Episodio 1

795 Words
Damián tenía semanas insistiendo en que conociera a sus padres, lo cual me aterraba, no sólo era una familia rica y poderosa en la ciudad, Damián era el menor de cuatro varones, no quería ni imaginar cómo eran las novias o esposas de sus hermanos, debían ser hermosas, con clase, de familias ricas, en cambio yo, una simple estudiante de bioanálisis y mis padres profesionales pero trabajadores asalariados, mi nivel de vida jamás se podría comparar con el de ellas. Había quedado en llegar a mi apartamento para explicarme todo lo que debía saber antes de ir a su casa con su familia, como si necesitara más presión. Damián es atractivo e inteligente, pícaro y mujeriego antes de mí, según todos nuestros conocidos en común y dedicado solo a una chica después de mí. Quería creerlo. Llegó, llevaba el cabello rapado y una expresión de niño travieso, vestía una chaqueta de cuero negra que lo hacía ver cómo un chico rebelde, pero nada más alejado de la realidad, era dulce y bien portado. —¡Creí que no llegarías hoy! —dije. —¡Lo siento! Sé que es tarde, pero Sergio me pidió un favor —se justificó. —Sergio es el tercero, tiene veintisiete años y su novia es Nim, él es el abogado y ella modelo —contesté. —Pero si ya sabes bastante. No hay nada que repasar. Pasemos a la acción —dijo coqueto. Me abrazó por detrás y hundió la cabeza en mi cuello, me tenía atrapada, comenzó a tantear mi sexo con una de sus manos, yo llevaba un vestido deportivo blanco corto sin mangas, no llevaba ropa interior. Enseguida me excité, jugó con mi clítoris con una mano y con la otra acariciaba uno de pechos, la sensación de que pronto tendría un orgasmo en el medio de la sala de mi apartamento con la puerta aún abierta mientras los dos estábamos de pie allí, me excitaba aún más. La sensación fue deliciosa. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja, él estaba listo, le gustaba de una forma específica primero. —¿Puedo cerrar la puerta? —pregunté con ironía. —Sí, pero suéltate el cabello, por favor —dijo con voz ronca, estaba tan excitado. A Damián le gustaba que yo llevara el cabello suelto siempre que lo hacíamos, mi cabello era negro como petróleo, liso, pero abundante, contrastaba con mis ojos azules y piel trigueña. Eso lo volvía loco. Se paró detrás de mí cuando estaba cerrando la puerta, se recostó detrás mi para que sintiera su erección, lo sentí duro contra el trasero, ya estaba húmeda por él. Me apoyé contra la puerta, me incliné un poco hacia adelante y abrí más mis piernas, lo sentí embistiendome por detrás, una vez, dos veces, tres veces, entraba y salía con urgencia, se mantenía aferrado a mis caderas, ya podía sentir el orgasmo recorriéndome. Grite de placer, pronto alcanzó el clímax y se recostó de mí jadeante. Casi nunca lo hacíamos en la cama. Alguna que otra vez se lo reclamé. Decía siempre que teníamos veintidós años, que estábamos en pleno momento para vivir cogiendo todo el día sobre todas las superficies. Me gire y lo bese en la boca. —¡Eres demasiado guapa! —me dijo abrazándome. —Y tú un calentón —le dije. —¿Tú no? —preguntó divertido. Damián y yo nos conocimos por amigos en común, una persona de su círculo, Martina, estudiaba bioanálisis conmigo, nos hicimos cercanas y ella comenzó a invitarme a encuentros con sus amigos entre los que estaba él y a él lo invitaba a encuentros con amigos de la facultad entre los que estaba yo. Desde el día uno me puso los ojos encima y yo a él, pero él tenía novia, una noche habíamos bebido de más y él se ofreció a llevarme a mi casa, no habíamos salido del estacionamiento cuando ya lo estábamos haciendo en el auto, la tensión sexual entre los dos era mucha, y ese día no nos resistimos. Al día siguiente el término con su novia, me sentí mal por ella como por dos días, la verdad no la conocía. De eso hacía ya cinco meses y desde entonces anduvimos en serio. Mis padres lo conocían ya, ahora me tocaría conocer a los suyos. Me terminó de repasar la cuartilla, André era el segundo tenía treinta y un años y era médico, su novia se llamaba Dora y era una diseñadora de moda reconocida, el mayor era Lucio, empresario, tenía treinta y cinco años casado con Marcolina Consiglio la hija de los dueños de todos los medios de comunicación del país, casi. Sin presiones. Me sentía bastante intimidada por las novias de sus hermanos, por toda su familia.
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