Andrés Pasaron tres malditos meses desde que me dijo ese no definitivo. Y por más que lo intento, trato y trato, no me funcionan ni los chocolates blancos aireados. Todo es un no, un gesto negativo, una mala cara y un bufido. Ya me cansé, ya me di por vencido, la perdí. La amo más que el primer día, pero ella simplemente sigue diciendo que no. Algunas veces la encuentro mirándome, pero enseguida desvía sus ojos. Otras veces reacciona a mis intentos y la dejo sin aliento, sobre todo cuando me acerco a sus labios, pero se aleja de inmediato. Ya no voy a seguir insistiendo. —Andrés, necesito que hoy reemplaces a José, no puede venir —me dice limpiándose las manos. —¿Me toca hacer un show? —interrogo sorprendido. Asiente con la cabeza—. Es que justo hoy tengo que cantar en el casamiento