Capítulo 3: "Investigación furtiva".

1913 Words
La señorita Hiedra se negó a hablar personalmente con los enemigos de Culturam, para que no le llegara el rumor a Magdalena. —Doctora Lemus —Isabel se mostró en la videollamada, mientras Salomé le hacía señas detrás de la pantalla—. ¿Sabe algo de Ezequiel y de Samuel? —Absolutamente nada. No los hemos visto desde aquel día. —¿Y de Ibáñez? —Tampoco. Ni siquiera se ha contactado con Elsa o con Sandra. Maldición. Hallar a Sam sería muy complicado. —¿Cómo podremos localizar a los muchachos? —En Culturam deben tener dispositivos de búsqueda avanzados… si es que el gobierno no los confiscó. Los muchachos son mayores de edad y necesitarán trabajar para subsistir ¿No es así? Búsquenlos en los empleos del Valle. Era decepcionante que no le hubiera dicho nada que no supieran ya. —Hay algo que no me cuadra. Si Samuel pudiera buscar empleo, ya me hubiera contactado. Algo debe estar mal con él. —Entonces deberías revisar los registros hospitalarios, no sé decirte, muchacha. Lo único que sé con certeza es que han confiscado las viviendas de Aguilar y de Heredia, y han intervenido en el mercado ilegal de tecnología. El estado se guardará una buena fortuna para sí… —Ya lo creo —bufó Isabel—. Una cosa más… si descubre alguna información sobre Sam o Ezequiel ¿Puede llamarme? —Cuenta con ello, niña. Cuídate. Colgó. Isabel se sentía increíblemente decepcionada, y a su vez, preocupada. Por algo aquella mujer le había dicho que registraran los hospitales. Salomé parecía estar pensando lo mismo. —Sam debe haber salido herido de Culturam. Nosotras encontramos su collar un par de semanas más tarde, y no hemos visto rastros de sangre… pero a lo mejor el viento los ha limpiado, no sé… —Algo anda mal —la señorita Medina se sentía descompuesta—. ¿Y si Sam está en un hospital? ¿Y si…? ¿Y si había muerto en un centro médico? —No te desesperes —Salomé tomó a su amiga de los hombros—. Esta noche iremos a buscar información a Culturam ¿De acuerdo? Analizaremos las muestras. Recordá que vimos su habitación desordenada… puede haber sido él. Isabel no pudo evitar derramar lágrimas amargas. Sentía un profundo dolor en el pecho. Sammy. Sammy. —Lo único que me mantiene en pie es la esperanza de volver a verlo —balbuceó, con un nudo en la garganta—. Si no lo encuentro… —Has perdido mucho, lo sé. No importa cuánto tiempo nos cueste, lo hallaremos. Ambas vimos que él tenía el collar puesto ese día. Sam es fuerte. Seguramente resistió. Esa noche hacía frío. Faltaba poco para el otoño, y las hojas amarillas habían comenzado a decorar el paisaje del Valle. Había carteles policiales hologramáticos que rezaban: “Prohibido el ingreso”, robots guardianes y algunas máquinas trabajando en la reparación de la parte que había estallado del edificio. —Por lo menos no hay policías humanos —susurró Salomé, mientras se escondía detrás de un arbusto. —¿Cómo eludiremos a los robots? —Son sólo cuatro. Es pan comido —la muchacha se colocó una máscara negra que le cubría el rostro—. Esperame acá, y cubrí esa cara larga —le depositó una en el regazo a su compañera. —Salo… Las palabras de Isabel quedaron en el aire. La joven Hiedra corrió hasta donde se encontraban los guardias mecánicos. —¡ALTO! —la iluminaron con láseres rojos ¿Estarían armados o serían paralizadores? Temió por su amiga. Quería cubrirse los ojos, aunque no fue capaz de dejar de observar la escena. Salomé se movió con una destreza fatal. Dio un brinco de ¿Casi dos metros de altura? y de una patada, le arrancó la cabeza a uno de los robots. Aterrizó como una felina y sacó un cuchillo de su bolsillo en cuestión de segundos. Isabel estaba anonadada. Ni siquiera Samuel era tan veloz como ella. La joven Hiedra arremetió con su navaja contra el pecho de otro guardia mecánico, destruyendo su sistema operativo, o eso creyó la señorita Medina, ya que le pareció ver que el robot había sufrido un cortocircuito y había emitido varios chispazos. —Es… aterradora… —musitó Isabel, sin despegar la mirada de su amiga. Luego, noqueó con dos puñetazos a los robots restantes, y los apagó desde su propio sistema operativo. Fue tan rápida, que a la hermana de Juan Cruz le costó reaccionar. —¡Vamos! Isabel se colocó la máscara que le había dado Salomé, y corrió hasta la entrada de Culturam. Qué irónica era la vida ¿No? Hacía tres semanas, ella hubiera dado cualquier cosa para huir de allí. Ahora volvía a la edificación para poder encontrar información sobre su primo. El lugar le resultaría abrumador, pero trataría de concentrarse en su objetivo: hallar a Sam. Una vez dentro de la instalación, pudieron ver que la mayoría de las computadoras y pantallas que solían estar en las paredes habían sido confiscadas por el gobierno del Valle. —¿Los empleados de Culturam habrán conservado alguna papelería? —No había prácticamente registros en papel, Isa. Pero puede que hayan copiado información en la nube o en otros dispositivos. Busquemos los ordenadores ocultos. —¿Dónde pueden estar? —Sospecho que en la sala de transacciones… el lugar favorito de los Fraudes. Parecía como si hubiera pasado un millón de años desde que había escuchado esa expresión: “Los Fraudes”. —No te pongas melancólica, y seguime. No sé de cuánto tiempo disponemos sin que la policía note lo que les ha sucedido a los robots. —Tenés razón… Por cierto, les has dado una buena paliza. —Es verdad. Dudo que vuelvan a funcionar —hizo una sonrisa torcida. Las chicas caminaron rápidamente por los largos pasillos de Culturam, mientras observaban los espacios vacíos donde solían localizarse diferentes aparatos. Algo más que había notado Isabel era que habían limpiado un poco el desorden que se había ocasionado: no había manchas de sangre ni objetos rotos esparcidos por todo el lugar. El gobierno del Valle había hundido sus garras en el asunto de Culturam. Isabel se sentía algo nerviosa ¿Y si no le gustaba descubrir la verdad? O aún peor ¿Y si no encontraba nada? —Me pregunto a dónde se habrán llevado las cosas… —comentó la joven Medina mientras marchaban. —Quisiera saber lo mismo. Había experimentos en proceso con animales —comentó Salomé—. Deben haberlos trasladado a otra cede científica. Además, no hay sangre ni muebles rotos ni rastros de que haya habido una batalla aquí dentro. Parece una casa abandonada. Isabel se tronó los dedos, sin poder ocultar su ansiedad. —Espero que esta locura no vuelva a repetirse. No deberían experimentar con ningún ser vivo en el planeta… a menos que, claro, otorgaran su consentimiento. —Las pobres ratas de laboratorio jamás podrían dar su consentimiento —bufó Salomé—. Pero tengamos fe en la humanidad. Se han creado muchos aparatos que benefician la vida en el planeta… —Sí, como la creación de súper humanos —Isabel no pudo evitar sonar irónica. —Buen punto —replicó, y giró la cabeza hacia la izquierda—. Es aquí. Ingresaron en una sala enorme, que parecía una fábrica híper tecnológica, cuyo funcionamiento estaba detenido. Algunas pantallas habían sido arrancadas y había materiales en bruto desparramados en el suelo. Una luz tenue alumbraba el sitio tétrico y desolado. —Se han llevado todo —Salomé estaba indignada—. Se han llevado los robots y la demás tecnología que se fabricaba aquí. No hay una mierda en este lugar ¡No hay una mierda! Malditos sean. Malditos sean. —Sólo quedaron las máquinas gigantes, que están unidas con la estructura del edificio —observó Isabel con amargura—. ¿Era necesario que confiscasen todo? Espero que tengamos los suficientes instrumentos para analizar las huellas dactilares. —Esperemos. De lo contrario ¿Cómo encontrarían a Sam? —Este sitio no tiene dueño, Isabel. Aguilar y Heredia están muertos. Era obvio que el gobierno del Valle sacaría provecho del asunto… Vamos. No tiene sentido que te quedes contemplando al fantasma de lo que alguna vez hubo aquí. Además, la sala de transacciones es por allá. Asintió, y siguió a su amiga, hasta que se detuvo frente a una puerta metálica. —No han irrumpido en este lugar —observó Salomé—. La puerta está protegida con una contraseña —miró el panel digital que se hallaba a su derecha. —¿Por qué no lo harían? —Porque habrán tomado una imagen de rayos X para saber qué había detrás de las paredes, y no habrán encontrado nada que les resultara lo suficientemente necesario como para derribar una puerta… —¿Recordás qué había en dicha sala? —Mm… una mesa digital, una pantalla, una nevera automática… pero, probablemente, había algún ordenador oculto. Viniendo de los Fraudes, no me sorprendería que tuvieran tecnología innovadora escondida por ahí también. Salomé tipeó una contraseña numérica en lugar de utilizar su pulgar. Marcó: >. La fecha de la muerte de Daniela Medina. Para su sorpresa, la entrada se abrió. —Aguilar era bastante predecible en algunas cosas —comentó la hermana mayor de Micaela, mientras tomaba la iniciativa para entrar en la sala. Se trataba de una pequeña habitación en donde había una mesa digital, una pantalla apagada y una nevera. Había algunas herramientas tecnológicas desparramadas por el suelo e incluso, una botella diminuta con un líquido rojo oscuro. —¿Eso…? —Debe ser sangre letal. Isabel contuvo el impulso de investigar dicho recipiente y, en cambio, preguntó: —¿No había más muestras de su sangre en el edificio? —Probablemente las confiscaron —Salomé abrió los ojos como platos, como si acabara de darse cuenta de algo—. No puede ser —se llevó la mano a la boca. —¿Qué ocurre? —la señorita Medina temió lo peor. Salomé negó con la cabeza. No pensaba decírselo. No quería preocuparla en vano. Sin embargo, Isabel lo dedujo por sí misma: —¿Y si lo están investigando? ¿Y si lo secuestraron por temor a que sea un peligro para la sociedad? No podría soportarlo. No podría. Sentía que estaba a punto de desfallecer por los nervios. —Espera… —Salomé intentó hacerla razonar—. El gobierno del Valle jamás ha mencionado a Sam en las noticias. Probablemente crean que ha muerto con su padre en la explosión. Sus palabras aliviaron un poco a Isabel: ¿No lo habían secuestrado, entonces? —¿Vos creés? —No saquemos conclusiones apresuradas. Busquemos información. Además, recordá que tenemos que analizar las huellas dactilares que encontramos en la vivienda de Aguilar. La joven Hiedra tanteó las paredes de la sala de transacciones con tanta delicadeza como pudo. Isabel la imitó. Para su sorpresa, al cabo de diez minutos, en un rincón detrás de un mueble, Salomé dio con el lugar correcto. Una computadora hologramática se proyectó en la pantalla que se hallaba apagada a su izquierda. La misma rezaba: >. —Con la voz o las huellas de Aguilar se desbloqueaba el ordenador de forma automática, pero ahora debemos ingresar el código. Debe ser idéntico al de la puerta —dedujo Salomé. Pronto, digitó: >.
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