Aniversario Parte 2

1975 Words
Cristián y Javier intercambiaron miradas antes de responder. – Seguimos dentro. Leo lo agradeció, pero no hizo comentarios al respecto – necesito que investiguen a un par de personas, comenzando con él – sacó su celular. Un par de semanas atrás, mientras caminaba junto a Regina en los jardines de Obsidiana, notó a un hombre que caminaba a la par, del otro lado de la calle. Llamó su atención porque ese día comenzó a llover y él, en lugar de buscar dónde refugiarse, permaneció bajo la lluvia. Tiempo después, la tarde en que firmaron el contrato, salió del complejo habitacional y alcanzó a ver a ese mismo hombre a un costado del puesto de vigilancia, fumando un cigarrillo, lo reconoció por la calva. Y esa noche, Regina le pidió que la besara y de reojo, volvió a ver a ese hombre. Se separó de ella, preguntó por los baños y salió de prisa, el hombre lo vio y dejó el salón, Leo tuvo que seguirlo hasta la calle y con suerte, logró tomar una fotografía de las placas del coche. Si su intuición no le fallaba, ese hombre no estaba ahí por él, sino por Regina y necesitaba saber quién era o por qué lo estaba haciendo. Después de la reunión, Cristián lo acompañó – No has tenido una relación que dure más de tres semanas y ahora vas a casarte – le dijo. – No es una relación – respondió Leo. Cristián entendió que él no quería hablar al respecto – entonces, te veo en el cementerio. Al decir esa palabra, Leo recordó que la fecha estaba próxima, entró a su coche y respiró profundamente. Aún si lo decía en voz alta, se sentía un poco irreal. Iba a casarse. Conocía a Regina de mucho tiempo atrás, siempre la consideró una buena amiga, del tipo que siempre estaría a su lado. Eso pensó, pero un día todo cambió. Fue alrededor de los quince o dieciséis años, Regina comenzó a tratarlo de una forma diferente, si él quería ir a la cafetería, ella iba al restaurante que estaba afuera de la escuela y si él quería ir al restaurante, ella prefería la cafetería, pasaba lo mismo con la biblioteca, el gimnasio, el auditorio o la tienda. Regina lo evitaba. – ¿Cuéntame más? – preguntó su hermana Clara mientras sorbía de un popote. Leo se sintió como un mono de circo – no te contaré si no me das un consejo. Clara dejó su vaso con malteada de chocolate y cruzó las piernas, su pequeña hermana de entonces trece años, quería ser psicóloga – mi teoría es que hubo un malentendido, dijiste que ella vio tu confesión, ¿la escuchó? – No creo, llovía mucho. Clara hizo un gesto y un pequeño sonido que ella creía la hacía parecer una profesional, Leo lo encontraba muy fastidioso. – Esta es mi teoría. Regina cree que Sabrina se confesó y tú la rechazaste. Lo que ella está haciendo, es castigarte por romper el corazón de su mejor amiga – estrujó su pecho para darle énfasis a sus palabras. Leo no pudo creerlo – el rechazado fui yo – dijo, alzando la voz. Clara se encogió de hombros – mujeres, no trates de entendernos. No estás biológicamente programado para eso. Leo se arrepintió de compartir sus sentimientos con su hermana, recogió su mochila y subió a su habitación para hacer la tarea. Pero el comportamiento de Regina siguió. Un día se reunieron para hacer un trabajo en equipo y Leo llegó tarde, quiso disculparse, así que de la manera más casual les dijo – hay una heladería en la esquina, les invito un helado. – De vainilla – respondió Sabrina. – ¿Por qué? – cuestionó Regina. Leo fue tomado por sorpresa – porque hace calor, quiero disculparme por llegar tarde, ¡es un helado!, no sé, ¿de qué sabor? Regina lo miró con tanto odio, que él se quedó en blanco. – Yo compraré el mío – dijo y se adelantó a la heladería. Leo entendió que la había ofendido, Regina tenía suficiente dinero como para comprarse un helado, no necesitaba que alguien se lo invitara, sin embargo, ¡era tan malo!, no le apuntó con un arma, le invitó un helado, ¿por qué de repente todo fue tan difícil? La semana siguiente comenzó a creer que su hermana tenía razón y que Regina malinterpretó su confesión. Juntó valor, se levantó de su asiento para ir al de Regina, la miró y dijo – oye, sobre el otro día en la biblioteca, cuando empezó a llover. – Maldición – soltó Regina – tengo que ir a comprar otro lapicero, ahora vuelvo – dijo, mirando a sus compañeras e ignorando totalmente a Leo. Empeoró después de eso. Cada vez que Leo se acercaba, Regina le lanzaba una mirada tan afilada, que Leo entendería totalmente si alguien le decía que, en sus vidas pasadas, él la apuñaló hasta la muerte. Una tarde vio a Regina con una compañera, ella sonreía, de esa forma en que siempre lo hacía, una sonrisa que iluminaba sus ojos y la hacía ver coqueta, Leo llegó y pudo ver, en tiempo real, como esa bella sonrisa se desvanecía para ser convertida en un gesto de disgusto. Fue doloroso. Malentendido o no, Leo estaba seguro de una cosa. Regina lo odiaba. Más de una vez se preguntó qué hizo mal, e intentó preguntarle, pero ella lo eludía, lo insultaba o le lanzaba esa mirada. Era un poco decepcionante saber que Regina podía sonreírle a un completo desconocido, pero no a él. Durante la preparatoria dejó de intentarlo y comenzó a alejarse, no le gustaba verla feliz y saber que, si él aparecía, esa felicidad desaparecería para ser reemplazada con disgusto. Prefería verla de lejos. De vez en cuando sus miradas se cruzaban y siempre, sin falta alguna, Regina fruncía el ceño y caminaba en otra dirección. Fue cuando Sabrina se involucró. Convencida de que podía salvar su amistad, comenzó a invitar a Regina a diversos lugares, cines, restaurantes, puestos de jugo, plazas, la idea era estar juntos, como en los viejos tiempos. Fueron al cine, Sabrina sonreía, tomó la mano de Regina y dijo – tú irás en medio. Desde su lugar Leo pudo ver el gesto de pánico en el rostro de Regina – cambia conmigo – le dijo a Sabrina de inmediato y ella la ignoró, después volteó a verlo. – Te cambio el lugar – dijo Leo y pasó toda la película con el rostro hacia un costado para que Regina no tuviera que verlo, sabía que eso le arruinaría la película. Sabrina compró su primer par de lentes entre sollozos, no podía creer que tuviera que usarlos, Regina sonreía felizmente mientras Sabrina elegía modelos y Leo eligió un par de lentes para el sol que creyó, le quedarían bien a Regina. Ella miró los lentes, después a Leo y su sonrisa volvió a convertirse en disgusto, tomó los lentes a regañadientes y se los llevó a Sabrina, después pasó por un lado de Leo y susurró – cobarde. Si no le gustaban, pudo decirlo. Estar junto a Regina se volvió exasperante, porque aún la apreciaba, pero le molestaba estar en rededor de alguien que lo odiaba de una forma tan visceral. En la universidad Sabrina comenzó a salir con un estudiante de medicina del que se decía, embarazó a una de sus compañeras en primer año e hizo que la expulsaron. Leo quiso evitarlo, no porque siguiera enamorado de Sabrina, sino porque ella aún era su amiga, pero Sabrina tomó el consejo de Regina y salió con ese chico. Leo fue a buscarla y la respuesta que obtuvo fue. – No somos amigos. Fue un duro golpe y el último que le permitió. En nombre de esa amistad que tenían desde la infancia Leo había aguantado mucho, los desplantes, las miradas, los insultos, se quedó callado todas esas veces y de pronto, entendió que él único que veía una amistad, era él. Se despidió para siempre. Y de la nada, su mundo colapsó. Las amistades que formó a lo largo de su vida, sus compañeros de carrera, todo perdió sentido, su vida adquirió un nuevo significado y su meta inmediata era recuperarse de la cirugía e ir detrás de Antonio Evans. Nada más importaba. Sin embargo, llegó a ver a Regina. No lo recordaba antes, lo hizo después de que ella apareciera en su trabajo y se debió a que ese encuentro fue muy fugaz. Ocurrió por casualidad, su mamá fue al hospital y de regreso pasaron a una cafetería, Leo estaba en su silla de ruedas, su mamá fue al baño y de repente, Regina atravesó la puerta del brazo de un hombre alto con una playera negra que tenía estampado el emblema de un videojuego. Los dos se sentaron en una mesa del fondo. Por las lesiones, Leo no podía caminar y tampoco podía empujar su silla como quería porque solo tenía una mano funcional, por eso tuvo que torcerse el cuello para verla. Regina sonreía, pasaba su cabello por detrás de la oreja y llevaba maquillaje. Leo se imaginó moviendo la silla con mucha dificultad hasta llegar a esa mesa y entonces, por arte de magia, la sonrisa de Regina desaparecería y diría algo como: ¿qué estás haciendo aquí? Como Regina lo dijo, no eran amigos. Y esa misma Regina, apareció en su trabajo lista para contratarlo como asesor legal. Como si los desplantes, insultos y muecas de odio que le dedicó en el pasado no hubieran existido, ella simplemente sonrió de la forma en que siempre lo hacía y dijo: “lo que necesito es un asesor legal y te quiero a ti” La respuesta fue obvia. No. Muy probablemente Regina ya había olvidado la forma en que lo trató, o no lo tomó en cuenta, porque para Regina, Leo nunca fue su amigo, pero él lo recordaba, tenía muy en claro cómo lucía el rostro de Regina cada vez que él aparecía. Por eso no entendía su propuesta, ¿por qué él?, Regina tenía suficiente dinero como para contratar a todo el despacho jurídico, no lo necesitaba a él en particular. La razón llegó tiempo después. Su familia. Su tío planeaba demandarla, su mamá ya le buscaba un esposo y su papá también lo pensaba, Regina estaba en una encrucijada, y según sus palabras, “mi plan era pedirte que trabajaras para mí, contarte el problema y sugerirte un contrato de matrimonio, a cambio de tu propio despacho” Leo deseó saber “¿por qué conmigo?” “No me importa casarme por contrato, puedo con eso, lo que me molesta es tener que casarme con cualquiera, quiero que sea alguien en quien pueda confiar” Y esa era la razón, Regina no necesitaba un amante, le bastaba con alguien confiable y qué mejor, que alguien por quien nunca tendría sentimientos románticos. De ser así, quizá no era tan malo, ambos formarían parte de un arreglo y después volverían a sus vidas, no era amor, eran negocios, así que respondió “hagámoslo” La respuesta de Regina fue tan seca como lo había sido toda su relación, su expresión no cambió, ella dio la vuelta, tomó una libreta y la mostró, como si quisiera que firmaran el contrato antes de que él cambiara de opinión. Y de la nada, lo besó. Se confundió un poco en ese momento, porque no lo esperaba y su corazón latió muy rápidamente. Por suerte, Regina le explicó. “Cámaras” Leo apretó el volante y volvió a poner sus emociones en su lugar antes de conducir. Ya fuera que logrará su venganza o su plan fallara, estaba seguro de una cosa. En el momento en que Regina le pidiera el divorcio, él se lo daría.
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