que encontraban a su alrededor, porque la tecnología que había en el lugar les resultaba asombrosa: fotocopiadoras de ADN, paralizadores, frascos con líquidos, etcétera. Sin embargo, allí no había nada. No estaba la máquina de los recuerdos ni ninguna de las cosas que había visto durante su primera visita a la vivienda de Aguilar. —Se llevaron todo… —balbuceó Isabel. —Esto complica las cosas ¡Malditos sean! —Salomé pateó una de las mesas digitales, provocando un chirrido molesto. Tenía ganas de echarse a llorar allí mismo ¿Cómo encontrarían al joven Aguilar si el gobierno se había llevado todo? —Revisaré las demás habitaciones —era demasiado pronto para perder las esperanzas. Se alejó del laboratorio, y caminó por el pasillo… Hasta una habitación no muy grande y minimalista ¿Allí solía dormir su adorado Sam? Entró, y encontró el guardarropas vacío y con las puertas sin cerrar. Había objetos tirados en el suelo, un par de mochilas abiertas y zapatos sin pares. —¡Salomé! —exclamó. Tenía el corazón en la boca ¿Habría sido Sammy? ¿Sammy habría hecho eso? ¿O Ezequiel? ¿O unos vándalos? ¿Qué había ocurrido allí dentro? La joven Hiedra se paró al lado de Isabel, y observó la habitación durante unos largos minutos. —Tomaré unas muestras y las analizaremos en Culturam —dijo con seguridad—. Visitaremos la vivienda de Heredia y encontraremos a la doctora Lemus y a los demás. Si existe una posibilidad de que este desorden lo hayan causado cualquiera de nuestros mutantes… lo averiguaremos. Isabel sentía que le temblaban las piernas mientras esperaba que su amiga tomara algunos utensilios del laboratorio… ¿Había sido Sam? Y si había sido él ¿Por qué no había ido a por ella? ¿Qué había ocurrido? Pronto lo investigarían.
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