Primera cita

1908 Words
Nunca fui el tipo de novia que enviaba mensajes a toda hora, al contrario, una vez escondí mi celular para no responder, siempre preferí las conversaciones secas, eso fue lo que hizo tan perfecto a mi tercer novio, él me citaba, yo revisaba mi agenda y eso era todo, sin exceso de intimidad. Vivir pegada al teléfono como si mi vida dependiera de un mensaje de buenos días, o de una actualización, siempre me pareció ridículo. Las personas que tienen pareja, ¿en serio necesitan saber si están en el supermercado, si su café tiene la cantidad perfecta de azúcar o si ya se durmieron? Nunca antes pude comprender ese comportamiento, hasta ese día. Sabía que todo era una farsa, estábamos montando una obra de teatro para mi hermano o cualquiera que se metiera con mi celular, y eso era ideal, porque yo podía escribir todas las frases cursis que vinieran a mi cabeza y esconderlas bajo una bandera blanca. Te quiero. Te amo. Te extraño. Volví a verte y algo cambió en mí. Quise buscarte por meses, pero no me atrevía. Podía escribir cualquier cosa y más tarde, en una llamada, explicarle que todo era por el show, era como estar perdida en altamar, pero con un yate de lujo, suficiente comida, agua y una línea de emergencia con la guardia costera. Podía decirle todo lo que sentía, claro, si me atrevía a escribirlo. Esa primera noche lo pensé durante un largo tiempo, escribí, borré, volví a escribir y volví a borrar el mismo mensaje al menos unas veinte veces, todo para terminar con un cliché, “te extraño mucho” Como predije, Leo vio mi mensaje y en lugar de responderlo, me marcó, le expliqué que era parte de nuestro plan, él estuvo de acuerdo y me dijo que planeaba bañarse, cenar, enviarme un mensaje e irse a dormir. Así que lo esperé. Pasé al baño, tomé una ducha, me senté frente al espejo y preparé una crema que uso para cuidado facial, sobre la mesa estaba mi celular, calculé que él estaba cenando, pasaron veinte minutos, terminé mi facial y volví a mirar mi celular. Nada. Revisé el modem, encendí la televisión para probar la señal y supuestamente, todo estaba bien, desconecté mi celular y activé los datos, también lo reinicié, imaginé que algo había surgido, un problema en el trabajo, quizá. Volví a mi habitación, tomé un libro, media hora después lo dejé y tomé mi celular, descargué un juego al azar que me tuviera despierta, no esperaba entretenerme por tanto tiempo, para cuando volví a mirar la hora, ya eran las dos de la madrugada y Leo no había enviado su mensaje. ¿Seguía despierto? Me quedé con la luz encendida, sentada sobre la cama, con las rodillas recogidas y mirando mi celular cada cinco minutos, el silencio se volvió pesado y pronto, el sueño me venció. Desperté a las diez de la mañana, el historial de chat seguía vacío. Lo pensé por un largo tiempo, miré la pantalla, escribí, borré, y al final envíe un “hola amor, ¿ya comiste?” Él recibió el mensaje, lo leyó, y quince minutos después me llamó. – Hola. – ¿Está todo bien? – Sí, ¿por qué? – Me preocupas, no dormiste anoche y ya es tarde. – ¿Eh? – respondió y sentí que me ahogaba. – Anoche dijiste que me enviarías un mensaje antes de irte a dormir, para el historial de mensajes, ¿lo recuerdas?, y hoy, estaba maquillándome – me miré en el espejo, tenía los ojos rojos y ojeras tan grandes, que todo el tiempo que pasé en tratamientos faciales la noche anterior, se fue a la basura – y noté que no me enviaste un mensaje. Hubo una pequeña pausa, entonces respondió – lo olvidé. Sentí que algo se quebraba, como el chasquido de un hueso en mi pecho que me dejó sin aire, porque imaginé muchas cosas, me preocupé por él, por su salud, por el exceso de trabajo y nunca, ni por un momento, se me ocurrió pensar que él se fue a dormir así…, sin enviarme un mensaje. – ¡Ah!, claro, supongo que la única que está preocupada por establecer una fachada para nuestra relación, soy yo, o, piensas que miento y que mi hermano no es capaz de extraer todas las fotografías del sistema de almacenamiento de mi correo electrónico para probar que no estamos saliendo. Leo, estoy poniendo todo de mi parte y lo único que pido… Es un maldito mensaje de buenas noches. – Es un poco de tu cooperación. – Hoy entregué mi carta de renuncia – fue su respuesta – ¿quieres ir a comer? De nuevo, me miré en el espejo – tengo una cita de trabajo, bueno, Víctor tiene una cita, yo tengo que estar al pendiente de las decisiones que se tomen porque son mis acciones y mi dinero, ¿estás libre para la cena? – De acuerdo, ¿a qué hora paso por ti? Miré mis ojeras y calculé el tiempo que me tomaría ir a la estética, al spa y comprar ropa nueva – a las siete. – ¡Genial! Él colgó y yo volví a respirar. Pasé un largo tiempo preparándome, quería verme casual y elegante, arreglada, pero no demasiado y preparada para todo. Mi estilo de ropa siempre fue muy ejecutivo, por mi trabajo, los pendientes de diamantes fueron un regalo de mi madre, las zapatillas, un gusto personal y el reloj, ese fue un regalo de navidad de mi tía Verónica. En general, iba bastante bien presentada, le envíe un mensaje para conocer la ubicación y él me envió la dirección de una plaza comercial. Me perdí un par de veces. El sistema de GPS al parecer, no sabe que dentro de la plaza había pasillos y escaleras, cada vez que buscaba una ubicación, me enviaba a la puerta, para darle toda la vuelta a la plaza y volver a entrar por la calle contraria, pedí indicaciones y llegué a la estación de comida china en la que Leo estaba sentado. Una parte de mí se preguntó, ¿qué es esto? Tuve muchas citas, algunas en Obsidiana, otras en bares nocturnos que funcionaban bajo un estricto sistema de vigilancia y una vez me invitaron a una villa junto a la playa, y no significa que todas mis citas sean de alto nivel, recién graduada solía ir a casa de mi primer novio y mirar la pantalla de la computadora mientras él jugaba videojuegos, lo que intento decir, es que tal vez, esperé demasiado. Años, para dejar de ser la amiga y convertirme en la novia. Y quería algo diferente, un ramo de flores, que él fuera por mí a mi casa, que tomará mi mano o que rentará una suite especial con paredes de cristal desde donde se pudieran ver los fuegos artificiales. Leo y yo, nunca estuvimos en el mismo punto de partida. – ¿Qué quieres para cenar? – me preguntó y yo suspiré. El lugar no importaba, la persona era en lo que debía concentrarme, di una vuelta completa, miré todas las estaciones de comida y me decidí por una hamburguesa, Leo pidió en la estación de comida china. – Entonces, renunciaste. Él asintió – tengo tres casos abiertos que no puedo transferir porque ya comenzamos las reuniones, se arreglarán en una semana o dos y estaré libre. Los bancos eran muy altos, intenté acomodarme y extendí la tela de mi falda para que me cubriera, Leo se levantó, se quitó el saco y lo puso sobre mis piernas. – No recuerdas este lugar, ¿cierto? – me preguntó. – ¿Ya estuvimos aquí antes? Leo asintió – no era tan grande, toda esta parte era el estacionamiento. Miré alrededor pero no logré ubicarme, comimos en silencio y al terminar, bajamos las escaleras eléctricas, volvimos a subirlas y nos paramos frente al cine. – Lo recuerdo – dije al fin – aún no te gusta comer en el cine. Me rompí el diente de la forma más estúpida posible, estábamos en tercero de preparatoria, compramos refrescos, palomitas y asistimos a una premier. La sala estaba llena y había un grupo de adolescentes arrojando palomitas a la pantalla. Al terminar, Sabrina habló sobre la evolución del personaje principal y lo conmovedor que había sido, Leo la miraba y yo, caminé con el cuello torcido, sin mirar los escalones, para poner atención a la forma en que Leo le sonreía e interponerme si algo más pasaba. No vi el vaso de refresco sobre el suelo, pisé mal, giré la cabeza, me sujeté con fuerza y me fui contra el barandal. Caí sentada, había un sabor metálico en mi boca, escupí sobre mi mano. No se qué fue peor, si la vergüenza o el impacto de ver un trozo de diente sobre mi palma. Leo tomó mi mano, me sacó del cine y me llevó al consultorio dental de su mamá, ella nos regañó a ambos. – ¿Qué película no has visto? – preguntó Leo. – Elige tú. Él me miró fijamente. – Me han dicho que elijo las peores películas. – Ya lo veremos, elije la que quieras. Miré los títulos y me concentré en el poster que tenía más personas – no tienes permitido arrepentirte – crucé los brazos para enfatizar mi amenaza. – No puede ser peor que la película de la iglesia que vimos juntos. Vi mi primera película para adultos, junto a ellos, y no es lo que parece. La profesora de administración nos dejó de tarea ver una película que tuviera las etapas de planeación, organización, dirección y control. Sabrina dijo que ella tenía en casa la película de un robo y que era ideal. Nos invitó a su casa y yo me anoté de inmediato. Jamás los dejaría ver una película a solas. Llegamos, nos acomodamos en el sillón, Sabrina encendió el reproductor, metió la película y poco después apareció una monja en la iglesia, rodeada de hombres, el ambiente se sintió extraño, la monja dejó caer su hábito y quedó desnuda, nosotros nos miramos sin saber qué hacer. Fue mi primera vez mirando contenido de ese tipo y extrañamente, sentí que era yo la que estaba desnuda. Después los sacerdotes alrededor se desvistieron, Leo se levantó para ponerle pausa y Sabrina soltó un grito. La caja era de la película correcta, pero el DVD era de su hermano, lo escondió ahí para que su mamá no lo descubriera. Sabrina lo maldijo tantas veces, que nos hizo prometer que jamás tendríamos hermanos menores. Sentí que su comentario fue muy insensible porque el padre de Leo falleció, pero él se quedó callado. Sabrina llamó a su hermano para averiguar en dónde escondió el DVD correcto y todo siguió. Las luces del cine se apagaron. Esa fue nuestra primera cita y admito que mis expectativas fueron poco realistas, Leo jamás fue la clase de hombre que llegaba con un ramo de flores o encendía fuegos artificiales, pero la realidad la sentí como un fuerte golpe, comer en la plaza, ver una película y hablar sobre anécdotas en la que estábamos los tres. Hicimos esas cosas docenas de veces, tal vez cientos, cuando éramos amigos. Tomé su mano en un gesto rápido, como si quisiera sujetarme y me hubiera equivocado, él siguió mirando la pantalla y me pregunté, si después de la boda, algo cambiaría.
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