Esto es muy raro. Quiero intentar llevarme bien con él porque me intriga, y porque no soy mala, creo que necesita una amiga. Parece alguien solitario y empiezo a dudar de si está aquí solo.
—¿Estás vendiendo drogas?
Me tapo la boca con los ojos bien abiertos. No me creo que acabe de preguntarle eso. Me mira con las cejas juntas y una sonrisa bastante irritante empieza a sacar con los labios rodeando el cigarro.
—No tienes pinta de consumirlas.
No iba por ahí pero por lo menos se lo ha tomado bien Qué bochorno.
—Pues claro que no.
—¿Y porqué lo preguntas entonces?
—Por nada —me retracto.
Pasa una pierna dentro de la bañera. No se irá a meter, ¿verdad? No cabemos los dos aquí. Pasa la otra pierna y se planta de pie en la bañera delante de mi, sus zapatillas rozan las mías.
—¿Crees que vendo droga?
Me resbalo hasta tener la espalda completamente pegada en el borde de la bañera y recojo las piernas todo lo que los pantalones de cuero me dejan (que no es mucho). Pero no se sienta dentro, lo hace en el borde en un pequeño espacio que prolonga la bañera hasta la pared. Se ve enorme ahí sentado.
—¿Crees que creo que lo haces?
Se quita el cigarro de los labios y agito la mano para que el humo no me llegue.
—Creo que me tienes miedo por mucho que lo niegues —asegura.
—¿Debería tenerte miedo?
El ambiente me espanta. Todo se queda en silencio y me mira desde esa altura de una forma que me hace querer huir bien lejos de él. Pero apuesto a que es lo que quiere, seguro que toda esa fachada es para asustarme. ¿Pero debería? En el fondo no lo creo. Creo que Seth es mejor de lo que quiere hacerme creer a mí y al resto, sino no me hubiera "salvado" de Tomy y sé que podría haber sido mucho más hiriente y seco conmigo esta última semana.
—¿Tú qué crees?
Creo que si intento ser su amiga no debería tenerle miedo. Las yemas de los dedos me pican y dudo un segundo. Sé lo que es eso, me he pasado años en el instituto fingiendo ser una persona súper segura de mí misma, poniendo excusas a mis amistades para no hacer planes cuando no me sentía bien. Tal vez es al revés, puede que Seth tenga miles de amigos detrás y sólo es así en clase. Yo tenía muchos amigos en el instituto y me pasaba los días encerrada en casa sin salir. Sé lo que es no sentirte parte de nada.
Estiro la mano hacia él.
—Soy Megan —digo—. Aunque yo empecé con buen pie contigo, creo que tú conmigo no. Así que... Soy Megan.
Me mira la mano estirada hacia él, le pega una calada a su cigarro y suelta el humo. Nunca he empezado de cero con alguien estando tirada en una bañera. Es raro y por un momento creo que me va a mandar a la mierda, que se va a levantar y me va a dejar con este gesto como a una ridícula, pero estira la mano y es la primera vez que me toca. Tiene la piel algo rugosa y callosa en la mano, por no hablar de lo grande que se ve contra la mía y el contraste de sus tatuajes negros y mi piel pálida.
—Chico Misterio —dice y escucho la gracia en su tono de voz.
Sonrío, es la primera vez que lo hago así a su alrededor porque por primera vez no creo que se burle de mi.
—No te lo puse yo —me excuso—. Ya te llamaban así cuando llegué.
—Lo sé. Lo llevo escuchando dos años.
¡¿Dos años?! Así que es dos años mayor que yo... Veinte o veintiuno
—¿Llevas dos años así de solitario? No me extraña que tengas es actitud —bromeo—. Y... ¿por qué te has encerrado en un baño en una fiesta?
—Estás en una bañera de mirona, dime tú.
—Que no estoy de mirona, estoy de descanso.
—¿En una bañera?
—Lo hago siempre que vengo.
—¿La próxima vez volveré a encontrarte aquí?
Me encojo de hombros. Si insinúa que quiere verme de nuevo, debería saber que el lunes volveremos a toparnos en clase, y si lo dice como algo más...
—Seguramente.
Veo cómo se le tuercen los labios bajo el cigarro, no es un gesto que pase desapercibido para mi aunque sea mínimo. Y me agrada que no me salte con algo hiriente o brusco.
—¿Tú sueles encerrarte también en baños cuando sales de fiesta? —le pregunto.
Parece estar más a terminarse su cigarro que a la conversación, por eso no me da una buena contestación.
—Algo así.
Pasamos bastantes minutos en silencio. Él fuma desde el borde de la bañera y yo no creo que pueda conseguir salir de aquí sin que se rajen los pantalones por la costura o los tacones se me resbalen y me mate. Ya estoy mucho más relajada, no tengo más ganas de vomitar (salvo por el humo del tabaco) y la cabeza no me retumba; puedo pensar y creo que el aire frío de la calle me despejará en una caminata ligera hacia la residencia. Lo bueno del campus es que hay un coche de seguridad que patrulla de un lado a otro por las noches, es una de las cosas por las que mi madre adoró esta universidad a parte del echo de que es la mejor más cercana de casa. No creo que hubiera aguantado tenerme más lejos porque aún a siete horas de distancia, intento ir todo lo que puedo y hablamos todos los días.
Me agarro del borde de la bañera y uso toda mi fuerza en levantarme sin caerme. Consigo estar de pie y logra ponerme nerviosa el movimiento de sus ojos sobre mi cuerpo. Sé que esto no es mi estilo, estos pantalones de cuero, este jersey ajustado, el maquillaje para el que Claire y yo nos hemos visto un tutorial... Paso un pie fuera de la bañera, consigo salir sin abrirme la cabeza y me quedo un segundo fuera pensando mi siguiente movimiento.
—Pues... Adiós —me despido.
Tengo que volver a ver a Claire y a Jane, además, aunque creo que como otras veces se quedarán a dormir en la cama de Joel.
Seth me agita la cabeza, es un gesto bastante seco para acabar de compartir un momento en una bañera, pero me conformo porque no creo conseguir mucho más de él. Cuando agita la cabeza, la luz blanca del baño reflecta en los aros de su nariz. No me creo que haya sido capaz de estar aquí encerrada con un chico pasando un rato "de descanso".
¿No pudo ser así en la estación de servicio? Me ha llegado a caer bien, aunque ya veo que no es muy hablador y que la conversación se corta cuando él lo decide.
Le quito el seguro a la puerta y le doy una última mirada antes de irme. Cierro la puerta y sólo miro atrás cuando llego a las escaleras para comprobar que no ha salido del baño. Paso un buen rato intentando encontrar a Claire y a Jane, no están en el grupo con los amigos de Joel y él tampoco está. Le toco el hombro a uno de sus amigos, y me cuesta entender lo que me dice por la borrachera.
—¡Megan!
Quiero pasarme la mano por la frente como lo hacen en los dibujos animados. Joel me levanta la mano desde unos metros y rápidamente le encuentro.
—¿Y las chicas?
—Las he llevado a dormir, han caído rendidas.
Hasta aquí ha llegado.
—¿Puedo ir a recoger mis cosas de tu habitación?
—¿No te quedas? —me pregunta, pero ya me hace paso de nuevo al piso de arriba.
—Volveré a la residencia —respondo.
Se ofrece a llevarme, confío en Joel porque es muy bueno, es el chico que cualquiera querría, mi madre lo adoraría. Lleva con Jane desde que ella iba al instituto, creo que se aman. Yo no sé qué es eso, jamás he tenido novio y me parece que queda mucho para que eso pase.
—No, gracias, me vendrá bien andar —digo.
La realidad es que ha bebido y no me montaré en su coche. Son diez minutos, pero aún así ha bebido demasiado y no puedo. Cuando atravesamos el pasillo de la planta de arriba, al pasar junto al baño la puerta se abre y Seth me golpea el hombro con su cuerpo. Consigue girarme y le miro con los ojos entrecerrados, él me mira, ya no está fumando y abre la boca, creo que para decir algo, pero Joel me coge del brazo para no perderme y cuando quiero volver a ver a Seth, su cuerpo ancho camina hacia el final del pasillo.
—¿Ya sois amigos? —me pregunta—. Jane me contó lo de vuestro trabajo juntos.
El silencio que hay en su habitación me relaja. Las dos están tiradas en su cama bajo la sábana y se ha tomado la molestia que quitarles los zapatos. Camino casi de puntillas para que los tacones cortos de mis botas no hagan mucho ruido. Recojo mi abrigo y me pongo la bufanda y el gorro que tenía en el bolso grande. Joel me acompaña de vuelta a la salida y me insiste un par de veces más en llevarme, pero lo rechazo amablemente.
—¿Segura? No vaya a ser que haya un asesino de novatas —se burla.
—No te metas con mis paranoias —me río.
Siempre llevo un spray de pimienta en el bolso muy a mano y camino por las calles más centrales del campus para no desviarme. Veo el coche de seguridad un par de veces y me hundo más en mi abrigo tirando de mi gorro hasta que me cubre las orejas. Pasan otro par de coches con la música a todo volumen y algunos me aterran porque los veo haces zig-zag y pueden tener un accidente.
Para cuando voy a la altura de la mitad del campus, una moto pasa a toda velocidad por mi lado y el viento que genera me hace temblar. Para mi va muy rápido pero frena sin ningún problema a un par de metros y sé quién es sólo por el vehículo. Tengo buena memoria, me viene de perlas con los exámenes.
—¿Me sigues tú a mi?
Me mira de reojo cuando gira la cabeza. El pelo n***o le cae por la frente, revuelto en ligeros rizos por el viento y cómo me esperaba en él, va sin casco. Eso creo que es ilegal.
—No te lo voy a preguntar dos veces: ¿Te llevo?
—No sabes dónde voy.
¿Y en una moto? ¿Sin casco? ¡¿En una moto?! Puede resbalarse en una curva, o girar mal y nos caemos, y sin casco... A mi madre le daría un infarto si supiera que me he puesto en este peligro.
—Te debo una.
Uh. Le ha tenido que costar decir eso, no parece alguien que admita los favores.
Me pongo a su altura, lleva unos guantes de algo que parece cuero para agarrar el manillar de la moto y no congelarse las manos y casi se le tapan los tatuajes del cuello con el abrigo subido hasta el tope. Pero casi, porque algunas llamas del fuego en tinta negra le llegan a la mandíbula.
—Voy a la residencia, está cerca —le aseguro—. Deberías usar un casco, es peligroso.
Levanta una ceja.
—¿Segura?
Por lo menos estoy abrigada, puedo caminar hasta allí a pesar del dolor del pies, de que tengo congelada la cara y de que me muero de sueño. Ya no es porque no le conozco, sé que no me hará nada porque ha tenido muchas oportunidades, es porque no da seguridad un vehículo de dos ruedas.
—Ummm... sí, creo que sí.
Serían diez minutos más si atravesara el campus, pero caminando por las calles principales me deben de quedar quince. Tampoco es tanto.
—Es tarde —dice.
Demasiado, lo sé. No hay nadie caminando por aquí, soy la única. Pero es por la moto.
—Si tuvieras un coche, seguramente me devolverías el favor, pero te lo perdono.
Creo escuchar una ligera risa burlesca de su parte.
—Eres una estirada —me suelta—. ¿Te da miedo una simple moto?
—No es miedo, es respeto.
Agita la cabeza. Baja los pies al suelo, se ve como un mafioso subido en la moto, agarra el extremo del asiento y lo levanta sacando de él un casco n***o. Oh... le gusta el riesgo y el peligro de abrirse la cabeza cuando conduce... ya veo. ¿Si le da igual si vida qué hará con la mía? Pánico.
—Póntelo —me ordena.
El casco me golpea el pecho y lo atrapo algo torpe antes de que se caiga. El corazón se me acelera. ¿Voy a subirme a una moto?
—Es que...
—No seas estirada, eres una monja de mierda.
—No lo soy —refunfuño.
—Pues sube. No te voy a devolver aquello en otro momento. Ahora o dejas de joderme.
Es sobre eso, no está siendo bueno, lo escucho en su tono. Quiere quitarse el hecho de devolverme algo y que no se lo recrimine. Y la verdad es que ver que le molesta esto me gusta. Agarro el casco con fuerza. ¿Qué serán, dos minutos rápidos? Puede que ni me entere. El corazón me late desbocado por la adrenalina cuando me acomodo el casco, Si cierro los ojos con fuerza ni me enteraré, será cómo ir al parque de atracciones. Estiro una pierna, los pantalones no me acompañan en el gesto y me dejo caer detrás de él.
—Estúpidos pantalones —mascullo para mí misma.
—Por lo menos has dejado de vestirte como una monja.
¿Qué?
—No hablaba contigo.
¿Es que se fija en mi ropa? Es la más normal del mundo aunque intento verme bien porque la confianza es importante aún para ir a clases. Pero sí, sé que mi ropa no es la más llamativa ni la más atractiva para alguien de nuestras edades.
Me acomodo, los guantes se me resbalan en el asiento cuando intento acomodarme mejor y poner algo de distancia entre los dos.
—Sujétate.
Creo que las motos deberían tener agarradores. ¿Qué espera que haga? ¿Qué le toque? Hace rugir el vehículo y del sobresalto clavo mis manos sobre su abrigo a los lados de su cuerpo. Ni siquiera debe notar que le estoy tocando, hay demasiada tela de por medio. Y no conduce tan deprisa, así no tengo que hacer más contacto. Me tiembla el cuerpo entero, diría que por el frío pero es por la adrenalina. Ni siquiera me entero, son apenas cinco minutos de trayecto y huyo de la moto casi tropezándome al bajarme frente a la residencia.
—No ha estado mal, ha sido casi divertido —admito y le paso el caso recolocándome de nuevo el gorro y el pelo.
—¿Casi?
—Eso he dicho, sí. Y que sepas que esto no se compara con lo que yo hice por ti —bromeo.
En realidad me da igual, no necesitaba que me lo devolviera, no es ese el propósito por el que yo hago favores. No dice nada, se levanta y vuelve a abrir el asiento.
—Deberías ponértelo —digo sin pensar.
—No eres nadie —me suelta.
Ahí está. El Chico Misterio o más bien Chico Irritable ha vuelto a salir a la luz. Me hace resoplar y de un giro de talones hago el camino hacia la residencia. Escucho el motor de su moto cuando empujo la puerta.