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1622 Words
¿A quién se le ocurre ponerse a martillar un domingo a las siete de la mañana, con música a todo volumen? Es que yo no puedo creerlo. El único día en el que me salvo de escuchar ruidos de herramientas y al maldito vecino se le da por despertarme temprano y hacer ruidos molestos un día de descanso. Bufo y tapo mis oídos con la almohada, pero no me sirve para acallar los estridentes sonidos que hace. Chasqueo la lengua y decido levantarme, ya es imposible poder volver a dormir. Me doy un baño mientras sigo escuchando al vecino golpear la pared, y ahora se suman sus cantos desafinados junto con la canción que escucha, la cual ni distingo cuál es. Me duele la cabeza y siento que va a explotar en cualquier momento. Estoy de demasiado mal humor como para continuar soportando sus gritos, su ruido y su música a esta hora, así que luego de cambiarme con el primer vestido floreado que encuentro, decido ir a su casa para pedirle amablemente que baje un poco el volumen. Ya he hablado con él un par de veces y no es mala persona, de hecho me llevo bastante bien, pero es un poco cabeza dura. Toco el timbre reiteradas veces hasta que al fin noto que baja la música y abre la puerta, pero me llevo una gran sorpresa al ver que no es Alfredo, el vendedor de flores de cincuenta años. A cambio, hay un muchacho joven, diría que apenas tiene más de treinta años, si es que llega. Sus ojos celestes, tirando a grises, me observan de arriba abajo con curiosidad, pero lo que más me llama la atención es su cuerpo, el cual puedo ver muy bien ya que apenas tiene puesto un short. Intento no quedarme con la boca abierta, pero creo que es imposible. Mis ojos van desde sus labios, que comienzan a curvarse en una sonrisa divertida, hasta sus pies calzados con unas Converse grises manchadas de pintura de todos colores y rotas, pero lo que me cuesta demasiado es apartar mi mirada de esos abdominales tan bien formados y las líneas que descienden desde sus caderas hasta alguna parte tapada por sus pantalones. Se cruza de brazos y noto como sus venas se marcan de una manera muy masculina, lo que me hace querer deslizar mis manos por sus extremidades. Trago saliva y sacudo la cabeza para salir de mi ensoñación. Debo parecer una loca. —¿Necesitás algo? —me pregunta al fin. Su voz suena aún más sexy que su apariencia, ronca, lenta y suave. Mi cara se calienta y me aclaro la voz. —¿No está Alfredo? —interrogo, tratando de sonar normal para que no se dé cuenta de todo lo que provocó en mí en menos de un segundo. —Alfredo anoche se cayó de las escaleras, se quebró una pierna y está en el hospital —comenta, poniendo una mueca de disgusto. Abro los ojos con asombro—. Así que vine a colocar algunas cosas que me pidió para que pueda hacerle más fácil la estadía en su casa mientras se recupera. —¿Y es necesario que lo hagas a las siete de la mañana un domingo con la música más fuerte que en un concierto? —cuestiono volviendo al tema por el que vine. Se encoge de hombros. —Obvio que sí, ¿vos podés trabajar sin música? —replica con naturalidad. —Sí, siempre trabajo sin música. —Entonces tenés un trabajo muy aburrido —expresa bufando—. Mirá, bonita, yo bajo la música, pero los martillazos los voy a tener que seguir haciendo. ¿Bonita me dijo? —Yo comprendo que estés haciendo tu trabajo, pero podrías hacerlo más tarde, ¿no te parece? —contesto con tranquilidad. —No, no me parece. Ahora, si me disculpas, tengo que continuar trabajando. —¿Y Alfredo cuándo viene? ¿Sos su hijo? —pregunto interesada. —No sé, no soy su hijo, soy un simple obrero que vino a hacer lo que le pidieron. ¡Y el muy atrevido me cierra la puerta en la cara! Me trago las palabras y vuelvo a mi hogar enfurecida. Mal educado. Ni siquiera es su casa y anda semidesnudo y con música a tope. Es increíble. Debo admitir, de todas maneras, que su mirada desafiante me dejó descolocada. También admito que perdí la cabeza durante algunos minutos ya que no esperaba para nada que semejante bombón me atendiera, pero tengo que mantener mi cordura, no es momento de pensar en hombres extraños, al fin tengo el trabajo más importante de mis últimos años y no puedo distraerme con nada. Mi mañana pasa relativamente rápido. Desayuno junto con los martillazos y ruidos de taladros y continúo editando las últimas fotografías de cómo quedaría la mansión de la señora Blackstar. Aún no puedo creer que esa señora me haya contactado para que reforme y decore su hogar, es la mujer más conocida de la ciudad y el trabajo más importante de mi carrera. Si no me va bien, me despido a mí misma como diseñadora y decoradora de interiores. A eso de las diez de la mañana, tengo que prender el ventilador porque estoy muerta de calor. Son los últimos días de noviembre y ya está por empezar el verano, eso también significa que falta poco para tener vacaciones, ¿pero qué me interesa? Este año dudo poder tener vacaciones. Me tomo un descanso y me pongo a limpiar un poco la casa, ya que es un desastre, y salgo a regar las plantas que tengo colgadas en el balcón. De paso me asomo para ver cuánta gente hay en la calle y casi me caigo al ver al albañil lavando el auto de Alfredo. ¿Puede ser tan sexy? Tiene el torso mojado y enjabonado y veo que cada tanto toma agua de la manguera y se moja la cabeza, haciendo que las gotas se deslicen por su piel. No puedo pensar con claridad, solo pienso en que pasaría hasta mi lengua por allí para tomarme hasta el… Levanta la cabeza y creo que me nota observándolo, porque suelta una risita y me saluda. Lo único que puedo hacer es levantar la mano a modo de cortesía y volver a entrar con rapidez a casa, con más calor del que estaba. Respiro hondo, está bien, tengo veinticinco años, sé que estoy en una edad en la que necesito sentir algo, pero jamás un hombre me había excitado de esta manera, con tan solo verlo. Lo bueno es que es algo pasajero, me parece atractivo, pero como no voy a volver a verlo nunca más no debería preocuparme. Es solo un albañil que vino a hacerle un favor a una pobre persona que está herida, aunque me parece raro que le esté lavando el auto al dueño de la casa. En fin, no es de mi incumbencia. Me mojo la cara para calmarme, ato mi cabello negro y lacio en una cola alta y vuelvo a la computadora para seguir con mi trabajo y distraerme. La verdad, es que no puedo pensar en otra cosa que no sea en este desconocido mojándose el cuerpo. La imagen mental que me quedó es muy fuerte y lo único que deseo es tirarme por la ventana y caer sobre él. Controlate, Malena, parecés una loca necesitada, pienso para mí misma. Bueno, loca no soy, pero quizás sí esté un poco necesitada y no me di cuenta hasta este momento. Resoplo y niego con la cabeza, seguramente lo único que necesite es distraerme un poco, estoy demasiado nerviosa con el trabajo y eso me hace pensar demasiado. Sí, debería llamar a Sofía, mi mejor amiga, para salir uno de estos días, no puedo seguir encerrada. Ya hasta cualquier hombre me distrae. Bueno, no cualquier hombre, es uno que claramente está hecho por los dioses. Tocan el timbre de casa y frunzo el ceño. No sé quién será, pero solo espero que sea el obrero de al lado, que me agarre por la cintura y me besé apasionadamente pegada contra la pared. Saco esas ideas de mi mente y suelto una risita por lo bajo, mi imaginación está bastante tonta el día hoy. Abro la puerta y me encuentro con mi mamá entrando sin invitación, con una bolsa enorme en sus manos y mirándome como si me hubiera dicho algo y no la escuché. Arqueo las cejas mientras vuelvo a cerrar. —¡No me digas que te olvidaste! —exclama con sorpresa. Me escudriña con sus ojos verdes, idénticos a los míos, y niega con la cabeza en un gesto de disgusto. —Ehh… ¿qué cosa? —cuestiono temerosa. —¡No lo puedo creer! ¡Te olvidaste que hoy venía a almorzar con vos para celebrar lo de la mansión! Menos mal que traje comida, sino deberíamos pedir algo por delivery. Suspiro de alivio. Pensé que era algo mucho más importante. Le dedico mi mejor sonrisa de inocencia y me encojo de hombros mientras la acompaño hasta la cocina. —Debo admitir que sí, me olvidé, pero lo bueno es que hay vino tinto para acompañar esa rica carne que trajiste. —Bueno, con eso solucionas todo —contesta. Nos reímos, saco la botella de la alacena y sirvo el contenido en dos copas. Creo que me va a hacer muy bien un trago. Mi mamá levanta la copa para brindar y esboza una sonrisa de oreja a oreja. —Por mi hija, para que le vaya bien en su nuevo trabajo y que salga todo como desea. —Gracias, mami. —Aparto un mechón rubio teñido de su ojo con ternura y me sonríe. —Salud —decimos a la vez, chocando nuestras copas. Mi mamá es un buen método de distracción, sin ninguna duda, así que sé que para mañana no voy a recordar al joven de ojos claros que conocí hoy, estoy segura de que lo voy a olvidar.
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