No me doy cuenta en que momento me quedo dormida, pero al despertar ya es de noche y las personas junto a mí ya no están. Inmediatamente, me fijo si aún se encuentra mi caja y sus tesoros. Gracias al cielo todo está en orden, pero debo tener cuidado la próxima vez, no todas las personas son honradas, en prisión conocí algunos cuantos que tienen merecido su castigo.
—¿No piensas bajar?—me dice el mismo joven que insinuó que robe mi moneda.
—Si—digo un tanto avergonzada, aunque no es de extrañarse, no he comido nada, así que mi cuerpo se encuentra débil, así que me levanto y salgo del carruaje
—No deberías quedarte dormida en un carruaje de paso, he escuchado algunas historias donde les cortan el cuello a los despistados solo para robarles.
—No estaba durmiendo—miento solo para no darle la razón.
—Claro lo que tú digas.
Observo el lugar donde nos encontramos, la calle está vacía y oscura, ni un alma, quizás, ningún fantasma tampoco.
—Oye—giro a ver al cochero, está preparando a sus caballos para llevarlos a descansar—¿Realmente esto es Vultur?
El joven se ríe, quizás por mi extraña pregunta, pero imaginaba la ciudad diferente.
—Sí, esto es Vultur, solo que hay un toque de queda. Nadie puede salir después de las diez, así que será mejor que encuentres un lugar donde dormir o te arrestarán.
—¿Por qué hay toque de queda?
—¿Qué no sabes de la enfermedad que ha matado a cientos de personas en los últimos meses?
Asiento, en realidad no sé mucho, pero no tengo ánimo para preguntar nada más, debo evitar a los Grifas si es que lo del toque de queda es cierto.
—¿Sabes de un lugar donde pueda quedarme esta noche?
El joven mira hacia ambos lados de la calle y luego señala hacia el lado derecho.
—Por alla hay una taberna, solo camina una cuadra, ahí rentan habitaciones baratas, pero ten cuidado con las pulgas, sacude las sabanas antes de que te acuestes—suelta una carcajada, quizás burlándose del lugar a donde me envía, pero no tengo mucho dinero para mal gastarlo en un lugar mucho mejor solo por una noche.
Doy media vuelta y camino hacia la taberna, el frío es cruel, no dudo que vaya a nevar en cualquier momento. Me sorprende ver desde la ventana lo vacía que se encuentra la taberna en comparación con la de mi pueblo, hay uno que otro grupo festejando y chocando tarros de cerveza entre sí para celebrar, debe ser por ese supuesto toque de queda.
Abro la puerta y una pequeña campana sobre la puerta anuncia mi entrada, sin embargo, nadie gira en mi dirección, por suerte. Camino hasta la barra y golpeo varias veces la superficie con la mano para llamar la atención de aquel que atiende y luego de un rato aparece una joven.
Lleva puesto una falda color marrón, una blusa blanca y un chaleco del mismo tono de su falda, además lleva puesto un mandil que es todo menos blanco, se ve muy amarillento.
—¿En qué puedo ayudarte?—su voz es dulce, pero no me sorprende en lo absoluto, tiene la apariencia de tener al menos unos quince o dieciséis años.
—Me dijeron que aquí puedo rentar una habitación esta noche.
—Claro, será una guirnalda de bronce—expresa limpiándose la manos con el mismo mandil que cuelga de su cintura. Realmente es demasiado barato, pero no debo confiarme, sobre todo por lo que ha dicho aquel chico sobre las pulgas.
Le extiendo la moneda y después de que esta le dé una mordida para comprobar su autenticidad, me guía por un pasillo hacia mi habitación. Cuando abre la puerta un extraño olor invade mis fosas nasales, siento ganas de vomitar, pero que vomitaría si no tengo nada en el estómago.
—También preparamos comida si es que tiene hambre—expresa la chica. No me parece prudente aceptar la comida, ni siquiera pueden mantener una habitación limpia, mucho menos cuidarán su higiene al preparar la comida, me estoy volviendo demasiado quisquillosa, después de estar en prisión, donde dan de comer en una especie de bandeja de madera donde la cucarachas van y viene no es para menos que no quisiera volver a comer algo en un lugar semejante.
—Gracias, iré en un momento.
La chica asiente y cierra la puerta, entonces voy hacia la ventana y la abro, aunque el frío entra enseguida, no me importa, quiero que ese extraño olor desaparezca. Aunque la cama está disponible, pero no pienso usarla, así que tomo una silla y la coloco junto a la ventana, la cerraré una vez que el olor se vaya.
Escondo mi cajita debajo, pero saco las monedas, solo en caso de necesitarlas y también para que no las roben. Salgo de la habitación y vuelvo hacia la taberna. Me siento y únicamente pido un té, pero ordeno que lo traigan hirviendo para calentar mis manos con la taza y para llenar mi estómago con algo que no sea la comida de este lugar.
Detrás de mí están dos hombres que conversan tranquilamente, acaban de llegar como yo, pero supongo que no están ahí por las habitaciones, sino para entretenerse con un juego de cartas mientras toma cada quien un tarro de cerveza. Los escucho hablar sobre sus familias, uno presume el que su hija se ha graduado para poder servir en el palacio como sirvienta de tercer grado, su compañero se alegra por él y por su hija, después de dos años de entrenamiento finalmente verán el fruto de todo el dinero que invirtieron en esa profesión.
Al escuchar aquello me pregunto si yo puedo entrar al palacio como sirvienta y quizás con mucha suerte, poder acercarme al rey con un cuchillo entre mis manos y hacerle pagar por la muerte de mi padre. Me encanta imaginar aquella escena, pero no entiendo eso del entrenamiento, estudiar durante dos años para solo trapear y barrer, suena ilógico, no puedo desperdiciar tanto tiempo solo para entrar a cortarle el cuello al rey.