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1699 Words
Un nuevo día comienza y me cuesta levantarme de la cama. Apenas es mi tercer día de trabajo y ya me siento cansada, pero tomo fuerzas y me levanto de un salto. Si lo hago con agilidad voy a tener menos pereza y me voy a despertar más rápido. Me voy a dar un baño y solo me visto con un vestido largo y suelto color rosa y unas sandalias muy finas que tienen una pequeña flor en su hebilla. Si hoy va Alejandro, prefiero estar vestida de manera simple y que no se queje de mi estilo. Me preparo una taza de café y me dedico a ver las noticias matutinas solo para saber cómo va a estar el clima el día de hoy. Dan tormenta fuerte por la noche, pero para esa hora voy a estar en mi casa así que no me preocupa. Cuando termino de desayunar, preparo mis pertenencias en mi bolso y salgo para la mansión. Salgo a la calle y tengo que entrecerrar los ojos por el sol, ¿en serio dan lluvia para hoy? Lo dudo mucho. Encima hace tanto calor que pareciera que estoy metida en el mismísimo infierno. Camino hasta la parada del colectivo y me siento a esperarlo. Pasan diez minutos y no aparece, ya me estoy preocupando porque siento que voy a llegar tarde, aunque me falten cincuenta minutos para mi horario. Chasqueo la lengua y miro la hora. Sí, aún es temprano. Un auto llama mi atención a lo lejos. Es un Lamborghini color azul noche, no sé qué modelo porque nunca sé nada de autos, pero está tremendo. Toda la gente que lo nota se detiene a mirarlo y no puedo quedar más impresionada de lo que estoy. De repente, el coche se detiene justo delante de mí y el vidrio comienza a bajar con lentitud. Abro los ojos sorprendida al ver que es Alejandro Blackstar. Debería haberlo imaginado. —¿Te llevo? —me pregunta bajando sus lentes de sol para mirarme. Solo no puedo contener mi asombro y emito sonidos raros con la boca hasta que termino asintiendo. No pienso perderme la oportunidad de andar en un auto de estos, la verdad, aunque me incomode estar con este hombre. Estoy por abrir la puerta, pero esta se abre hacia arriba y me asusto. Mi acompañante oculta una sonrisa y me ayuda a subir. Bien, esto es más pequeño de lo que pensaba. Los asientos son de cuero, y tiene partes hechas con terciopelo. Es todo tan lindo que no quiero ni apoyar mis pies en el suelo para que no se ensucie. —Buen día —lo saludo medio minuto después. Hace un gesto con la cabeza y comienza a conducir. Su perfume inunda todo el coche y me pica demasiado la nariz, intento contener el estornudo, pero ya me están llorando los ojos. Tampoco quiero quedar mal, pero ya no puedo seguir con esto, así que lo suelto. Lo peor es que me sale un estornudo súper fuerte por haberlo contenido por tanto tiempo, así que me mira como si hubiese dicho algo extraño. —Salud —termina diciendo, volviendo a mirar al frente. —Gracias —replico buscando algún pañuelito en mi bolso. Me sueno la nariz y suspiro. Si no es el perfume, es que me resfrié por culpa de Lucas que me tiró ayer al agua helada. Le dije que íbamos a ir a almorzar en la semana, pero todavía no hablé con Sofía en ningún momento. —Más tarde podemos ir a algún negocio a buscar esas cerámicas que quiere comprar —expresa él en voz baja. Arqueo las cejas y niego con la cabeza. —No, luego le muestro el catálogo y le digo cuál me parece que quedaría bien para su baño. —Bueno, está bien. Igual, señorita Torres, me gustaría que sea sincera con respecto a todo, incluso mi apariencia —dice. Frunzo el ceño. —¿Su apariencia? —pregunto con confusión. Hace un sonido afirmativo—. No lo entiendo, perdón. —Soy muy crítico conmigo mismo, me gustaría tener una versión sobre mí de una chica… —Me observa de arriba abajo y se detiene en mis hebillas con flores—. De una chica humilde. Siento que mi cara se transforma en una mueca de disgusto y ruedo los ojos. —¿Quiere crítica de su apariencia o de su personalidad? —cuestiono con molestia. —Por ahora, de mi apariencia, puesto que aún no me conoce lo suficiente como para dar un juicio sobre mi persona. Quiero que me diga qué le parece mi atuendo. Lo observo con lentitud. Otra vez tiene un traje puesto y unos zapatos bien lustrados. —Me parece aburrido —respondo con sinceridad. Espero que no me eche por esto, pero él me lo pidió—. Yo sé que usted es un hombre de negocios, pero la verdad es que ese traje y esos zapatos me dan la sensación de que usted es una persona aburrida, que no tiene tiempo para relajarse y que tiene ganas de controlar todo. Se queda en silencio y suspira. —Lo peor es que tiene razón y la pegó en todo… Eso demuestra que las apariencias no engañan, lo que contradice mucho a mi madre —replica pensativo. —A ver, usted acaba de decirme que soy humilde por mis sandalias, pero… ¿qué más puede decir sobre mí? —decido interrogar. Ya que está en ese modo, prefiero saber lo que tiene que decir. Como justo nos agarra el semáforo en rojo, aprovecha para observarme con más atención. Su mirada me pone realmente nerviosa, sé que me mira como si fuese una de las chicas que entrevista como para ser modelo, pero me hace sentir demasiado extraña. Se encoge de hombros. —Me hace ver que es una mujer sencilla, repito que es humilde, que no le importan los lujos, pero también me hace sentir que usted es un poco descuidada e infantil —manifiesta con honestidad. En parte tiene razón, incluso sí me considero un poco descuidada, pero no soy infantil. —¿Por qué piensa que soy infantil? —Bueno, usa vestido rosa, parece algo que usaría una nena… y usa sandalias de hebilla con florcitas. Evito decir algo, pero debo admitir que en parte tiene razón, casi todo mi vestuario es rosa o tiene flores, aunque eso no quiere decir que sea infantil, sino que me gusta mucho este color y siento que queda bien con mi piel. —¿Entonces en qué te cambia saber lo que pienso sobre tu apariencia? —pregunto, ya que a mí no me cambia en nada lo que piense sobre cómo me visto. —Bueno, me ayuda a elegir y seguir buscando estilos. Además, quiero crear una línea de ropa para hombres que no se cuidan y quiero promocionarla —responde. Arqueo las cejas y me siento medio mal, eso me sonó a que quiso decir que me gustan los hombres descuidados. Para no discutir con él, no sigo con la conversación. Mejor me dedico a mirar por la ventana. Ahora que lo pienso, hice muy mal en subir con él al auto. Con la mala fama que tiene, quizás es un secuestrador de jóvenes que luego obliga a hacer cosas contra su voluntad. Trago saliva y me remuevo en el asiento con incomodidad, quiero llegar ya mismo a la mansión. —¿Le puedo cambiar el estilo? —interroga de repente. —Perdón, ¿qué? —digo incrédula. Definitivamente, cada vez estoy más segura de que todos los hombres que me rodean están locos. —Eso… si me dejaría regalarle ropa nueva que se ajuste a lo que pienso sobre usted —contesta con total normalidad. De a poco ya vamos entrando a su barrio, se nota por la cantidad de casas hermosas y enormes que hay, en esta zona viven todos los de clase alta. —No sé qué decir… la verdad jamás pensé en cambiar mi manera de vestir, de hecho, ni siquiera me importa, pero te propongo un trato, si me cambias, también te cambio. Entramos a su hogar y estaciona en un garaje gigantesco con diez autos más que se nota que son demasiado caros. ¿Cuánta plata gana esta gente vendiendo maquillaje? —Bien, estoy de acuerdo —termina diciendo él tras una larga pausa—. Si me gusta cómo decoras la casa, te dejo cambiar mi estilo. Sino, yo cambio el tuyo. Bajamos del auto y aprovecha para volver a mirarme con esa expresión evaluadora. Me cruzo de brazos a causa de la inseguridad que me provoca. —Podrías trabajar conmigo como modelo —expresa rascando su barbilla. Hago una mueca de horror y niego repetidamente con la cabeza. —¡Ni loca! Pero gracias por el cumplido —contesto saliendo del garaje a paso rápido. La que falta es que ahora este también me quiera coquetear, suficiente tengo con Lucas. Entro a la mansión y me sorprendo al ver que ya están la mitad de los obreros trabajando. ¿Pero por qué vinieron tan temprano? —Hola, Malena —me saluda Juan. Le devuelvo el saludo—. Mi hijo va a llegar un poco más tarde, pero me dijo que te avise que ya están disponibles las flores que compraste y quiere que las veas. ¿Las flores que compré? No tengo ni idea. —Eh… bueno, gracias —digo sonando como si supiera de lo que habla. Quizás los chicos que duermen ahí pidieron su propio tapiz y no me avisaron. Me dirijo a la habitación y allí noto un jarrón de flores con tulipanes. Me lo habrá dejado el jardinero. Al acercarme, me doy cuenta de que tiene una nota, así que la leo. “Perdón por haberte tirado al agua ayer, te ofrezco estas flores como disculpas, espero que las aceptes. L.” Me quedo anonada, admirando las flores y observando el papel con confusión. ¿Es que ahora es un romántico o sigue siendo su método de conquista? Sea lo que sea, no pienso dejar que esto me ilusione, ni tampoco voy a permitir que me compre con estas cosas. Niego con la cabeza, el maldito me está comprando, estoy segura. Chasqueo la lengua y dejo el jarrón en su lugar. Cuando lo vea, me va a escuchar, apenas lo conozco y ya estoy cansada de sus juegos. No va a haber manera de que me convenza, le voy a poner los puntos para que no me moleste más y punto. Observo las flores y suspiro. Esto no puede quedar así.
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