El lunes llego a la mansión con la cabeza baja. No quiero ni mirar hacia el frente porque sé que probablemente voy a tener la mala suerte de cruzarme a Alejandro y también hay posibilidades de que me encuentre con la mirada seductora de Lucas. Bueno, de eso no me voy a poder escapar, pero cuanto más retrase el momento, mejor. Espero que no me pregunte porqué abandoné el boliche el otro día… ¡Ay, no! ¿Y si me vio tocándolo a Blackstar? Espero que no, seguro pensaría que soy una cualquiera que anda ofreciéndose al hombre que le da trabajo… ¡bah! ¿Qué le importaría a él? ¿Por qué me preocupa tanto lo que piense de mí?
Chasqueo la lengua mientras continúo dándole vueltas a mis pensamientos mientras intento hacer equilibrio con lo que tengo en mis manos. Llevo una caja pesada con carpetas y muestras necesarias para continuar con la decoración. Al fin llegó todo lo que pedí y no doy más de la emoción, quiero probar las cosas ya mismo.
Subo los escalones con todo el cuidado del mundo, ya veo que en cualquier momento caigo rodando y voy a ser el hazmerreír de los obreros que me rodean. Lo peor es que ninguno se ofrece a ayudarme.
—¿Necesitás ayuda? —me pregunta la voz ronca que me eriza la piel. No logro verlo porque la caja tapa lo que tengo frente a mí y él se interpuso delante. Odio decirle que sí, pero no creo aguantar diez escalones más con estos objetos.
Decido pasárselo y se da vuelta para continuar subiendo. La lleva como si fuera una pluma y hago una mueca divertida. Él debe agarrar kilos de cemento todos los días, levanta paredes, usa muchísimo la fuerza y yo lo admiro como si estuviera llevando un elefante sobre sus espaldas.
Llegamos a la habitación y coloca la caja en una de las mesas que usa para apoyar sus herramientas.
—Hola —me dice cuando nota que lo estoy mirando.
—Hola —lo saludo corriendo mis ojos. Cierto que había dicho que no quería verlo, pero fue el primero al que me crucé. Suspiro y me dirijo a las pertenencias para ver por dónde empiezo—. Ya traje las muestras del papel tapiz, los chicos quieren que sea de flores así que…
—¿Flores? —me interrumpe con expresión sorprendida. Asiento con la cabeza—. No, no va eso. Esto va a ser un cuarto de juegos, no puede tener flores en las paredes.
Arqueo las cejas y ruedo los ojos.
—¿No habíamos quedado en que iba a ser ambas cosas? A ver, los chicos quieren un diseño de flores y eso van a tener. Vos solo encargate de lo tuyo, yo me encargo de lo mío, que es satisfacer las necesidades del cliente.
—¿Y podés satisfacer mis necesidades? —cuestiona apoyándose contra una pared y se cruza de brazos, haciendo puchero con la boca. Contengo una sonrisa porque se ve demasiado tierno—. El otro día me quedé con las ganas de bailar con vos, era solo un baile, pero al parecer preferiste concedérselo al idiota de Blackstar… —Carajo, me vio—. Igual, lo comprendo, obviamente que preferirías hacerlo con él, ¿no? Digo, tiene buen porte, tiene una buena billetera, excelente billetera, en realidad. Probablemente tiene mucha experiencia porque tiene esa fama de mujeriego que a muchas mujeres les atrae…
—Pará un poco —lo corto antes de que siga diciendo incoherencias—. No bailé con Alejandro porque quise, él solo llegó y no pude decir que no. Otra cosa, no soy material y no me interesa la cantidad de plata que tiene en el banco, sí es cierto que no es feo, pero no es mi estilo. Y por último, ¿qué te importa si elegí estar con él o qué? ¿Acaso estás celoso? —digo con tono burlón y seguro. Suelta una carcajada irónica.
—¿Celoso? ¡Ya quisieras! No me interesa si te acostaste con él, yo solo decía. —Se encoge de hombros y rápidamente se pone a sacar todos los elementos de su caja de herramientas—. Si los chicos quieren flores, flores van a tener.
—Al fin una respuesta sensata.
Me mira con mala cara y entrecierro los ojos como desafiándolo. Estoy convencida de que está celoso, sino, ¿por qué me diría todas esas cosas que comentó sobre Alejandro? Es obvio, y debo admitir que me encanta que esté un poquito celoso.
—¿Tengo algo en la cara? —interroga con molestia. Me río y hago un sonido de negación mientras saco las carpetas que necesito—. Es que me estás viendo raro.
—¿Cómo te veo? —pregunto divertida.
—Así, como riendo. ¿Estás bien? Es que estás sonriendo mucho y me asusta…
—Ja, ja, qué gracioso —replico con ironía. Borro mi sonrisa de inmediato, la que falta es que piense que me gusta o que estoy coqueteando con él. Esperen, creo que ya lo sabe, no es un secreto lo que provoca cuando se acerca a mí.
Chasquea la lengua cuando se le cae el martillo al piso sin querer y hace una exclamación de sorpresa cuando ve que se rompió el suelo.
—Ay, ahora también vamos a tener que cambiar el suelo, genial —expresa con pesadez. Me acerco para ver qué pasó y noto que se hizo un pequeño agujero, pero no es tan grave. Me agacho para mirar mejor y frunzo el ceño al observar que no se rompió el piso, sino que se corrió la madera.
—Es como un escondite —digo impresionada—. Ayudame a levantar esto.
—¿No es un delito espiar? —inquiere—. Mirá si hay miles de dólares, podríamos robarlos, hacernos ricos, nos escapamos y nos hacemos pasar por pareja mientras nos metemos en casinos a estafar más gente y seguimos ganando dólares y nunca más vamos a tener que trabajar…
—Soñás demasiado o ves muchas películas —lo interrumpo—. Si es plata, solo lo dejamos ahí.
—¿Y si es otra cosa?
—No tengo ni idea.
Cruzamos una mirada y nos reímos antes de levantar las tablas que sentimos sueltas. Aparecen flores secas, cartas con olor a humedad y tinta borrosa y una bolsita con anillos de compromiso. Intento contener mi emoción, me encanta encontrar estas cosas. Comprendo que estoy entrando en un terreno íntimo de alguien, pero no puedo contenerme. Necesito leer aunque los remitentes de las cartas. Lucas me mira con curiosidad, pero no distingo si sus ojos brillantes son a causa de la emoción de encontrar algo que puede ser un tesoro o por otra cosa.
Vuelvo a mirar los sobres y los leo en voz alta para él también.
—De Freud para Mi amada Amanda —digo. ¿Pero el marido no se llamaba Osvaldo? Bueno, ella me confesó que había tenido amantes, pero no me imaginé que hasta el nivel de mandarse cartas de amor.
—¡Dale, mujer! Dejá de dudar tanto y leela que no aguanto la intriga.
Le doy la carta a él para que tenga los honores y la toma con expresión de felicidad. No puedo evitar reír. Se aclara la voz para leer.
—Mi amada Amanda, mi Amanda amada, estoy solo pensando en nadie más que vos. Me es difícil estar en un lugar tan alejado, separado de tus besos, aunque vivamos solo a metros. Me es aún más difícil pensar que compartís la cama con otro hombre que no te aprecia ni te añora como lo hago yo. Muero por despertar a tu lado, con mi cabeza entre tus pechos y apoyar mis labios en ellos, continuar con mi lengua hasta tu punto más placentero y escuchar mi nombre salir de tus labios en forma de susurro…
—¡Estás mintiendo! No dice eso —digo, sintiendo que comienzo a acalorarme. No por la carta, sino por el modo en el que la está leyendo, es como si estuviera metiéndose en el papel, hablando cada vez más suave, sensual y masculino. Me mira como si hubiese dicho una locura.
—¿Por qué estaría mintiendo? ¡De verdad dice eso! —Me muestra esa parte y arqueo las cejas. Es como un sexting del pasado, ya que los mensajes eran por carta—. ¿Sigo leyendo?
Asiento con la cabeza y se queda leyendo un instante en silencio. Luego levanta la vista con expresión avergonzada y niega con la cabeza. Está rojo y me sorprendo, ya que él es tan desvergonzado, supongo que la carta está bastante fuerte.
—Dejémoslo en la parte romántica, nada más —agrega guardando el papel de nuevo en el sobre.
—¿Por qué? ¿Qué dice? —cuestiono interesada.
—Digamos que el hombre se emocionó demasiado. —Deja la carta en donde estaba y vuelve a colocar las maderas.
—¿Era algo malo? ¡Quería seguir leyendo!
—A ver, ¿cómo te lo digo? —Se rasca la nuca y me mira—. Básicamente, ese tipo escribió todo lo que quiero hacerte, pero demasiado explícito. Así que tenés dos opciones.
—¿Tengo dos opciones? —repito, sin dejar de pensar en lo que dijo recién.
¿Todo lo que quiere hacerme? Es que estaba llegando a algo cada vez más profundo y excitante… de tan solo imaginar los labios de Lucas sobre mis partes más privadas siento que estallan mis hormonas.
—Sí, la opción uno es sacar de nuevo la madera y terminar de leerlo. La opción dos es comprobarlo por vos misma… Te doy tiempo para elegir.
—¿Qué cosa tengo que comprobar por mí misma? —interrogo con voz temblorosa. Se ríe y veo que duda en si acercarse a mí o no, pero se mantiene alejado.
—Ya sabés… lo que decía la carta, bonita, yo te lo puedo demostrar.
—Ah, prefiero leerlo —contesto restando importancia con la mano, aunque es más para convencerme a mí misma.
Esboza una sonrisa torcida y se pone a trabajar, martillando la pared que está manchada de humedad. Yo solo me quedo observando a la nada con la duda en mi rostro. ¿Leo la carta o la compruebo por mí misma? Bueno, la decisión no es nada difícil.