Elizabeth Collins. Empiezo a gritar con todas mis fuerzas y a sacudirme en un intento desesperado por zafarme, pero él no me suelta en ningún momento. Un hilo de sangre se escurre lentamente por la comisura de sus labios sin que su vista se aparte de la mía. —Te amo —me dice en un susurro. Me quema el alma al verlo y al oírlo en ese modo. —¡Dante, por favor, resiste! —dejo un beso en su barbilla. — ¡Ayudaaaa! —grito todo lo que puedo. El tiempo se me vuelve eterno. Pareciera que nadie me escucha y acude a mi auxilio, como si todo esto fuera una pesadilla y no tuviera forma de despertar. Lentamente sus brazos se aflojan y su cuerpo se estremece. Se tambalea y cae en mis brazos. Unos guardias corren hasta nosotros y me ayudan a recostarlo en el césped mientras Marcos llama a la ambula

