Dicen que las oportunidades se revelan después de que han pasado, pero esa tarde, yo vi la oportunidad y me negué a dejarla ir.
Leo desabrochó su saco y se sentó en uno de los sillones. Después de mi negativa, se calmó un poco – lo lamento, no pedí el postre porque quisiera irme, fue una sugerencia para ahorrar tiempo, fui grosero y te traje acá arriba, pero lo hice porque tengo una razón.
– Te escucho, ¿cuál es?
– No vas a olvidarlo, ¿cierto?
– Jamás, ¿vas a explicarme o nos quedaremos aquí hasta que el gerente venga a buscarnos? – me senté a su lado, por su mirada supe que había una historia y que no iba a contármela, así que hice trampa – tomé muchas decisiones equivocadas, ahuyenté a todos mis amigos comenzando contigo, salí con las personas que mi madre me dijo que saliera, fui a las fiestas que mi padre aprobó, tuve el trabajo que ellos inventaron para mí y pensé que estaba bien vivir así, si es que puedes llamarle “vida”, a lo que sea que estaba haciendo – me burlé de mí misma – también sé que suena horrible decir, que tuve que esperar a que se muriera mi abuelo para hacer algo con mi vida, ¡no fue mi plan A!, y nunca pensé que pasaría así, de hecho, asumí que el abuelo viviría hasta los cien años, si lo hubieras conocido me creerías, hay toros con menos fortaleza que mi abuelo. No bromeo.
Él sonrió.
– No debí esperar tanto, pero lo hice, y aquí estoy, intentando dar un paso en la dirección correcta, por eso te necesito, si estoy yo sola nada va a cambiar, la herencia del abuelo no vino con su sexto sentido para las finanzas ni su ojo para analizar a las personas. Soy, solo yo – lo miré – si no quieres trabajar conmigo lo entiendo, pero al menos dime qué fue todo eso, porque te veías muy enojado, y si no vas a ser mi abogado, ¡qué te parece ser mi amigo!
Gané su simpatía y aceptó contarme.
– Se llama Antonio Evans, obtuve una pasantía en el despacho de su padre, así lo conocí. Fue después de que tú dejaras de hablarme, le gustaba molestar a los nuevos, corría a las personas que no le agradaban y era un completo idiota – desvió la mirada – un día una de mis compañeras renunció, dejó la escuela y me enteré que él la estuvo acosando, así que lo enfrenté, preguntaste por qué elegí ser abogado de divorcios, digamos, que tuve suerte de encontrar ese trabajo.
Miré hacia atrás – ¿quieres decir…? – y al girar de nuevo, vi a una mujer aproximándose.
– Disculpen, vamos a ocupar la sala.
Me levanté – si – y tomé la mano de Leo.
Pedimos que guardaran el postre en contenedores para llevar, Leo pagó la cuenta y dejamos el restaurante para caminar por el pasillo adyacente a la entrada, donde estaban los jardines y las mesas para el público en general. Los coches pasan por esa área antes de entrar, por lo que es un lugar muy tranquilo y con un diseño relajante.
– Debiste decírmelo antes, somos amigos – le dije, él volteó a verme y un pequeño recuerdo de mí, diciendo que no lo éramos, apareció de pronto – olvida eso, no aplica si un idiota intenta sabotear tu carrera, en serio, debiste llamarme.
– Cambiaste de número.
Algo en esa frase me hizo preguntarme, ¿me llamó?, en una de esas muchas veces en las que dejé caer mi celular a la piscina, lo perdí en el taxi o lo arrojé contra el pavimento, ¡él me llamó!
– Y no importa ahora, él trabaja en la empresa de su padre, yo soy abogado de divorcios, todos estamos donde se supone que debemos estar – me dijo.
– Eso apesta.
Leo se detuvo y volteó a verme – gracias por la crítica constructiva.
– Lo siento, no quise – me cubrí el rostro con las manos.
– Está bien, no tienes que seguir haciendo eso.
– Hacer qué.
– Eso que haces.
Fue mi turno de detenerme e interrogarlo con la mirada, exactamente, ¿qué es lo que hago?
Leo comprendió mi pregunta y respondió – retractarte, lo haces muy a menudo, me dices algo y luego te disculpas o lo cambias, no voy a quebrarme por una crítica. Estoy bien.
Constantemente, quiero quedar bien con él, aparentar inteligencia, glamur o estética, quiero pintar una versión de mí que es mejor, el problema, es que no lo soy – de acuerdo, lo que ese idiota te hizo, apesta, deberías vengarte.
– ¡Excelente idea!, ¿cómo no se me ocurrió antes?
– Ponte serio, si fuera yo me vengaría, lo investigaría, descubriría su talón de Aquiles y le daría justo en dónde más le duele, no puedo creer que te sientes a observar cómo le va tan bien, y no quieras hacer algo al respecto.
Caminábamos despacio, el cielo comenzó a oscurecer y de la nada, empezó a llover.
Leo giró sobre sus talones, habíamos llegado al final del corredor – no lo hagas.
– ¡Qué cosa!
– No intentes cobrar venganza en mi nombre, no lo investigues, no le tomes fotografías, no regreses a Obsidiana para espiarlo y si vuelves a encontrártelo, no choques con él.
– Yo jamás haría eso – mentí, lo cierto es que mientras hablábamos, planeaba investigar a ese payaso y entregarle la investigación a Leo como ofrenda de paz.
– Regina, te conozco desde que estabas en pañales – se burló – eres muy dedicada cuando te obsesionas con algo, por favor, no lo busques.
– Ahora parezco una acosadora.
– ¿Recuerdas el día en que nos conocimos?, estabas lista para trepar la pared, tenías un pie del otro lado cuando te dije que podías usar la puerta, yo te abriría el portón.
– ¡Eso no pasó!
– Sí.
Incluso ahora, no recuerdo esa parte, aunque Leo está muy convencido y mantuvo la mirada fija sobre mí durante un largo tiempo.
– Ok. Lo intentaré.
Él resopló.
– Sabes, todos nuestros problemas podrían tener la misma solución, si trabajas para mí podrás vengarte, solo comento – me apresuré a decir, al ver su expresión – bien, no insistiré, es tu problema, no el mío, prometo que, si veo al payaso de nuevo en el restaurante o en el bar, lo ignoraré.
Gané su atención – ¿qué bar?
– El de la cadena hotelera, el restaurante es para personas de la generación de mis padres, el bar es para jóvenes, hay música, bebidas, piscina y todo es más reducido, mi segundo celular murió porque salté a la piscina con todo y ropa, larga historia.
Él asintió – no preguntaré en qué estabas pensando.
– Si hubiera estado pensando, no habría saltado.
La lluvia fue pasajera, cinco minutos y el cielo estaba nuevamente despejado, la única evidencia que dejó atrás fue el color de la calle y el rocío sobre las plantas.
– Te conté todo esto porque no quiero que te encuentres con él, no es una buena persona, piensa que todos los que están a su alrededor están ahí para servirle, si te vuelves a encontrar con él, aquí o en el bar, no lo busques, por favor.
Escucharlo, me dio un poco de esperanza – tendré cuidado, solo vengo a Obsidiana cuando mis padres me obligan, no juego al golf y dejé de visitar el bar hace dos o tres años, estaré bien, a cambio, si tengo un problema o una consulta legal, te llamaré.
– Me parece bien, me dio gusto volver a verte, ¿quieres que te lleve a tu casa?
No necesito analizar todos mis recuerdos, ni irme treinta años al pasado, al momento en que mis padres se conocieron para explicar el ambiente entre Leo y yo.
Amigable, relajado, sin tensión.
Ese segundo en el que el tiempo se detiene, esa mirada de un hombre y una mujer sentados en un bar, cuando se encuentran por primera vez y tienen el mismo objetivo, ¡deseo!, ¡pasión!, como mirar una flama que se aviva más con cada minuto que pasa y explota.
A veces, desearía no haber sido su amiga de la infancia, siento, que si fuera una completa desconocida irrumpiendo en su oficina, con los ojos cubiertos de lágrimas, suplicando que me ayudará con un divorcio, habría tenido más oportunidades.
Pero no soy una desconocida, soy la Regina que estuvo a su lado casi toda la vida, la mocosa de diez años con el cabello corto y la apariencia de un niño que casi salta la barda para estar con él. Soy la chica a la que su madre le hizo prometer que “cuidaría”, y no sé cómo convertirme en la mujer a quien desearía desvestir con la mirada. Sin perder su amistad en el proceso.
*****
Eran las cuatro de la tarde, Regina estaba en el restaurante con Leo y su tan esperada primera cita, Víctor ya estaba mareado, en esos días Regina no hablaba de otra cosa y él no sabía qué era peor, si escucharla a ella, o tener reflujo.
La reunión era a las cuatro y media, Víctor no calculó que el taxi llegaría tan pronto. Se levantó para mirar por la ventana, pero un fuerte dolor bajó desde su garganta. Casi perdió el equilibrio antes de volver a sentarse.
Moría de hambre, podía sentirlo en su estómago y en la presión sobre su abdomen, necesitaba comer algo pronto, pero sí lo hacía, sentía que iba a vomitar. Esa mañana su médico le dijo que todo salió bien con la operación y que sus resultados eran muy prometedores, también le recetó otro medicamento para el reflujo y ahora, Víctor sentía su saliva tan espesa, que parecía que todo el tiempo estaba tragando un trozo de nata.
Se recargó hacia el frente – debí optar por la reunión virtual.
La puerta se abrió con fuerza y repentinamente, una mujer alta, delgada, con el cabello rubio, largo y perfectamente peinado entró en la habitación dando pasos muy bien calculados, los tacones la hacían lucir más alta y el maquillaje la hacía parecer de mayor edad.
– Señor, Víctor Vega.
Víctor asintió al tiempo que se cubría la boca para no eructar y se retorcía en el asiento.
Sarah sonrió – estupendo – acomodó la silla para sentarse – mi nombre es Sarah Duarte, soy la representante de Princesa, aprecio mucho su puntualidad. Soy las cuatro con cinco minutos, lo pondré en el registro, sí no le molesta, ¿podemos comenzar?
En esos días, Víctor escuchó mucho sobre Sarah, la media hermana de Regina, pero nunca la imaginó y al verla, se sorprendió.
El ambiente alrededor de ambas era totalmente opuesto, Regina tenía una personalidad conflictiva en contraste con una apariencia que parecía una invitación por sí misma, su forma de sonreír les daba a las personas confianza y calidez, no importaba que alguien acabará de conocerla, Regina sonreía como si no hubiera paredes. Sarah era lo opuesto, tan llamativa como fría. Su presencia hacía que las personas pensaran dos veces, antes de hablar.
El estómago de Víctor se contrajo – disculpe, ¿tiene un poco de agua?